Pascual Pérez: bajito, pero con punch de titán

Foto: TN.

Por Víctor Joaquín Ortega

Era un dios entre las cuerdas, con pegada de coloso, el mosca mejor del mundo, Pascual Pérez. Muy temprano se nos fue, huésped de mucho castigo. Es el menor de los nueve hermanos surgido de un matrimonio dedicado al trabajo agrícola con la vid en Tupungato, Mendoza.

Nacido el 4 de mayo de 1926, desde pequeño laboró pegadito a la tierra. Tanto batallar fortificó el físico y el carácter, potencia que le serviría de mucho cuando encausó su existencia sobre el cuadrilátero, en especial cuando se convirtió en puñetazos pagados. Antes debemos ir al comienzo de su andar en ese mundillo.

En cuanto conoció el boxeo, encontró un camino atrayente para salir del enclaustramiento de una posible gloria, y más cuando las palabras de los entrenadores lo camelaban. Atesoró la idea y la fue haciendo realidad, aunque el padre estaba en contra de ese deporte “…para darse golpes”.

Por eso los primeros enfrentamientos lo hizo a escondidas, hasta usando otro nombre: Pablo Pérez. Puñetazos van y puñetazos vienen, el avance, notorio, los instructores y el muchacho confesaron al progenitor ese quehacer y los sueños. Convencido, el hombre debió traer a un nuevo peón para realizar el trabajo del hijo, y es tanto lo que este logra cotidianamente que se vio obligado ¡a poner dos por él! El ring va a saber de esa fortaleza.

Invicto en la categoría amateur, el muchacho sin llegar a cinco pies de estatura, posee una pegada colosal, con el coraje y la asimilación a la misma altura. Será el mosca más bajito del planeta. No es de extrañar su arribo a Londres 1948 donde representó a su país en la división de los 51 kilos.

De 1941 a 1947 había elaborado una cadena de 25 combates victoriosos, entre regionales, nacionales y latinoamericanos ganó 17 torneos y se impuso en la eliminatoria convocada por su país. En la final de la XIV Olimpiada lanzó al peldaño de plata al italiano Spartaco Bandinelli.

Deseaba coronarse de nuevo cuatro años después en Helsinki, pero una decisión en contra en la final de su peso en la eliminatoria, injusta según él, se lo impidió. Eso fue el impulso que faltaba para su pase al profesionalismo. Agregué, según él, al no ser testigo de la pelea, aunque la razón parece estar de parte de ese pequeño acorazado del ring: el representante gaucho en la lid finlandesa fue eliminado, mientras Pascualito demostró enseguida ser un boxeador extraordinario en un nivel bastante superior.

En un combate motivado por el presidente de su patria, Juan Domingo Perón, efectuado en Luna Park el 14 de julio de 1954 frente al as de la categoría, el japonés Yoshio Shirai, sin la faja en disputa, pese a terminar en tablas. Pascual ofreció una magnífica demostración. Eso dio paso a una batalla, título en juego, escenificada en Tokio el 26-11 donde la corona cambió de cabeza.

Defendió su trono nueve veces con salida exitosa. Solo vio cortada su racha de 51 triunfos, 37 por KO, ante el nipón Sadao Yaita el 16 de enero de 1959 sin el fajín en pelea. El 5 de noviembre de ese año volvieron a batirse y el sudamericano noqueó.

Por cierto, el cubano Oscar Suárez, en Montevideo 30 de junio de 1956 le dio una cerrada lidia, tiró incluso al mendocino, mas la hemorragia sufrida por el antillano debido a un cabezazo obligó a detener la lucha en el 11 y decretó el revés de Oscar.Ya no era el mismo; él no lo veía o no quería verlo. Tampoco sus guías, sobre todo lo segundo.

Perdió el cinturón con el tailandés Pone Kingpeth, el mosca más alto del orbe, el 16 de abril de 1960. No la recuperó el 22 de septiembre al ser noqueado en el octavo. Cuesta abajo es la rodada desde entonces, servir de peldaño y acumular mayor castigo. Falleció con 50 años, el 22 de enero de 1977, en Buenos Aires, motivado por fallas renales y hepáticas, causadas por tantos golpes recibidos, los peores en la última etapa.

La empresa de pompas fúnebres se negó a hacerse cargo de su cadáver hasta que no recibiera los tres mil 500 dólares de pago. Se recogió el dinero entre familiares y amigos. Delfo Cabrera, campeón de maratón en Londres 1948, expresó junto al ataúd que contenía los restos de su compañero de delegación en Inglaterra: “Fue un muchacho bueno que perdió su última pelea con la vida. Espero que sepa perdonar a aquellos que lo engañaron y lo traicionaron”.

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