Por
Víctor Joaquín Ortega
Foto: Igualdad.es.
Mi amigo y vecino Guillermo quiere contarme algo importante. Desde su mirada me lo dice. Escritor y periodista, está casado hace más de 40 años con María, una mujer de la misma profesión. En la sala de su casa, cafecito por el medio, comienza a confesarse.
“El demonio ha sido esto de la pandemia. Y ya tú ves, de esa oscuridad saqué una lección, bueno, varias lecciones pero haré el hincapié en esta que me alumbró mucho más que tantos textos sobre el asunto: he sido bastante abusador con mi mujer…”
“¿Tú …! No lo creo, te conozco bien , ni siquiera eres violento…”
“La violencia no es el único abuso. Pero es violento también haberla cargado de tareas y yo de sabroso…
Una pausa. Tomamos café.
“Ese mismo café que te estás tomando lo colé yo, hasta hace unos cuantos meses no sabía hacerlo. Le meto a la cocina, al lavado, a barrer, a los mandados…La encerrona por la Covid me hizo notar el abuso que te dije. La pude ver batida con la ropa, con el piso, en las colas, cocinando… en etapa tan dura, sin abandonar el escrito que debía entregar: inventaba tiempo para terminarlo. Así ha sido todos estos años Me di cuenta que por eso, en gran medida, mientras que yo he visto salir 12 libros míos, mi mujer se ha quedado en cuatro, ¡y que obras, mi hermano, sobre la música cubana¡ dos de ellas se las han publicado en España…!
Mueve la cabeza y cierta tristeza le agarra la cara “No sé cómo ha podido lograrlo si ha llevado tanta lucha encima. Cuando más yo buscaba el pan y. en cuanto llegaba el periódico, a leerlo; después me situaba frente al televisor y no me quitaba de allí hasta que la mesa estaba puesta…por ella.
De nuevo sirve café en las tacitas antes de seguir al bate: “Todas las reuniones de los padres en las escuelas se las dejé; ni a una fui. Tampoco he sido ese padre guiando las tareas de mis hijos, viendo cómo andaban sus libretas, si comprendían de verdad las clases Si existía algún problema, me lo comunicaba y yo… le dejaba la solución.
Sonrisa especial antes de soltarme: “Ni siquiera atendí a los que venían a hacer una encuesta o a cobrar la electricidad, el agua, el diario, a fumigar…: se lo zumbaba a ella. Yo priorizaba mi labor, el cumplimiento de mis deberes políticos y profesionales, la enseñanza a los muchachos recién incorporados a la redacción. Pues a recibir galardones, diplomas, aplausos en varios actos Mi María allí, orgullosa de su esposo, aplaudiendo a rabiar, con una sonrisa grande en los labios que después convertía en besos. En cuanto volvíamos a casa..., se ponía a cocinar.
“Eso es lo acostumbrado y no es fácil… “Me corta: “Sí, costumbre, normalidad, hábitos malos… Hay que cambiarlos. El confinamiento me abrió los ojos: la lucha se le había triplicado y, de madrugada, se fajaba en la computadora para hacer real un nuevo libro.
Enronquece la voz: “¡Caraj…, no quise mantenerme jorobando su vida con mi vagancia hogareña! Aprendí, me batí con esos nuevos oficios y no como ayuda, sino porque me tocan tanto como a ella. La comprendo mejor, la quiero mucho más: se quiere en realidad con los hechos distantes de las palabritas de folletín y de las malas telenovelas. María merece más que este amigo tuyo los reconocimientos recibidos. He crecido un poco más como hombre, ¿qué tú crees?
No espera mi respuesta. “Oye, socio, dale para tu casa que María me enseñó a planificarme muy bien: ahora me toca lavar…”.