Por Víctor Joaquín Ortega
La calidad de los Juegos Panamericanos fue alta desde sus inicios. Y ascendió rápidamente. La existencia de los Centrocaribes influyó enormemente en el nacer del nuevo certamen.
En lo afirmado anteriormente pesó también el interés de Comité Olímpico Internacional (COI) en relación con las lides múltiples regionales, para alcanzar mayor desarrollo en lo deportivo. Algunos funcionarios con esa intención sobre todo; otros con el incremento de las ganancias en la primera línea de su pensar.
Se hace indispensable profundizar en cuestiones esenciales antes de publicar el tema prometido a mis lectores y lectoras en una anterior edición: la fuerte rivalidad que debieron enfrentar nuestros representantes y los de otros países latinoamericanos, en Sao Paulo 1963, hace 60 años. Así podrá entenderse de verdad. El texto que aspiro lean ahora es una especie de preámbulo indispensable para el comentario posterior. Adelante.
La cantidad de medallas ganadas no reflejan exactamente el adelanto alcanzado. ¿Acaso un pueblo es verdaderamente atlético debido a la cantidad y el brillo de las preseas? Comencemos con Cuba. ¿Acaso poseíamos un verdadero desarrollo en la rama a pesar de ases como Ramón Fonst, José Raúl Capablanca, Manuel Dionisio Díaz, Kid Chocolate, Martín Dihigo, Adolfo Luque, Félix "Andarín" Carvajal, Rafael Fortún…?
¿Había masividad, educación física, recreación potente? ¿El deporte, la cultura física, eran un derecho del pueblo? Aquellas estrellas iluminaban a pesar de la oscuridad reinante en el ámbito. Su excepcionalidad era ariete contra el muro del subdesarrollo presente no sólo en lo atlético.
El rescatador de la gran fiesta, el francés Pierre de Coubertin lo definió, sin restarle importancia a la competitividad, pues para él un “…país no era verdaderamente deportivo hasta que la mayoría de sus habitantes no experimentan el deseo personal del deporte “ (1925). Fue más allá: “…Todos los deportes para todos, ésta es la nueva fórmula, de ninguna manera utópica, a cuya realización debemos consagrarnos… conviene que el placer muscular, producto de alegría, de energía, de calma y de pureza, sea puesto también al alcance de los más humildes…” (1919).
El COI, en su XV Sesión, Estocolmo 1912, aprobó confeccionar un cuadro de honor por países al final de cada certamen a partir de los seis primeros lugares de las pruebas Aunque ese acuerdo resultó revocado posteriormente, se implantó extraoficialmente al calor de intereses políticos, los imperios en plano preponderante, para mostrar la supremacía de su sociedad, y era calzado por un categórico empujón periodístico.
La gran fiesta continental no se salvó del malsano interés. Sin embargo, la inicial, Argentina 1951, se les fue de la mano: la sede aprovechó esa condición para presentar todo lo mejor que tenía, aun las promesas- se ahorró los grandes gastos del viaje-, y junto a la autosuficiencia del revuelto Norte, hicieron posible que los gauchos ocuparan el primer lugar: con 154 medallas: 68 de oro, 47 de plata y 39 de bronce, y llevaran al segunda plaza a los favoritos con 98: 46-31-19.
La Mayor de las Antillas ancló en el tercero al acumular 28 (9-9-10), Fortún a la vanguardia: dos doradas y una de plata. El monarca de la velocidad en la cita debió doblegar al astro estadounidense Arthur Brag y al jamaicano Herb MacKenley. El primer vencido no refulgió en el olimpismo pero McKenley sí: oro y recordista mundial en el relevo 4 x 400, y plata en 100 y 400 de Helsinki 1952; subtitular en los 400 de Londres 1948. A su regreso de la competencia, nuestro campeón fue premiado con la cesantía de su empleo humilde en Obras Públicas.
Los de Estados Unidos enviaron una delegación potente a la segunda edición, albergada por Ciudad de México cuatro años después Encabezaron la batalla con 184: 88´-58-38. Bajamos al octavo sitio: 19 (1- 10-8). Desde entonces los estadounidenses se mantuvieron en la cima, excepto en La Habana 1991, cuando los lanzamos al segundo peldaño,
Próximamente veremos a quienes debieron enfrentar nuestros muchachos y nuestras muchachas- incluiremos a varios latinoamericanos- en Sao Paulo 1963, hace 60 años, cuando Cuba, como señaló el destacado periodista Enrique Montesinos: “… mostró un atisbo de sus avances, colocándose en la quinta plaza”.
Se hace indispensable profundizar en cuestiones esenciales antes de publicar el tema prometido a mis lectores y lectoras en una anterior edición: la fuerte rivalidad que debieron enfrentar nuestros representantes y los de otros países latinoamericanos, en Sao Paulo 1963, hace 60 años. Así podrá entenderse de verdad. El texto que aspiro lean ahora es una especie de preámbulo indispensable para el comentario posterior. Adelante.
La cantidad de medallas ganadas no reflejan exactamente el adelanto alcanzado. ¿Acaso un pueblo es verdaderamente atlético debido a la cantidad y el brillo de las preseas? Comencemos con Cuba. ¿Acaso poseíamos un verdadero desarrollo en la rama a pesar de ases como Ramón Fonst, José Raúl Capablanca, Manuel Dionisio Díaz, Kid Chocolate, Martín Dihigo, Adolfo Luque, Félix "Andarín" Carvajal, Rafael Fortún…?
¿Había masividad, educación física, recreación potente? ¿El deporte, la cultura física, eran un derecho del pueblo? Aquellas estrellas iluminaban a pesar de la oscuridad reinante en el ámbito. Su excepcionalidad era ariete contra el muro del subdesarrollo presente no sólo en lo atlético.
El rescatador de la gran fiesta, el francés Pierre de Coubertin lo definió, sin restarle importancia a la competitividad, pues para él un “…país no era verdaderamente deportivo hasta que la mayoría de sus habitantes no experimentan el deseo personal del deporte “ (1925). Fue más allá: “…Todos los deportes para todos, ésta es la nueva fórmula, de ninguna manera utópica, a cuya realización debemos consagrarnos… conviene que el placer muscular, producto de alegría, de energía, de calma y de pureza, sea puesto también al alcance de los más humildes…” (1919).
El COI, en su XV Sesión, Estocolmo 1912, aprobó confeccionar un cuadro de honor por países al final de cada certamen a partir de los seis primeros lugares de las pruebas Aunque ese acuerdo resultó revocado posteriormente, se implantó extraoficialmente al calor de intereses políticos, los imperios en plano preponderante, para mostrar la supremacía de su sociedad, y era calzado por un categórico empujón periodístico.
La gran fiesta continental no se salvó del malsano interés. Sin embargo, la inicial, Argentina 1951, se les fue de la mano: la sede aprovechó esa condición para presentar todo lo mejor que tenía, aun las promesas- se ahorró los grandes gastos del viaje-, y junto a la autosuficiencia del revuelto Norte, hicieron posible que los gauchos ocuparan el primer lugar: con 154 medallas: 68 de oro, 47 de plata y 39 de bronce, y llevaran al segunda plaza a los favoritos con 98: 46-31-19.
La Mayor de las Antillas ancló en el tercero al acumular 28 (9-9-10), Fortún a la vanguardia: dos doradas y una de plata. El monarca de la velocidad en la cita debió doblegar al astro estadounidense Arthur Brag y al jamaicano Herb MacKenley. El primer vencido no refulgió en el olimpismo pero McKenley sí: oro y recordista mundial en el relevo 4 x 400, y plata en 100 y 400 de Helsinki 1952; subtitular en los 400 de Londres 1948. A su regreso de la competencia, nuestro campeón fue premiado con la cesantía de su empleo humilde en Obras Públicas.
Los de Estados Unidos enviaron una delegación potente a la segunda edición, albergada por Ciudad de México cuatro años después Encabezaron la batalla con 184: 88´-58-38. Bajamos al octavo sitio: 19 (1- 10-8). Desde entonces los estadounidenses se mantuvieron en la cima, excepto en La Habana 1991, cuando los lanzamos al segundo peldaño,
Próximamente veremos a quienes debieron enfrentar nuestros muchachos y nuestras muchachas- incluiremos a varios latinoamericanos- en Sao Paulo 1963, hace 60 años, cuando Cuba, como señaló el destacado periodista Enrique Montesinos: “… mostró un atisbo de sus avances, colocándose en la quinta plaza”.
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