Harold Abrahams, de as olímpico a periodista estelar


Por Víctor Joaquín Ortega

La victoria del británico Harold Abrahams en la prueba reina de París 1924 soltó la lengua de los entrenadores estadounidenses hacia el veneno, adoloridos por la derrota de sus representantes catalogados de favoritos.

La prensa de la época recogió opiniones como esta de alguno de dichos instructores: “Lo que más me indigna es que ha vencido un individuo que no toma en serio sus entrenamientos, bebe todo lo que desea y fuma incluso en el estadio”. 

Exageraban. Mentían. El mejor velocista de los Octavos Juegos no era la perfección hecha atleta, pero no llegó a esos extremos. Mucho trabajo le costó conquistar ese título al corredor, nacido el 15 de diciembre de 1899, en Bedford, a 14 kilómetros de Londres. 

Estudiante de Derecho en la Universidad de Cambridge, aunque después de graduado ejerció la abogacía, prefirió otra profesión, la de periodista especializado en atletismo. Pero antes ahondaremos en su vida deportiva. 

Quien se metió en su piel y más allá, al llevarlo a la pantalla, el actor Ben Cross en la laureada película Carrozas de fuego, dirigida por Hugh Hudson, manifestó: “Al estudiarlo me di cuenta que él estaba motivado por una mezcla de prejuicio y paranoia…”.

Dicha combinación no solo lo impulsaba a destacarse para golpear el racismo antisemita. En el hogar tenía dos impulsores del tanto anhelo de ascender en las lides del músculo.      Sus hermanos mayores estaban muy ligados al deporte rey.

Adolphe era un brillante médico deportivo dedicado por más de 30 años a trabajar con el conjunto nacional de campo y pista de su país. Sidney, titular nacional de salto largo en 1913 y en la magna cita de Amberes, un año antes, finalizó en el puesto 11 en la especialidad. El más joven deseaba superarlos.

Harold, al entrar en el ejército, tuvo la suerte de observar allí el adiestramiento de un famoso velocista compatriota suyo: Willie Applegarth, bronce en los 200, con 22 segundos, en Estocolmo 1912. Se inspiró en él para vencerlo, y el teniente Abrahams lo consiguió en varias carreras con el  sargento Willie. 

En la Alta Casa de Estudios, mejoró su adiestramiento. Le iba bien: con 10 en 100 yardas ganó un puesto en la delegación inglesa a Amberes 1920. Le faltaba mucho todavía: en 100 y 200 lo eliminaron en las primeras fases, vigésimo lugar en salto largo,

No se amilanó: siguió preparándose. En 1923  avanzó: 21.6 en 220  yardas en línea recta y 7.19 en el salto de longitud. Mas el verdor se llenó de gris: no se impuso en el torneo nacional. Decidió contratar a un entrenador profesional, lo que le costó no pocas críticas de los dogmáticos.

 Y Sam Massbini lo hizo crecer:  hizo hincapié en los 100  lisos y aplicó métodos más científicos además de darle más confianza en sí mismo.

Los resultados arribaron: 7.38 en el salto e igualó la marca mundial en 100 yardas: 9.6. La dirección olímpica de su patria lo dispuso para contender en la capital de Francia en 100, 200, relevo y salto largo.Una carta anónima  publicada en la prensa y comentada con posterioridad criticaba ese exceso.

Los funcionarios hicieron caso y lo dejaron para la distancia más corta y el relevo. Muchos años después se supo que el autor de la misiva era el propio atleta. En el nacional, es el uno en 100 (9.8) y en el salto (6.92).

En la pista parisina es el mejor en la primera eliminatoria con 11. En la siguiente fase, repitió la alegría con 10.6 e igualó el récord del clásico. Semejante tiempo en la semifinal y final. Según un escritor de la etapa,  en la lid decisiva: “…los cuatro estadounidenses salen delante y van muy igualados a los 40 metros, perseguidos de cerca `por el británico , quien llega primero a la meta y le saca un metro a uno de los favoritos: Jackson Schotz (10.7). Bronce para el neozelandés Arthur Porrithi (10.8).

El coronado en los 100 se arriesgó en los 200: terminó sexto (entonces  el último). Es el abridor del cuarteto británico que finalizó segundo superado por el colectivo de Estados Unidos: 40  (adiós a la plusmarca mundial) por  41,2. 

La lesión en un muslo al siguiente año lo llevó a retirarse. Mas no abandonó el atletismo. Aunque abogado, laboró como periodista deportivo especializado en atletismo. Brilló como estadístico y hasta ocupó el cargo de Presidente de la Asociación Mundial de Estadísticos del Atletismo. Sabía y defendía la importancia de este sector. 

Hasta el final de su existencia fue comentarista de la BBC. Falleció el 14 de enero de 1978. 

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