Por Víctor Joaquín Ortega
Sueños y esfuerzos convertidos en realidad: entre el 25 de febrero y el 9 de marzo de 1951: los I Juegos Panamericanos. Buenos Aires es el escenario y el presidente de ese país, el general Juan Domingo Perón, preside el acto de apertura, efectuado en el estadio del conjunto de fútbol Racing, instalación que lleva el nombre del jefe de estado.
La justa por fin nace, después de haber
sido frenada por la Segunda Guerra Mundial, y en su inicio alberga a dos mil
513 atletas de 19 países, quienes competirán en 20 disciplinas.
Prefiero llevarlos del brazo de la
investigación y del análisis, aliados de la imaginación. Comencemos por el pensamiento
del abanderado, Delfo Cabrera, campeón de la maratón en Londres 1948. “Estoy
muy presionado. Llevar la bandera de mi patria, haber ganado el oro olímpico… No
me perdonarán si fallo, y fallar en mi caso es no arribar primero”.
Vean a Cabrera en busca del galardón. Se
adelanta. Intenta darle alcance un pelotón
encabezado por su coterráneo Reinaldo Gorno y el guatemalteco Luis
Velázquez. La meta… ¡Delfo con 2:35.00.2 horas! Le siguen Gorno (2:45.00) y el de
Guatemala (2:46.02).
Reinaldo será el subtitular de la prueba
en Helsinki 1952 —Delfo al sexto peldaño— y Velásquez triunfó en la media
maratón y los 10 000 en los centrocaribes de Guatemala 1950. Cuatro años antes,
segundo en esos 21 kilómetros y 95 metros en Barranquilla. Les advierto: el
escepticismo de algunos llevó la palabra duda a rodear al camagüeyano Rafael Fortún, tres veces titular centroamericano en la prueba reina y uno de los más reconocidos velocistas
de la etapa.
Escuche a uno de esos descreídos: “Le
llaman Ciclón de la Pista, está bien,
pero los años no perdonan…”. Final de los
100 lisos. Fortún, el estadounidense Arthur Bragg, el jamaicano Herb McKenley, a
todo tren… ¡Fortún con 10! Los otros
dos, especialmente Herb con todo su brillo olímpico, deben conformarse con la
plata y el bronce: 10.6 y 11. En los 200, el mismo resultado.
El de Cuba añade la plata del relevo. En
su patria le darán un tremendo recibimiento: lo dejan sin su humilde empleo en
Obras Públicas porque estuvo demasiados días fuera “… por esas carreras tontas en Buenos
Aires”, comentó un funcionario.
Un momento. A otra estrella por poco lo
dejan fuera de la fiesta. Se trata del clavadista mexicano Joaquín Capilla Pérez. “No creo que Capilla esté en condiciones de representarnos. Solo hace
una semana que lo operaron de apendicitis”, comentó uno de los descreídos. Cuando Capilla se enteró de esa opinión dijo:
“Me habrán extirpado la apéndices pero no las ganas de competir y vencer. Ya
verán…” Vieron: Joaquín dominó las dos especialidades en la capital de la
tierra de Gardel.
Había sido el primer latinoamericano en
subir al podio en el clavado olímpico: bronce en la plataforma de Londres 1948. En Helsinki 1952, plata en
plataforma. Melbourne 1956, asciende a
la dorada de la misma modalidad y tercero en trampolín.
En la esgrima hay una dama preocupada: Elsa
Irigoyen. Participó en el juramento de los atletas. “Dígame, usted, si no subo a lo más alto. Ni
pensarlo quiero…y en mis propias filas tengo a una muy buena rival: Irma de
Antequera”. Ya están a fondo las floretistas.
A pesar de que Irma puede triunfar… ¡tris,
tras, tros…! La victoria es de la joven preocupadísima. Una coterránea de las
dos es la floretista bronceada: Lilia Rossetto.
Sigamos con las muchachas. La peruana
Julia Suárez sorprende a la favorita, Jean Patton, de Estados Unidos, en los
cien llanos 11.2 por 11.3. En los 200. Jean se desquita: oro con 25.3. Monarca
de los 80 con vallas: la chilena Ileana Gaete Lazo: 11.9. Repetirá la alegría en
Ciudad de México 55 con 11.7. La lanzadora refulgente: Ingeborg Mello, de la
sede, la mejor en bala (12.45) y disco (38.55).
Una discóbola de la Mayor de las
Antillas, pese a superar la marca exigida para actuar en el certamen, ni
siquiera fue convocada. De esa injusticia y diversas cuestiones nos referiremos
en ediciones próximas.