Rebelión en la OEA


Isabel de Saint Malo y Bruno Rodíguez.
Autor: Eduardo González García
 
“La familia americana está incompleta sin Cuba”, dijo la vicepresidenta y canciller de Panamá, Isabel de Saint Malo de Alvarado, en una entrevista con EFE.

"Hemos sostenido conversaciones con todos los países (...) y hemos recibido una acogida favorable", agregó De Saint Malo, según la agencia española, a su regreso de una visita a Cuba para expresarle al Gobierno cubano el deseo de que participe en la Cumbre de las Américas que se celebrará, el próximo año, en Panamá, además de tratar sobre las relaciones bilaterales.


Dijo la vicepresidenta panameña que "Cuba se mostró complacida" con ese mensaje, al comentar sus reuniones con el canciller Bruno Rodríguez y el presidente Raúl Castro.



De Saint Malo comentó que se había reunido previamente con el responsable de la política exterior de Estados Unidos, John Kerry, y con el resto de los Gobiernos de los países que integran la Organización de Estados Americanos (OEA), y que en todas esas reuniones, "Panamá ha manifestado como anfitrión que queremos contar con todos los países para asegurarnos de que la reunión se convierta en un escenario de ganar y ganar".



"Si la Cumbre es de las Américas y Cuba es un país miembro de las Américas, para que esté completa la participación es necesaria la presencia de Cuba", sentenció la diplomática.



Por supuesto, no solo es la voluntad del gobierno panameño, encabezado por el presidente Juan Carlos Varela, sino el sentir reiterado por todos los Gobiernos del continente, con las únicas excepciones de los Estados Unidos y Canadá, a los cuales el resto de América les ha advertido que, si no se invita a Cuba, no habrá más cumbres de las Américas.



¿Quién iba a decirlo, hace unos pocos años? América Latina, en pleno, exigiendo la invitación a Cuba para la Cumbre de las Américas. Panamá, invitando a La Isla de la Libertad a la reunión de la OEA, a contrapelo de la oposición de los Estados Unidos.



Bien lo ha dicho el presidente ecuatoriano, Rafael Correa: “No es una época de cambios, sino un cambio de época”.



El hecho revela, más que ningún otro, el escandaloso fracaso de la política aislacionista promovida por el gobierno norteamericano, desde el propio triunfo de la Revolución, y que condujo, en 1962, a que Cuba fuera expulsada de la OEA, calificada entonces como el “ministerio de colonias” de los Estados Unidos.



Pero mucho ha cambiado desde entonces en la extensa geografía que abarca, desde el ominoso muro antiemigrante, en la margen norteña del río Bravo, hasta las heladas costas de la Tierra del Fuego.



Ya no mandan aquí los sanguinarios “gorilas” al servicio de Washington, ni siquiera están los presidentes de opereta que representaban, a carta cabal, los intereses de las trasnacionales con sede en los Estados Unidos.



Algunos, sin embargo, rabian por la legítima integración de Cuba al concierto continental.



Tal es el caso del expresidente de Panamá, Ricardo Martinelli, quien lamenta la decisión planteada por toda Nuestra América.



Otro que sangra por la herida es Gabriel C. Salvia, director general del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), un reconocido instrumento del gran capital para tratar de apuntalar el neoliberalismo y la dependencia en la región.



Salvia escribió una sarta de mentiras e improperios para concluir que, en su opinión, la OEA debería exigirle a Cuba “que ponga fin a su sistema político” y, además, crear “un estatus especial para los grupos de la sociedad civil en Cuba”, e invitarlos a participar en la Cumbre.



Desde luego, no se refiere a los Comités de Defensa de la Revolución, con sus más de ocho millones de miembros, ni a la Federación de Mujeres Cubanas, con sus más de cuatro millones de afiliadas, ni a la Central de Trabajadores de Cuba, representante de la casi totalidad de los trabajadores del país, sino a los exiguos grupúsculos de mercenarios pagados por el Gobierno de los Estados Unidos, con el fin de fabricar pretextos  para su guerra sucia contra este país.



Si la OEA debiera invitar a la Cumbre a la sociedad civil, a pie de igualdad con los jefes de Estado y de Gobierno, también deberían estar allí, por ejemplo, los Pastores por la Paz, que cada año organizan una Caravana de la Amistad Estados Unidos-Cuba, como protesta contra el bloqueo impuesto por el Gobierno de los Estados Unidos contra la nación caribeña.



Otros a quienes les duele la invitación a Cuba son los cabecillas de la mafia anticubana, radicados en Miami y, por supuesto, a sus representantes en el Congreso de los Estados Unidos, quienes también han dicho y escrito similares disparates.



Son las lágrimas de la frustración, ante el hecho incontestable del liderazgo de Cuba en el mundo, y especialmente, en América Latina, donde es impensable su ausencia en una reunión que tratará temas “como el relanzamiento de programas de cooperación en distintos ámbitos, como deporte, educación, tecnología y ciencia", según el comunicado emitido, recientemente, por la cancillería panameña.



Cuba ha sido abanderada de la cooperación, la colaboración solidaria y la integración regional, sobre bases de respeto a la diversidad, a la soberanía y la independencia de los Estados.



No se sabe aún la respuesta que dará el Gobierno cubano ante la invitación formal a la Cumbre, que deberá llegar más adelante, pero de lo que nadie duda es del merecido escaño que le estará aguardando en la cita de Panamá.

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