Lázaro Ross. Foto: revista La Jiribilla. |
La música tiene una riqueza incalculable
como parte de las tradiciones africanas que, de conjunto con las
europeas, las asiáticas y las de medio oriente, forman esa especie de
ajiaco con que el sabio etnólogo don Fernando Ortiz definiera la cultura
cubana.
Numerosos han sido los exponentes de la música de raíces africanas que ha dado esta tierra, desde tiempos de la colonia, para acompañar los rituales religiosos de los esclavos traídos desde el mal llamado “continente negro”, y que luego pasaron a formar parte integral e inseparable del acervo cultural cubano.
Matanzas, Santiago de Cuba y La Habana han sido cunas de prestigiosos cultivadores de la música afrocubana, entre los cuales no puede faltar el nombre de Lázaro Ross, quien nació en la capital cubana el 11 de mayo de 1925.
Cantante dotado de unos registros vocales exclusivos y de una profunda vocación artística y pedagógica, fue fundador del Conjunto Folklórico Nacional y uno de los intérpretes de música yoruba más importantes de Cuba.
Cantando como bajo o llegando a las más estridentes notas, su potente y hermosa voz le permitió actuar junto a importantes figuras, tanto de la música lírica como de la popular.
Aprendió los primeros cantos con Otilia Mantecón, una de las más reconocidas sacerdotisas de la Regla de Ocha, pero su carrera en el arte la inició en los espectáculos del Departamento de Folklore del Teatro Nacional de Cuba (TNC), donde actuó como cantante y bailarín de numerosas obras de corte afrocubano.
En 1949 comenzó a presentarse en un programa de música folclórica en la emisora Cadena Azul y 10 años más tarde integró el colectivo que llevó, por primera vez, un espectáculo afrocubano al teatro, lo que ocurrió en la sala Covarrubias del TNC.
Con la película Suite Cubana, del coreógrafo Ramiro Guerra, debutó en el cine, participó también en Osain y otros cortos y documentales con el tema de los antecedentes africanos y la santería cubana, entre ellos, El mensajero de los dioses, Iroko, Shangó y La jicotea y Ogún, así como en los filmes Historia de un ballet y María Antonia.
Trabajó con el Ballet Nacional de Cuba y la Orquesta Sinfónica de Matanzas. Es autor de las obras para teatro, El Alafín de Oyó y Arará. Se desempeñó como profesor de la Escuela Nacional de Arte, del Instituto Superior de Arte y del FolkCuba.
En sus numerosas giras internacionales grabó música folclórica para la radio y la televisión de Bélgica, Argelia y España; para la colección discográfica Chant du Monde, en Francia, y la cadena BBC, de Londres.
Además, grabó discos con el grupo Síntesis, dirigido por Carlos Alfonso, y Mezcla, por Pablo Menéndez. Sin dudas, su obra más trascendente es la colección de discos sobre cantos yorubas titulada Orisha Ayé.
Entre los premios y reconocimientos obtenidos por su labor artística se encuentran tres premios Cubadisco; el Premio Internacional Fernando Ortiz, otorgado por la fundación de igual nombre; la Orden Félix Varela de Primer Grado, otorgada por el Consejo de Estado; el primer premio en el Festival de Venecia, Italia; el Grand Prix Templo de Oro, en Sicilia, y tres nominaciones a los Grammy Latinos por sus discos Yemayá, Oshún y Shangó y en 2003 recibió el Premio Nacional de la Música.
También recibió la llave de la ciudad de Boston, diplomas de la Universidad de Los Ángeles, ambas en los Estados Unidos, la condición de Artista Emérito de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y las medallas, de la Cultura Cubana y Alejo Carpentier.
Lázaro Ross falleció el 8 de febrero del 2005 en La Habana, a los 80 años, víctima de un cáncer. Será siempre recordado por los méritos alcanzados en su extensa labor como cantante y profesor de varias generaciones y por su alta capacidad alcanzada en años de estudios y superación.