Héctor Milián resultó seleccionado en 1991 y 1992 como el mejor deportista de Cuba. Foto: Tomada de Bohemia. |
Ismael Borrero y Mijaín López, ambos monarcas olímpicos, con la habilidad, valentía y saberes que los encumbran, son herederos de Héctor Milián, el luchador grecorromano que abrió el camino dorado en Juegos Olímpicos para Cuba.
La fortaleza y entrega plena en el entrenamiento y los combates y, claro, la existencia de otro sistema en su país, perfectible, pero donde el deporte es un derecho del pueblo, convirtieron al estelar de la modalidad clásica, Milián, en una gloria deportiva.
Natural del territorio artemiseño de Taco Taco, antaño perteneciente a la provincia Pinar del Río, el nacido el 14 de mayo de 1968 se enamoró de los combates de la modalidad grecorromana y avanzó con paso certero.
Forjado desde la base a la academia para quien la merece, centros prometidos por Fidel en el primer mes del triunfo del pueblo, se impone en los 90 kilos del mundial juvenil, efectuado en Schifferstad, Alemania, en 1986. Un año después es mayor la alegría: monarca de la categoría de los 100, en la justa del orbe, en Varna, Bulgaria.
El ascenso no se limitó al peso. Técnica, fortaleza y coraje, robustecidas y abrazadas con unos enormes deseos de avanzar y vencer, que traía desde niño. Los profesores lo sabían y se batían para ganarlos para sus respectivas disciplinas.
La lid grecorromana lo enlazó, para bien. En el desarrollo resultó decisivo el entrenador Pedro Val, quien jamás se limitó a dotarlo de mejores condiciones atléticas. Lo ciudadano recibió el mismo trato. La labor fructificó.
¿Y si los conduzco a los momentos del gran poema del Gigante de Taco Taco? Vamos a verlo competir en los XXV Juegos Olímpicos. Barcelona 1992 abra las puertas. Rápido hacia el colchón de los greguistas. Primer escollo: Serguei Demiachkevitch, representante de los llamados Estados Unificados. El rival no es panetela. ¡Cuidado, muchacho, tiene maña, vigo, te ataca…! No puede con el nuestro: por uno a cero es vencido.
El senegalés Alioune Diouf es el segundo valladar. Demasiado bajo: gana el antillano por decisión. Venga el búlgaro Aranas Komehev: prometía mayor oposición. El cubano lo arrolla. El vencedor está libre en cuartos de final. Falta le hace el descanso. En semifinales, frente a un muro. Solo en papeles realmente: el alemán Andreas Steinbach, cae por 10-4.
Libre en cuartos de final, el germano Andreas Steinbach en semifinales representa un muro. El nuestro lo quiebra 10-4. Por la medalla de oro enfrenta a un polaco que prefirió ser estadounidense, Dennis Koslowski. Dura batalla. Cree que ha vencido a Héctor y él está bastante lejos de Aquiles: sus sueños son quebrados por dos a uno.
El destacado discípulo de Val se convirtió así en el primer campeón olímpico de su patria en la modalidad e inauguró la gran victoria en la gran fiesta del músculo para los luchadores grecorromanos de la mayor isla del Caribe.
Héctor Milián resultó seleccionado en 1991 y 1992 como el mejor deportista de su patria, es uno de los 100 más destacados de la nación en el siglo XX y ocupa un sitio en el Salón de la Fama de la Unión Mundial de Luchas, desde agosto de 2016.
Jubilado hace tiempo, sin embargo, estará activo en el gran certamen de Tokio, como lo ha estado siempre en cuanta justa de su especialidad se han realizado. Borrero y Mijaín son herederos. Sus hazañas son también parte del legado Milián, pues ellos son continuadores de lo alcanzado por este inmortal del deporte cubano.