Foto tomada de la red social X. |
Por: Leonel José Pérez Peña
Cuando al doctor en Ciencias Históricas Miguel Barnet se le entregó el Premio de Patrimonio Cultural por la Obra de la Toda la Vida, como reconocimiento a su extensa labor investigativa y preservación de valores identitarios, con la humildad que siempre lo ha caracterizado, se lo dedicó a sus maestros María Teresa Linares y Argeliers León, "porque ellos me enseñaron lo rico del punto cubano".
En ese momento tan trascendental para la vida del autor Biografía de un cimarrón y de una profusa producción de guiones para el cine y Premio Nacional de Literatura de Cuba, en 1994, que evocara en sus palabras de agradecimiento al punto cubano y a sus dos más fervientes investigadores, presupone la importancia que tiene para la cultura nacional este complejo, herencia directa del mundo hispánico.
Declarado por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en el 2017 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, constituye la primera manifestación musical, bailable y textual auténticamente cubana, surgida del proceso de transculturación ocurrida desde los primeros años de la colonización, génesis proveniente del basto cancionero español traído por los conquistadores, que, a su vez, es síntesis de viejas maneras mediterráneas de cantar y de versificar, a lo que contribuyó la cultura árabe.
Los conquistadores trajeron villanelas, villancicos, romances y coplas, todas cantables, asentando las bases del viejo patrimonio melódico que ha conservado y enriquecido el campesino cubano, según afirma en Décima y folclor, Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.
Foto tomada del sitio web de la revista La Jiribilla. |
Pronto estos modelos peninsulares de cantar y de versificar cambian bajo las nuevas relaciones, independizándose del estilo peninsular hasta crear la cuarteta criolla, para inspirar por su aire la tonada creada en Cuba. Cuarteta y tonada que se popularizan al extremo de convertirse en folclórica y, por ende, fundamento del punto cubano.
Con esta tradición de narrar y vocalizar en versos octosílabos, al pueblo antillano, como al español, le resultó fácil asimilar la estructura de la décima, que llega al país, de acuerdo con Adolfo Menéndez Alberdi en su investigación La décima escrita en Cuba, "en el siglo XVIII. Los poetas de la ciudad, generalmente sacerdotes, médicos, etcétera, que la recibieron por la vía culta del libro, muestra a los hombres de la tierra está forma de composición, cuyo artificio y resonancia pronto le resulta familiar".
El Indio Naborí en Décima y folclor no ofrece una fecha exacta de la introducción de la espinela en Cuba y sí abunda en el proceso de familiarización de los campesinos, que comienzan a usarla como elemento textual del punto cubano, mediante la labor que realizó la Iglesia Católica en la evangelización, empleándola para ayudar a memorizar pasajes bíblicos:
"(...) Como parte asequible al pueblo para divulgar las ideas religiosas. Todo parece indicar que los campesinos distantes de las iglesias convertían, en aquellos días de los Santos de su devoción, sus casas en rústicos templos, levantando un altar que adornaban con flores silvestres, en torno al cual se contaban décimas religiosas al principio y más tarde profanas, mientras se bebía, se bailaba, se comía y, por supuesto, se enamoraba".
Foto tomada del blog Santiago en mí. |
En el siglo XIX, la décima se convierte, al decir de José Fornaris, "en la estrofa del pueblo cubano". Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, contribuyó a difundir el patriotismo a través de su fecunda obra, por lo que desde entonces se le considera el poeta más popular en la Isla, al aportar belleza a la estructura textual y calidad poética del punto cubano, que, de acuerdo con Eduardo Sánchez de Fuentes en El folclor en la música cubana "(...) constituyó la actividad musical por excelencia de nuestros campos y a finales del siglo XIX en las ciudades del interior y en la capital comienza a alternar con las contradanzas y los bailes españoles".
En este momento, dos fenómenos musicales coexisten: el punto cubano y las danzas y contradanzas de Manuel Saumell, a quien por la reminiscencia de la "ilustración" que aún perdura en la conceptualización de la cultura cubana se le denomina El padre del nacionalismo musical, siendo este un largo proceso de creación colectiva.
Hay que entender como tal la capacidad creadora de muchos que, desde ese romanticismo que también es determinante en la apreciación estética y en la apropiación de elementos foráneos, se integraron a la identidad nacional como proceso endógeno y que es "una constante cocedura", al decir de don Fernando Ortiz.
Ambos fenómenos musicales son hoy la base de una identidad musical nacional. Por un lado, la evolución del punto cubano y su enriquecimiento con los ritmos africanos y, por el otro, "la rica tradición de los cubanos de inspirarse con la cuerda pulsada", al decir de María Teresa Linares. Aquella tradición hispánica de improvisación y del cubano "al son del tiple y el güiro" surge el complejo del son, que tiene como elementos a las variantes del nengón y al montuno.
Manuel Saumell. Foto tomada de la red social X. |
Por su parte, la evolución de las danzas y contradanzas de Saumell dan lugar al danzón y con el mambo, el danzote y el chachachá. A partir de esa riqueza musical auténticamente cubana, los aportes de las fusiones con otros ritmos foráneos van enriqueciendo el panorama universal.
Es pertinente considerar entonces que el punto cubano está en el centro del nacionalismo musical. Es tan imprescindible para entender, como sí lo entendió Fernando Ortiz y su discípulo Miguel Barnet, cuando en sus palabras de agradecimiento al recibir el premio expresó:
"Confieso que no he hecho otra cosas en mi ya larga vida que indagar en esto, lo cual tan lúcidamente Fernando Ortiz llamó la cubanía, es decir, la vocación de ser cubano en su dimensión más profunda, la más concreta certeza de habitar una isla mágica y resistente".
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