Juegos Olímpicos de 1908, en Londres. Foto: AS. |
Por: Víctor Joaquín OrtegaNace la frase “Lo importante no es vencer, sino competir”, el 17 de junio de 1908. La pronunció Ethelbert Talbot, arzobispo de Pensilvania, en un servicio religioso durante los IV Juegos Olímpicos, que se escenificaban en la capital de Inglaterra, para los deportistas congregados en la Catedral de San Pablo.
La reflexión la complementó Pierre de Coubertin: “Lo importante en la vida no es el triunfo sino la lucha, lo esencial no es haber vencido, sino haberse batido bien, Extender estas ideas es preparar una humanidad más valiente, más fuerte, más escrupulosa y por tanto más abnegada”.
Sin, embargo, para muchos atletas y artistas, lo trascendental es ganar de cualquier manera. En esa misma magna cita la sede lanzó a un lado la decencia. Coubertin señaló al respecto: “…la batalla anglo-americana se concentró en el atletismo, y ambas partes aportaron a la lucha tal dureza y encarnizamiento que aquello parecía el despertar de todos los recuerdos históricos e incluso el honor nacional parecía puesto en lucha”. Y los ingleses hicieron diversas triquiñuelas, desde eliminar la presencia de árbitros extranjeros hasta obligar a los suyos a delinquir.
Los gritos en contra llegaron a las nubes: en ciclismo monopolizaron los logros de forma fraudulenta, y cuando el galo Maurice Chilles ganó los mil metros, lo descalificaron sin razón. La única alegría foránea fue en tándem: por ello los jueces fueron separados de sus puestos.
En esgrima pusieron en los mismos grupos eliminatorios a los franceses., Debieron cambiar esa estructura debido a las protestas. El arbitraje se vengó: ciegos para los toques propinados por los ajenos e inventores de los propios. En el atletismo ni con todo lo que intentaron pudieron imponerse como deseaban especialmente. Estados Unidos venció.
Eso sí: los británicos supieron aprovechar su condición de sede y al añadir el rosario de trampas, fueron los mayores acumuladores de galardones seguidos de Usa. Algunos de aquellos organizadores de tan manchada lidia se dolieron del revés donde querían ser los ases. De la conversación entre aquellos aristócratas: “Debimos ganar el deporte rey. Dios, que estos plebeyos nos volvieran a superar en él…Y, ahora, con el negro John Taylor entre sus campeones, como integrante del relevo que rompió el récord mundial…”.
No eran angelitos sus vencedores, bastante más allá del campo y la pista, llegaba un nuevo imperialismo buscando espacio para explotar mejor, mientras sus antiguos expoliadores iban en decadencia. A pesar de ese sentir aristocrático hiriendo el Sur —todavía le vibra—iba directo a la plata por encima de todo y trabajaba por desarrollar la ciencia y la técnica a cómo de lugar. Lo abordaremos en próximas ediciones.
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