Las otras vidas de la ciudad (+Fotos)

La Necrópolis de Cristóbal Colón está declarada Monumento Nacional de Cuba. Fotos: Del autor
Por: Sender Escobar

Mientras existan los cementerios, habrá memoria.

Iniciaba la década del 70 del siglo XIX en La Habana y la frecuencia de fallecidos se incrementaba cada día, sin que el Cementerio de Espada o el resto de las iglesias pudieran asimilar a plenitud la demanda de servicios funerarios.

La Junta de Cementerios, compuesta por el Gobierno y el Obispado de La Habana, realizó entonces la convocatoria de un concurso para erigir el nuevo camposanto que sería bautizado con el nombre de Cristóbal Colón.

Presidido por el Ingeniero Francisco de Albear, el diseño ganador fue La Pallida Mors, del arquitecto gallego Calixto Aureliano de Loira y Cardoso. El proyecto se dividía en cuatro partes: Alza del muro perimetral; pavimentación de las calles para la viabilidad y el arbolado; ubicación de las portadas (norte y sur) y edificios administrativos; y construcción de la capilla central.

Calixto de Loira proyectó en el diseño cinco divisiones de los terrenos, en alegoría a las cinco heridas que recibió Cristo cuando fue crucificado: Zona de monumentos de primera; monumentos de segunda; monumentos de tercera; Cruz de Segunda Orden y Campo Común.

Las obras constructivas fueron inauguradas el 30 de octubre de 1871 al ser colocada la primera piedra, y quince años más tarde, en noviembre de 1886, se declaró abierto al público.

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Ricardo llega cada mañana escuchando música y rompe el canon del silencio que existe en su trabajo. Tiene como responsabilidad retirar las flores marchitas y sacar el agua estancada de los panteones ubicados en el cuadrante noroeste del cementerio de Colón.

Ricardo, trabajador del cementerio.
En su rutina laboral ha observado que las flores destinadas al luto o el recuerdo, poseen un tiempo variable de vida. Muy lejos de imaginar que trabajaría alguna vez como ayudante cementerial, Ricardo solía entrar a la ciudadela para aminorar las distancias de sus recorridos frecuentes en el Vedado, barrio donde nació y reside.

Un nexo familiar lo ha hecho investigar más sobre la historia de su centro laboral en búsqueda de la tumba de su tío bisabuelo José Manuel Acosta Bello, hermano del poeta Agustín Acosta, a quien la cultura cubana parece haber olvidado.

Ricardo siente que tiene mucho más por descubrir que lo encontrado, también percibe como el olvido es una circunstancia perenne y comenta sobre uno de los panteones más antiguos del lugar, que no posee identificación alguna.

Zeni Pereira Hernández museóloga del sitio, le ha contado varias curiosidades del lugar donde se tiene el último y más largo de los sueños.

La Galería de Tobías fue la primera bóveda habilitada con nichos, paradójicas causas hicieron que el primer morador fuese precisamente el máximo responsable de la construcción del nuevo cementerio: Calixto de Loira y Cardoso, tiempo después el sucesor de Calixto: Félix de Azúa encargado de la continuidad de las labores, fue el segundo poblador mortal de la galería.

Declarado Monumento Nacional el 18 de febrero de 1987, la mística del más grande cementerio habanero es uno de los atractivos de la capital cubana. La confluencia original de arquitectura, como la Capilla Central, única construcción religiosa octogonal de Cuba y la belleza escultórica de sus panteones, tumbas y puerta principal, han hecho de la Necrópolis un sitio donde la historia no perece.

En la necrópolis hay un espacio para recordar a los 8 estudiantes de medicina, fusilados en 1871.
Las exploraciones de Ricardo varían en lugares y frecuencia. Suele hacer fotografías a pequeñas estatuas fúnebres que el paso del tiempo parece haber dado otro simbolismo. Entre los paseos interiores que ha realizado, describe el primer lugar de entierro donde permanecieron por años, los ocho estudiantes de medicina y el muro que lleva los nombres de los jóvenes que la crueldad truncó su existencia.

A pocos metros del mausoleo esculpido por José Villalta, donde actualmente reposan los estudiantes, Fermín Valdés Domínguez y Federico Capdevila, se encuentra el panteón del comerciante español José Gener Batet quien presidiera el consejo militar que condenara a muerte a los jóvenes. La construcción que homenajeaba a los estudiantes fue para el hispano una afrenta personal, en desquite mandó a elevar a un nivel superior su futuro sepulcro.

Tiempo después de fallecido y enterrado, un rayo destruyó la parte que sobresalía como una suerte de misteriosa justicia divina y meteorológica.

Ricardo vive a unas cuadras de su trabajo, pero también emplea su tiempo en un oficio que requiere silencio y soledad: la escritura. Aunque no reniega el surgimiento de algún relato propiciado por el lugar, considera que es un mito poético viciado la inspiración literaria asociada a la atmosfera de tranquilidad existente en el Huerto del Señor.

Para muchos es un lugar sagrado.
Aclara que trabajar en el cementerio arrastra consigo la errónea percepción de un pasado con antecedentes penales o poca capacidad intelectual, una especie de estigma social al ser objeto de valoraciones superficiales quienes ejercen servicios funerarios, como si fuera la última o única opción laboral disponible.

Las complejas técnicas de inhumación y exhumación, sumado a que los sepultureros no poseen todos los medios para realizar sus labores en tumbas y panteones con más de cien años de antigüedad, donde pueden ocurrir accidentes que dañen la estructura y la historia, son algunas de las dificultades que hacen frente día a día los trabajadores de la Necrópolis.

Ricardo continua la búsqueda de historias y leyendas en un sitio sagrado y temido a la vez, donde el pasado no caduca a pesar del futuro, pues mientras existan los cementerios habrá memoria.

El cementerio Colón es el más grande de Cuba.

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