Historias olímpicas: humanismo y deportividad por encima de medallas

Ángel Volodia Matos, cubano campeón olímpico en Sídney 2000. Foto: Deporcuba.

Por Víctor Joaquín Ortega


Hay quien se acerca al deporte con la visión solo puesta en las medallas, mejor si son de oro. Para records y trofeos guarda casi todo el espacio. No ahonda. Superficialidad y dogmatismo que priva de lo esencial de la esfera competitiva de la Cultura Física.

Los triunfos no caen desde las nubes, sin fundir lo científico técnico con el amor, la entrega, el coraje. Y ahí está lo trascendental: llevar el corazón a cómo se ha llegado. Un historiador, un periodista, un escritor, un artista… deben resaltarlo. La deportividad, el humanismo, la poesía vibran en cada conquista. Beber en ese manantial nos hace mejores.

A nadar en la piscina de Roma 1960. Si los pasos llevan el ritmo de esa limitación, uno se queda amarrado a los vencedores súper destacados en la natación de los Juegos Olímpicos efectuados en ja capital de Italia y soslaya que el estadounidense Jeffrey Farrell, dos días antes había sido operado de apendicitis. “¡Cómo vas a participar, todavía tienes el vientre vendado!”. Poco habló. Se arrancó los vendajes. “Si no puedo ir en lo individual, voy en los relevos”.

Así lo hizo y pesó en las alegrías, con el adiós al récord mundial incluido en 4x200 estilo libre y 4x100 combinado. El historiador hispano Juan Fauria lo califica de atleta formidable y no exagera.

Algo parecido realizó el clavadista mexicano Joaquín Capilla. En víspera de los Juegos Panamericanos de Ciudad de México 1955, el apéndice lo traiciona. Intervención quirúrgica. Varios en contra de su actuación en dicha cita. Los desoye. Del lecho de convalecencia, a la batalla. Obtiene dos premios de oro.

El azteca comenta luego de agradecer los elogios: “Me era imposible dejar de participar en un certamen tan importante si la sede era mi patria”.

Lo principal de su bregar: rey centrocaribeño de trampolín y plataforma en Barranquilla 1946, Ciudad de Guatemala 1950 y Ciudad de México 1954. Gran fiesta americana: cuatro de oro al imponerse en la primera, en Buenos Aires 1951 y en Ciudad de México 1955.

En lides olímpicas: Londres 1948, tercer lugar en plataforma y cuarto en trampolín. Helsinki 1952, segundo en la primera especialidad y a un paso de ascender al podio en la otra. Melbourne 1956, campeón en plataforma y bronce en trampolín.

A pesar del dolor de una pérdida irreparable. Voy a hablarles de dos deportistas que fueron golpeados muy duro cuando iban a participar en la fiesta olímpica: la nadadora australiana Dawn Fraser y el taekwondoca cubano Ángel Volodia Matos.

Ella, siete meses antes de la lid, había perdido a su progenitora en un accidente automovilístico, de donde salió con ligeras heridas. Se presentó en la piscina de los Tokio 1964 dispuesta, pese a la tristeza, a ganar su tercer premio dorado en los 100 metros estilo libre. Los dos anteriores, en Melbourne 1956 y Roma 1960. ¡Y de nuevo ascendió a lo más elevado dela plataforma de premiación, desde donde escucho su himno nacional!

Fraser rompió, además, en dos ocasiones la plusmarca olímpica y doblegó a contrarias mucho más jóvenes. Los 100 de esa modalidad, nunca antes había tenido una misma titular en tres oportunidades consecutivas. Fue la primera nadadora del mundo en bajar de un minuto en los 100 metros. Reconocida como una de las grandes deportistas del planeta, fue escogida para ser uno de los relevos de la antorcha en la justa de Sídney 2000.

Precisamente en esa ciudad australiana seleccionada para ser el escenario de los XXVII Juegos, Ángel supo, antes de comenzar a combatir por la medalla de oro de los 80 kilos, de la muerte de su progenitor, allá en Cuba.

El antillano se creció ante el dolor y los fuertes contrincantes. Primero superó al chileno Felipe Soto 8- 2 en octavos; el mexicano Víctor Estrada resultó su siguiente víctima en cuartos, 2-0; en la semifinal dispuso 4-0 del sueco Román Livaja y en el pleito decisivo propinó paliza al marroquí robado por los alamanes Faisaal Ebnoutalib, 13-1.

Fraser y Matos dedicaron las victorias en los respectivos certámenes a sus familiares recién fallecidos entonces y expresaron cuánto les debían como personas y atletas. Más que ases, a pesar de los años que los separaban del semejante hecho y los kilómetros de distancia de sus patrias, eran hermanos en el dolor y la heroicidad vencedora.

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