Autor: Eduardo González GarcÃa
Por supuesto, a nadie le gusta pagar impuestos,
contribuciones y tasas.
Podremos comprender la necesidad de los tributos,
saber que existen en todos los paÃses e, incluso, en la mayorÃa, mucho más
gravosos que en Cuba, pero, a la hora de sacar dinero del bolsillo, a todos se
nos pone la cara seria.
Sin embargo, aunque no nos gusta pagar impuestos,
es una obligación, establecida por la ley, y evadirlos constituye un delito
duramente sancionado en todo el mundo.
En otros paÃses, son muy pocos los que se atreven
a subdeclarar, o sea, a reconocer menos ingresos que los realmente percibidos,
y cuando los descubren, ¡AYAYAY!
En el sistema capitalista, vigente en casi todo el
planeta, hay ese tipo de “cultura tributaria”, que responde al aspecto
represivo del problema, aunque los contribuyentes sepan que la mayor parte del
monto de la recaudación va llenar los bolsillos de funcionarios corruptos y a
financiar gastos que en nada benefician a la población.
Por ejemplo, los contribuyentes norteamericanos
financian, sin querer, y a veces sin saberlo, las aventuras militares de su
gobierno, las agresiones contra Cuba y contra cualquier otro paÃs cuyos
dirigentes no le agraden a la
Casa Blanca.
AsÃ, el dinero de los tributos pasa a manos, por
ejemplo, de los dueños del complejo militar-industrial, los grupos anticubanos
y antivenezolanos de Miami y otros parásitos de esa sociedad.
¡Cuántos palestinos, iraquÃes, afganos, libios…
habrán muerto o estarán mutilados por las bombas que pagan inocentes ciudadanos
de los Estados Unidos!
Pero volvamos a Cuba, donde, tras medio siglo de
escasa práctica tributaria, hay varias generaciones que, en su mayorÃa, nunca
habÃan pagado impuestos y, por tanto, no existe una cultura tributaria, ni
siquiera la que suele ser creada por la obligación legal.
No la hay, pero tendrá que haberla, habrá que
fomentarla, no solo sobre la base de las inevitables sanciones a los
infractores, sino, principalmente, mediante la educación que explique y
convenza de la necesidad económica y social de exigir el pago de impuestos.
Cierto que a nadie nos gusta pagar impuestos.
Pero tampoco nos gusta que sea escaso el
transporte público, que las calles estén llenas de baches, que falte el agua en
la ducha, que haya escuelas y hospitales sin el debido mantenimiento…
Esa es una de las razones de que existan los
tributos, para financiar el gasto público que, en Cuba, es muy alto, debido a
la salud y la educación gratuitas, amén de subsidios a los alimentos,
medicinas, servicios y otros beneficios sociales.
Tampoco son de nuestro agrado los altos precios
del mercado agropecuario e industrial, ni de los servicios sujetos al mercado
de oferta y demanda, que solo son posibles cuando una parte minoritaria de la
población tiene recursos con qué pagarlos, aunque el resto no tenga acceso a
ellos.
Eso, que los economistas llaman demanda solvente,
que no es pareja, es una de las razones de que existan los impuestos, para
equilibrarla, mediante la redistribución de ingresos.
Los tributos tienen otras funciones, muy
importantes, entre ellas, la de incentivar actividades productivas y de
servicios vitales, y desestimular aquellas que son superfluas, suntuarias, o
atentan contra el medio ambiente, la salud y el bienestar de la población.
También la de favorecer los ingresos procedentes
del trabajo socialmente útil y gravar los que proceden de fuentes que no
aportan beneficios a la sociedad.
Esos son principios generales de la administración
tributaria en cualquier paÃs, aunque su aplicación alcanza la mayor
transparencia en Cuba, donde los ingresos del Estado se destinan, realmente, a
satisfacer necesidades de la población.
Sin pretender agotar el tema, hemos tratado de
explicar la necesidad de educar una cultura tributaria, que debe nacer del
conocimiento de las razones expuestas, pero tiene que apoyarse, también, en
sanciones a los que incurran en mora o evasión de impuestos, o en
subdeclaración de ingresos.
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