Historias olímpicas: que nos fortalezcan estas hazañas (Parte II y final)

Galina Zybina. Foto: Archivo Radio COCO.

Por: Víctor Joaquín Ortega

Seguimos tras la pista de hazañas deportivas que robustecen el alma, y no solo a quienes las conquistaron, sino también a los que encuentran en ellas inspiración o fuerza en los avatares cotidianos.

En Helsinki 1952 debutan los deportistas del pueblo soviético. Llegan cuando tenían lo que tenían que tener. Brillan. Lo realizan desde su masividad enorme, bien trabajada por el desarrollo científico-técnico. Sus muchachas asombran, especialmente las lanzadoras. Entre ellas, Galina Zybina. Calienta antes de entrar a competir. Ya lo hace. Ahí va su balazo… ¡De pronto, otros disparos, explosiones…!

Tiembla la tierra y no se debe a un movimiento telúrico. Presenciamos algunos momentos del cerco nazi a Leningrado. ¡Los derrotaremos, hijos de perra…! Y que nos disculpen las perras.

Ahí viene la niña Galina. Carga un balde lleno de agua. Más bien lo arrastra. Lo conduce a esa casa destartalada. La anciana sale de allí con paso cansino. "Con cuidado, mi nieta...". Y le pide que busque algún alimento. "No nos queda nada, nada…".
 
De regreso al estadio finés. La bala enviada por la soviética aterriza... Miden: 15.28 metros, nueva marca para el certamen. La compatriota de la triunfadora, Klaudia Tochenova, consigue bronce (14.50) y la alemana Marianne Werner, plata (14.57). El implemento preferido de Galina no le sonríe: cuarto lugar con 48.35. En Melbourne 1956, termina segunda, solo superada por su coterránea Tatiana Tiskhevich 16.59 por 16.53.

Tokio 1964. Varios escépticos desaprueban la presencia de la veterana Galina Zybina. Pero va. Su paisana Tamara Press repite la victoria de Roma 1960 (17.32) con 18.14. La teutona Renata Garisch es la vicecampeona: 17.81. La cuestionada noquea a los cuestionadores: tercera por su envío de 17.45. Ella recuerda el inicio en las clases de Educación Física. Jugaba con un palo, le dio por tirarlo contra la pared. Truenazo.

El profesor no muestra disgusto. "¿Dónde aprendiste a tirar así?". Respuesta: "Desde chiquita me encanta tirar piedras, palos, lo que sea y a todos los varones de mi pueblo siempre los derroté".

Desde entonces, a practicar y mejorar lo que fue tiradera. Con instrumentos muy rústicos primero. Por bala, granadas desactivadas. En una ocasión, aquella arma, convertida en implemento deportivo, salió por una ventana después de romperle los cristales. Con palos enormes era jabalinita. Fuerza, resistencia. Juntadas al aprendizaje de la técnica, sin olvidar el amor por el nuevo camino.

Nonagenaria expresa en un documental: "Una olimpiada es una olimpiada y uno la lleva muy adentro para siempre. Si no tengo que competir en ambas pruebas a la vez, hubiera alcanzado una medalla al menos con la jabalina. Me sentía bien, pero terminé agotada".

Señala: "¡Cuánta potencia me dio comprender que representaba a mi patria! También me la ofreció la indignación ante la burla, el desprecio, la condena de muchas publicaciones y hasta de algunos rivales, cuando fue mi país el que más luchó, el que más vidas perdió al enfrentar a los hitlerianos.

Agrega: "Fue determinante en mi victoria la resistencia que obtuve durante el cerco. Perdí 12 kilos, apoyé a los opositores de los fascistas y tuve que ocuparme de mi hogar como si fuera adulta en medio de los ataques de la artillería enemiga".

Al calor de París 2024, recordemos aún más las proezas de tantos héroes y heroínas de la aventura olímpica moderna, rescatada fundamentalmente por el gran pedagogo francés Pierre de Coubertin. Esas hazañas nos hacen creer en los mejores valores del ser humano -¡bastante falta nos hacen!- y bien asimiladas pueden ayudarnos en el enfrentamiento a lo peor de este planeta tan envenenado y a lo peor de uno mismo. Prometo seguir narrándolas en próximas ediciones.

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