Vendedor ambulante. Foto: Gilberto González García |
Desde
que en el mundo aparecieron las primeras formas de vida organizada, con ellas
nació la necesidad de anunciarse como un medio imprescindible para la
perpetuación de la especie.
Así,
las flores usan sus formas, colores y perfumes para atraer a los animales que
las polinizan y los animales despliegan numerosos métodos para decirles a los
individuos del sexo opuesto: “Estoy aquí y soy tu mejor opción para procrear”.
Entre
los seres humanos primitivos ya debe haber existido la imperiosa necesidad de emitir
anuncios. Quizás, por ejemplo, si el neandertal llegaba corriendo y se paraba
en medio de sus compañeros de tribu para decir: “uka, uka, jam, jam” tal vez quería decirles que había divisado una
posible presa en el cercano valle; si el mensaje era “uka, uka, ñom, ñom”, a lo mejor lo que había encontrado era un
árbol cargadito de dulces frutas; pero, si por el contrario, el mensaje era “¡uka, uka, ulle, ulle!” seguro que lo
que venía acercándose a toda carrera era un hambriento tigre dientes de sable.
Es
muy posible que ese el origen más remoto del pregón que; según el diccionario
Espasa Calpe, de la Real Academia de la Lengua; se define como: “Promulgación o
publicación que se hace en voz alta de un asunto de interés general” ¿Ve que
coincide?
Pero
todos sabemos que pregón es mucho más. Sobre todo para los cubanos que tan
magníficas piezas musicales atesoramos bajo ese nombre genérico ¿Quién, en
cualquier punto del globo terráqueo, podría asegurar que no conoce el famoso Manisero de Moisés Simons?
O
aquel otro, más movido, de Gonzalo AscencioHernández y que popularizara Tito Gómez con la orquesta Riverside,
que anuncia: “¡Estiro bastidores!” Y el del carbonero, compuesto por Iván
Fernández: “A tres kilos el saco / lo vendo barato / a las planchadoras / yo
traigo mejoras.” Y ese otro precioso tema: Frutas del Caney, compuesto por Félix B. Caignet.
Claro,
el pregón comercial con visos artísticos no es privativo de la mayor de las
Antillas. Otros países, sobre todo los que fueron colonias de Portugal y España,
y en esas propias metrópolis tienen tradiciones en esa forma de expresión.
En
sus inicios, el pregón comercial fue una herramienta indispensable para la
gestión de los vendedores ambulantes y cuanto más agradable se hacía al oído, más
posibilidades tenían de incitar a la compra.
Algunos,
que pudieran considerarse pregones, ni siquiera recurrían a la voz del
comerciante. Recordemos al amolador, con su pequeña armónica de juguete y su
tonada distintiva, anunciando su presencia a las amas de casa necesitadas de
dar filo a los utensilios domésticos.
Pero
la vida evoluciona y las costumbres cambian. En Cuba, nuevas formas de
comercialización, con la desaparición casi total de los vendedores y
prestadores de servicios ambulantes, hizo que los pregones cayeran en desuso.
Ahora,
al calor de los cambios en las formas de gestión económica instituidos en nuestro
país, reaparecen los negocios particulares y con ellos la modalidad de muchos
comerciantes de brindar sus productos y servicios a domicilio. Por supuesto, paralelamente,
renacen los anuncios a viva voz y con el uso de adminículos sonoros.
Pero
ya no son aquellos pregones musicales, ingeniosos, risueños, que escuchaba en
mis años de infancia. Ahora, algunos de ellos son tan ruidosos y desagradables que
no solo le quitan a uno los deseos de comprar el producto que oferta, sino más
bien nos tientan a tirarle un balde de agua fría, porque no nos dejan ver
tranquilamente la televisión y a veces, ni dormir.
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