23 y 12

Foto: La Jiribilla.

Por: Ciro Bianchi Ross/Cubadebate

La cercanía del cementerio Cristóbal Colón, inaugurado en 1871, impulsó la jerarquización de la esquina de 23 y 12, un sitio que, con los años, cedió importancia ante la esquina de 23 y L, cuando a fines de los años 40 del siglo pasado despuntó el desarrollo de La Rampa.

Es una esquina histórica. Fue en 23 y 12 donde el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana. Lo hizo en la despedida de duelo de las víctimas de los bombardeos que precedieron la invasión de Playa Girón y ante miles de milicianos que no demoraron en entrar en combate. Antes, en ocasión del sepelio de los trabajadores muertos en el puerto habanero por el sabotaje del vapor francés La Coubre, Fidel pronunció allí, por primera vez, la consigna "¡Patria o Muerte!".

En este acto, en el que figuraron en la tribuna Simone de Beauvoir, la autora de Los mandarines y El segundo sexo, y el filósofo francés Jean-Paul Sartre, que entonces acopiaba datos para el sensacional reportaje sobre Cuba que, con el título de Huracán sobre el azúcar, publicaría en France Soir. Fue en aquella tarde del 5 de marzo de 1960 que el fotógrafo cubano Alberto Korda captó su famosa imagen de Ernesto "Che" Guevara, que la crítica considera una las 100 mejores piezas de la historia de la fotografía y que se ubica, asimismo, entre los 10 mejores retratos, junto al de Sarah Bernhardt, de Nadar, el de Lincoln, de Brady, el de la Garbo, de Steichen, el de Marilyn Monroe, de Halsman, el de Kennedy, de Cornell Capa…

La mala memoria

Foto tomada de la Agencia Cubana de Noticias.

Sesenta, setenta años son apenas un pestañazo en la historia, pero buena parte de la vida de una persona. El tiempo embota aristas, decolora pinturas, desdibuja imágenes. Se olvidan nombres y lugares. No cree el cronista que sean muchos los que recuerden que el cine Charles Chaplin, en el momento de su apertura, con sus mil 500 lunetas, se llamó Atlantic, al igual que el edificio que lo acoge, construido entre 1950 y 1953 en un proceso sucesivo de ampliaciones que llevó a nueve sus tres niveles iniciales. La sala, sede de la Cinemateca de Cuba, comenzó a llamarse Charles Chaplin el 20 de julio de 1983.

El edificio sirve de sede al Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (Icaic). El narrador Jaime Sarusky, que laboró allí en los comienzos de esa institución cultural como guionista, dijo a quien escribe que entonces el Icaic no ocupaba toda la edificación, sino un solo piso.

El Atlantic era un inmueble de oficinas. Radicaban allí bufetes de abogados, gabinetes estomatológicos, estudios de ingenieros y arquitectos y, sobre todo, despachos de no pocas compañías constructoras.

En uno de los cubículos se hallaba la sede de la Sociedad Cubana de Cardiología, y en otro, la de Radio Capital Artalejo, propiedad del periodista Arturo Artalejo, que en esa y otras emisoras radiales y televisivas hizo célebre su espacio Con la manga al codo, y que, pese a lo rimbombante de su nombre de Radio Capital, me dijo el investigador Jorge Domingo Cuadriello, no se escuchaba siquiera en toda La Habana y a veces salía del aire por desperfectos técnicos. En alguno de los cubículos de este o de aquel piso se hallaba la oficina del detective privado de Enigma para un domingo, de Ignacio Cárdenas Acuña, que en 1971 inauguró con mucho éxito la nueva novela policial cubana.

En los bajos del edificio abría sus puertas una óptica que, para no variar, llevaba, asimismo, el nombre de Atlantic.

Mármoles y flores

Foto tomada de la red social X.

Unas 15 florerías prestaban servicio en la zona, tanto por 23, como por 12, 10 y 25. Jardines florales como Goyanes, Trías, La Azucena, El Gladiolo, California, La Hortensia, La Jungla, Alcázar, La Dalia, Riviera, El Encano, La Diadema. También marmolerías como Isla de Pinos, Vilaboa, y la de José Taracido, establecida en el número 1 159 de la Avenida 23 desde 1912.  En el número 1 115 radicaba el Yobana Club y, aunque nos salgamos de la esquina, en 12 esquina a 15 la funeraria San Rafael, con capillas con aire acondicionado, que garantizaba —era su divisa— "un servicio económico a todo lujo".

Donde se encuentra la pizzería Cinecittá, se hallaba el bar-restaurante El Chalet que, en su nueva etapa, ya con ese nombre, cree recordar Domingo Cuadriello, abrió sus puertas el mismo día de 1966 en que lo hizo la heladería Coppelia.

Cuando aún era El Chalet, Flor Loynaz, la hermana de Dulce María, era habitual en el establecimiento. Allí se reunía con su apoderado que, copas de coñac por medio, le liquidaba los alquileres de casas y apartamentos de su propiedad. Flor, de manera invariable, andaba con una bolsa y se decía que llevaba en ella una pistola para defenderse de un posible asalto.  En El Chalet permanecía hasta que un automóvil, que conducía un chofer de su confianza, llegaba a recogerla.

Cruzando 12

Foto tomada del sitio web Cubadebate.

La Pelota, en la misma esquina, se llamaba entonces Los Aires Libres, bar-restaurante propiedad de un asturiano de apellido Fernández que, dice Domingo Cuadriello, pasaba todo el santo día al lado del cajero, en la caja contadora, casi siempre de pie, y con un trago de ron Carta Oro oculto por el mostrador. Desde allí, sin perder un detalle, vigilaba el desenvolvimiento del negocio.

Seguían por la misma acera, según se avanzaba hacia 14, anuncios de los supermercados La Copa, y el gran anuncio lumínico de la ginebra Gordon. El restaurante Pekín, de comida china. En la acera de enfrente el cine 23 y 12, inaugurado en 1941. En la esquina, donde radica la galería de arte y se emplazó una placa que recuerda la declaración del carácter socialista de la Revolución, funcionaba el restaurante Las Brisas. En el edificio Sarrá vivieron el matrimonio del novelista Carlos Montenegro, autor de Hombres sin mujer, y la periodista Emma Pérez Téllez, que durante años acreditó en la revista Bohemia la leidísima columna que aparecía bajo el título de De usted también diremos algo.

Atravesamos nuevamente la calle 12 para toparnos de inmediato, en el número 521 de la calle 12 esquina a 23, con la Casa Fraga y Vázquez, dos gallegos que fueron empleados de ese restaurante hasta que se hicieron dueños del establecimiento, muy frecuentado por políticos de la oposición y del Gobierno, que allí hacían tertulia por las tardes, mientras que, ya de madrugada, tras el cierre de clubes y cabarets, era centro de reunión de figuras de la farándula que acudían a beber la copa “del estribo” y entretener el estómago con los famosos entrepanes.

En la misma acera se hallaba La Suiza, dulcería-pastelería subsidiaria de La Gran Vía, de Santos Suárez, y el expendio de flores La Violeta. También el café Habana, que ocupaba el espacio del actual centro cultural Fresa y Chocolate. Era un café tipo español que disponía de una vidriera con una oferta muy variada. Cerraba la esquina el comúnmente llamado Ten Cents de El Vedado, una de las cinco tiendas que tenía en La Habana —y otras cinco en el interior del país— la compañía F. W. Woolworth, filial de la norteamericana de igual nombre, establecida en la Isla desde 1924, y que vendía mayormente artículos de importación. Al lado de este establecimiento, pero ya por la calle 10, la tintorería El Recreo. Más abajo, en 8, en la bodega La Lonja, los sándwiches espectaculares de Paco el Lunchero.

Personas y personajes

Necrópolis Cristóbal Colón. Foto tomada de la enciclopedia EcuRed.

Pese a su proximidad con la necrópolis Cristóbal Colón, los entierros tenían —y tienen— prohibido transitar por la calle 23.

Algunos lo han hecho, sin embargo, de manera excepcional, como el del mayor general José Miguel Gómez, segundo presidente de la República, multitudinario, que ocasionó a su paso un serio incidente entre sus partidarios y la fuerza pública, y, en noviembre de 1933, el del filósofo Enrique José Varona. Por 23 llegaron al cementerio los restos de los revolucionarios que a la caída de la dictadura de Machado aparecieron en las caballerizas del Castillo de Atarés, donde fueran asesinados por orden del siniestro capitán Manuel Crespo Moreno, jefe de esa dependencia. También el del parlamentario y líder de los trabajadores azucareros Jesús Menéndez, asesinado en la estación de trenes de la ciudad de Manzanillo por el entonces capitán Casillas Lumpuy. El entierro del senador Eduardo Chibás, presidente del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) fue la mayor manifestación de duelo que se conoció en Cuba con anterioridad a 1959: el pueblo ocupó las 19 cuadras que separan la Universidad de La Habana, donde se veló el cadáver del ilustre suicida, hasta el cementerio, donde, dada su condición de senador, fue inhumado con honores de teniente coronel muerto en campaña.

Tras el triunfo de la Revolución, desfilaron por la Avenida 23 hasta la necrópolis los cortejos fúnebres de los expedicionarios del yate Granma y del Corynthia, de los que encontraron la muerte en el sabotaje del vapor francés La Coubre y los combatientes fallecidos en el bombardeo de La Habana, vísperas del artero ataque a Playa Girón. También el sepelio del economista e historiador Raúl Cepero Bonilla y los integrantes de su delegación, muertos en un accidente de aviación en Lima, Perú, a su regreso a Cuba tras haber participado en una conferencia de la FAO. Los cubanos ultimados durante la invasión norteamericana a la isla caribeña de Granada…

El Caballero de París fue uno de los personajes que dieron tono a la esquina. De hecho, su imagen de bulto —merecería otra mejor— se exhibe en la pizzería Cinecittá. Esa fue quizás la última de sus estaciones, luego de deambular y pernoctar en lugares tan disímiles como los alrededores del Palacio Arzobispal, y las inmediaciones de Lámparas Quesada y el solar de la Mierdita, en Infanta y San Lázaro… En Cinecittá y en otros establecimientos de la zona, podía comer a su antojo, si así lo decidía. El Icaic, por disposición de Alfredo Guevara, su presidente, asumía el gasto.

Otro personaje memorable de 23 y 12 era el sujeto a quien Eduardo Robreño recordaba en uno de sus libros como un señor elegantemente vestido, con su cuello duro, corbata de seda y sombrero de pajilla que, de manera invariable, sostenía un palillo entre los dientes.

Aunque no lo pareciera a simple vista, ese hombre, quién lo diría, era un tamalero y vendía su mercancía a la voz de "con pica y sin pica". Lo peculiar de su pregón atraía a los peatones. Cerca de él, las latas con los sabrosos tamales. Lo inesperado del encuentro hacía que aquel insólito tamalero hiciese “su agosto” aunque transcurriese el invierno.

Hace poco vi una foto del personaje y pese a su saco y sombrero no había nada de elegante en su raído atuendo.

Tomado de: Cubadebate

YER 

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