Juegos OlÃmpicos de Londres 1908. Foto tomada del sitio web olympics.com. |
Por: VÃctor JoaquÃn Ortega
El cuarto certamen olÃmpico fue muy herido. El periodista francés Frank Puaux no exageró cuando publicó lo siguiente: "Los Juegos han dado el golpe de gracia a la reputación del sportmanship inglés". Sintetizaba la opinión de muchos ante una lid atlética tan lacerada por la rivalidad entre los británicos y los estadounidenses "(…) que se pasa de lo deportivo y parece una guerra", como agregó el articulista.
Error inicial y de mayor importancia, permitido por el Comité OlÃmpico Internacional (COI): los anfitriones no admitieron jueces extranjeros e impusieron los suyos, quienes se burlaban de la honradez y sonreÃan jornada tras jornada al chovinismo junto a los organizadores.
Clara muestra en la esgrima: situaron a los franceses en los mismos grupos eliminatorios para que se mataran entre sÃ. Las protestas rasgaron las nubes. Ante el cambio de la estructura competitiva, los árbitros se vengaron: ciegos para los toques propinados por los ajenos e inventores de los aciertos de los compatriotas.
El ciclismo no salió sano e, incluso, invalidaron triunfos de los visitantes, el más sonado el del galo Maurice Chilles en los mil metros. Solo en tándem ganaron los extranjeros: ante la dormidera de los jueces al no cumplir lo encomendado, una gran reprimenda les cayó encima después, y la exigencia de abrir los senderos a las trampas fue superior.
Sin embargo, en la justa hay heroicidades, dramas, alegrÃas, tristezas y, sobre todo, a pesar de la antideportividad, la IV Olimpiada fue un paso de consolidación. De las fallas se extrajeron experiencias, se limaron asperezas, se impulsó hacia el camino correcto. Los procesos en la vida no van en lÃnea recta y, entre bajas y altas, a pesar de las tembladeras, si se guÃa bien puede llegarse a la meta.
Pierre de Coubertin expresó: "La batalla angloamericana se concentró en el atletismo y ambas partes aportaron a la lucha tal dureza y encarnizamiento que aquello parecÃa el despertar de todos los rencores históricos e incluso el honor nacional parecÃa puesto en lucha". Pero siente que el olimpismo está venciendo.
Foto tomada del sitio web olympics.com. |
No soslayemos las páginas escritas con la acción por los protagonistas. Que venga el sudafricano Reginald Walker; con 10.8 se echa en el bolsillo el primer puesto y quiebra la marca del clásico en los 100 metros planos. No formaba parte de la delegación de su paÃs, pero alguien se enfermó y, por la vÃa de la casualidad y la desgracia de alguien, este muchacho de 19 años arribó a la historia del atletismo.
Por primera vez se usa la garrocha de bambú: con ella obtienen el triunfo Edward Cooke y Alfred Gilbert, ambos de Estados Unidos, con 3.71, adiós a la plusmarca olÃmpica. Los dos dan cuenta del mundial con 3.85 ese mismo año.
También por primera ocasión un haitiano se convierte en medallista olÃmpico en el deporte rey: Silvio Cator, plata en salto largo, superado por Ed Hamm, de Estados Unidos, 7.73 por 7.58.
Primera oportunidad en que aparece un negro en la representación estadounidense, según la investigación del hispano Juan Fauria: se trata de John Taylor, presea máxima en el relevo 200-200- 400-800 junto a William Hamilton, Nate Cartmell y Mel Sheppard. Para los gringos era demasiado presentar a este velocista en lo individual: le perdonaban el color, porque les hacÃa falta sin respetarlo como ser humano. Taylor murió en diciembre de ese mismo año.
Prometo dedicarme próximamente, de alguna manera, a páginas merecidas de ser abiertas: en especial, la del vencedor-derrotado maratonista Dorando Petri y la de Panin, primer titular ruso.
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