Curiosidades deportivas: béisbol cubano y arte (Parte II)

Foto: Deportes Comarca.

Por: Aynelis Sánchez Martínez


El danzón es un ritmo musical y baile cubano creado por Miguel Faílde, en 1879. A partir de ese instante se convirtió en un suceso cultural que junto al béisbol contribuyó a remarcar la nacionalidad en el último cuarto del siglo XIX.

A su vez, ambos fenómenos fueron parte de la lucha contra todo lo que materializaba lo español, según señaló Roberto González Echevarría en su libro La gloria de Cuba: historia del béisbol en la Isla.

Los criollos de la época comenzaron a jugar pelota bajo la mirada escéptica de las autoridades coloniales. Se realizaban partidos de manera organizada en terrenos baldíos y glorietas, ubicadas en las cercanías de la Quinta de los Molinos, en la Víbora y en lo que sería luego el Vedado capitalino.

En La Habana, el juego de los strikes y las bolas causó furor, por lo cual esta fiebre beisbolera se desplazó a otros territorios hasta llegar a Matanzas, convirtiéndose en un gran aconteciendo social.

Muchos de los encuentros terminaban con una cena y un baile, que en varias ocasiones era acompañada por afamadas orquestas danzoneras como la de Raimundo Valenzuelahttps://www.ecured.cu/Raimundo_Valenzuela_Le%C3%B3n, Antonio “Papito” Torraella en La Habana o la de Miguel Faílde en la Atenas de Cuba.
Precisamente, Faílde tuvo estrecha relación con el mundo beisbolero. El pionero del danzón le gustaba mucho el deporte, pero lo jugaba muy mal, razón por la cual le pidió a su amigo Don Luis Simpson que le cediera unos terrenos yermos para practicar ahí con sus amigos y el resto de la orquesta.

En 1887, al autor de Las Alturas de Simpson le fueron concedidas esas tierras y a partir de ese momento fueron conocidas como “terrenos de Miguelito” o “de Faílde” donde se practicaba la pelota y a la vez se realizaban actividades conspirativas contra del dominio español.

El club favorito del notable músico fue el llamado Simpson y su orquesta acompañaba a los jugadores a todos sus partidos, animándolos en las gradas cuando realizaban buenas jugadas y en los intermedios de dichos cotejos.

Faílde y sus músicos también escoltaban a otros equipos matanceros en sus viajes a La Habana. En una ocasión el compositor yumurino le dedicó uno de sus danzones titulado No se puede pedir más a Don Enrique Meléndez y Molina, director del club Matanzas.

Incluso, en 1890 los clubes capitalinos Almendares y La Habana tenían en su planta principal salones destinados a organizar recepciones y fiestas para celebrar ahí los triunfos de los campeonatos, premios y otras actividades relacionadas con el béisbol. Una de las orquestas que animaba estas festividades era la de Raimundo Valenzuela.

Continuará…

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