¡No seamos ingratos con el boxeo!

Foto: Jit.

Por: Víctor Joaquín Ortega


He notado cierta ingratitud y escuchado comentarios insultantes acerca de la proa del deporte cubano, el boxeo, motivados por los resultados en el Campeonato Mundial y los Juegos Centrocaribes de San Salvador.

Fanáticos al estilo de aquellos capaces de dar la espalda al club o equipo de sus simpatías, desbarrar sobre este si con sus resultados no vive una fase feliz. Un verdadero aficionado apoya aún más en momentos duros.

Acerca del quehacer antillano en los citados torneos, varios periodistas nacionales como Yisel Filiú, cada vez más especializada, Yimmy Castillo y Melisa Blanco han profundizado, alejados de opiniones destructivas, aunque sin complacencia ni ocultar sus verdades. Llaman al estudio de esa baja, a partir de una visión constructiva. Así sí.

La minoría que arremete con el pugilismo olvida que esa disciplina es que mayor gloria ha conquistado para el país después del Triunfo de la Revolución. Y esa exitosa estela va más allá de las medallas, con la creación de una Escuela Cubana, con Alcides Sagarra al frente —solo igualada por la de voleibol para mujeres en los años de Eugenio George—.

La academia nuestra del jab y los ganchos mantiene la rumba entre las cuerdas: arte, ciencia, cubanía. Hermosa y elegante como ninguna, vencedora con elegancia.

Herencia preciosa tratada de de incrementar por los dignos entrenadores actuales en medio de una etapa donde la espectacularidad y el dinero han impuesto su marcha. Pierre de Coubertin pronosticó el gran daño que harían a la Cultura Física esos monopolios que usaban entonces pañales.

Ahora que los negocios y las riquezas mal habidas se abrazan como nunca y manchan, son más que una amenaza, son un golpe constante contra la humanidad en lo material y, peor, en el espíritu. Las lides del músculo no quedan incólumes.

En el estudio de la situación actual del pugilismo cubano es necesario, tomar medidas, ver cómo compaginar los diversos entrenamientos de acuerdo a los certámenes a los que se dirigen los atletas. Hay que ganar potencia en el punch y la asimilación, mejorar la ofensiva. Y no generalizar la baja de la guardia, el estilo del gran Julio César la Cruz. Pocos pueden lograr lo que él. Y quien imita sin poseer las condiciones fracasa.

También urge adaptar la Escuela Cubana de Boxeo, esa rumba llevada al ring sin soslayar su esencia (que no te den y dar), a las nuevas circunstancias, a los nuevos tiempos que han obligado a entrar en el profesionalismo y su lucro más que en la profesionalidad.

De no adaptarnos, el pugilismo antillano —las mujeres al fin sobre el ring— quedarían separados de toda opción, incluso la olímpica, donde más temprano que tarde serán programados mayor cantidad de rounds y guantes más pequeños para lograr más daño y espectáculo. La atracción de la sangre, el despertar en contendientes y espectadores de la fiera que todos llevamos adentro, avizoro con pesar.

Pero ante resultados no favorables, sin eludir el necesario análisis y la búsqueda de medidas efectivas, todos debemos tener en cuenta, especialmente la minoría ingrata, lo expresado por Fidel Castro el 28 de septiembre del año 2000: “A nuestros atletas no solo hay que aplaudirlos cuando vienen con medallas de oro: hay que recibirlos con afecto de hermano, hay que recibirlos (siempre) como cuando obtienen una victoria”.

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