Calles habaneras: señas de identidad

Atardecer en el Malecón de La Habana. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.
 

Por: Ciro Bianchi

La Calzada de Monte se llama Máximo Gómez, y la de Reina lleva el nombre de Simón Bolívar. Como Finlay se rebautizó la vieja calle de Zanja, y Belascoaín se denomina Padre Varela. Pero, ¿cuántos son los habaneros, viejos o jóvenes, que aluden a esas calles por su nomenclatura oficial? Pocos, en verdad, aunque los documentos y las tabletas que identifican las vías insistan en recordarnos que Teniente Rey, Zulueta, Concha y Estrella se llaman Brasil, Agramonte, Ramón Pintó y Enrique Barnet.

¿Se ha puesto usted a pensar en el nombre que lleva su calle y por qué?

Algunas se identifican con letras: otras con números. Esa manera tan racional de distinguir las calles comenzó a emplearse aquí a partir de 1858 cuando la estancia El Carmelo se convirtió en barrio residencial. Comprendía manzanas que se ubicaban entre el rio Almendares y la actual calle Paseo, y desde la calle 21 hasta el área de la costa.

Esos terrenos adquirieron mayor importancia un año más tarde, cuando el Conde de Pozos Dulces y sus hermanas obtuvieron la autorización para parcelar su finca El Vedado y quedó dividida en las 29 manzanas que se extienden entre las calles G y 9 hasta los límites de El Carmelo. Fue entonces que surgió la manzana como hoy la conocemos, con sus cien metros por cada costado. Por la calle Línea, que fue la primera en trazarse en la zona, circularon tranvías tirados por caballos, vehículos que fueron sustituidos por la “cucaracha”, maquinita de vapor que sobrevivió hasta 1900, cuando entró en servicio el tranvía eléctrico. La Avenida 23 fue trazada en 1862 y se llamó en sus comienzos Paseo de Medina, por el contratista que suministraba materiales de construcción al gobierno colonial y que vivía frente a donde, con el tiempo, se erigió el cine Riviera.

A capricho

El nuevo sistema de números y letras no sustituyó del todo el modo antiguo y más pintoresco que se empleó en La Habana Vieja y otras localidades habaneras, en que las calles recibieron su nombre a capricho, bien por un vecino, una persona célebre o un suceso que había despertado interés, o también por una iglesia, un comercio o un árbol.

Así, la calle Aguacate se nombra de esa manera por un árbol de ese fruto que se sembró en el huerto del antiguo colegio de Belén. Águila, por la imagen de ese animal pintada en la pared de una taberna que existió en dicha calle. Lealtad, por la cigarrería de ese nombre, y Alcantarilla, por la que se abrió en las inmediaciones del Arsenal. No faltaba la ironía a la hora de las denominaciones. Tal es el caso de Economía. Sucedió que un tal Cándido Rubio, propietario de un taller de madera, fabricó en esa calle, con tablas de desecho y los mayores ahorros, una serie de viviendas destinadas al alquiler.

San Rafael no se llamó siempre así. Se le conoció antes como Del Monserrate porque conducía a la puerta homónima de la Muralla, y se denominó también De los Amigos o Del Presidio por el que existía donde se levantó después el teatro Tacón, hoy Gran Teatro. Neptuno debe su nombre a la fuente de esa deidad emplazada donde la calle hace esquina con Prado; se llamó también de San Antonio y De la Placentera, y Suárez, que recibió ese nombre en honor del cirujano mayor del Hospital Militar, fue la calle Del Palomar, por uno que allí había, propiedad del Tío Domínguez. Cervantes fue el nombre original de la calle Cienfuegos, llamada así en recuerdo del periodista cubano Tomás Agustín Cervantes, director del Papel Periódico de la Havana.

Rótulos y números

Fue el despótico capitán general Miguel Tacón, gobernador de la Isla de Cuba, quien acometió la pavimentación y la rotulación de las calles habaneras, y también la numeración de los locales.

Lo dice en el documento en que hizo el resumen de su mandato: “Carecían las calles de la inscripción de sus nombres y muchas casas, de número. Hice poner en las esquinas de las primeras tarjetas de bronce y numerar las segundas por el sencillo método de poner los números pares en una acera y los impares en otra”.

Eso ocurrió entre 1834 y 1838. No volvió a rotularse ni a enumerarse hasta 1937.

Dice el historiador Emilio Roig que tras el cese de la dominación española en Cuba, el Ayuntamiento habanero comenzó a cambiar los nombres de las calles de manera caprichosa e inconsulta, sin obedecer orden, plan ni sistema alguno, sino en respuesta a intereses personales, vanidades, razones políticas y adulonería. A veces, reconoce el historiador, el Ayuntamiento actuó movido por la buena voluntad. Pero cada cambio provocaba siempre la protesta del vecindario.

Fue el propio Roig, en 1935, quien propuso que se les restituyera a las calles habaneras sus nombres antiguos, tradicionales y populares, siempre que no hirieran el sentimiento patriótico cubano. Los nombres de próceres o de celebridades nacionales de la cultura y la ciencia con los que se rebautizaron esas calles, debían reservarse, a juicio de Roig, para calles nuevas o innombradas. Proponía además que no se diese a ninguna calle, calzada o avenida el nombre de una persona viva o que no tuviese al menos diez años de fallecida, y que no quedara al arbitrio de los dueños de las nuevas urbanizaciones la denominación de sus calles. En buena medida, los argumentos de Roig tuvieron aceptación en las autoridades municipales.

En definitiva, nadie llamó Avenida de la República a San Lázaro, ni José Miguel Gómez a la calle Correa, en Santos Suárez. La Avenida de México sigue siendo Cristina, y Neptuno nunca ha sido Zenea, como Palatino no fue Cosme Blanco Herrera ni San Rafael, General Carrillo. O’Reilly siempre fue O’Reilly, y no Presidente Zayas, como se leía en sus tarjeras, y no creo que nadie recuerde ya que Trocadero fue alguna vez América Arias. Gerardo Machado hizo bautizar con su nombre la calle 23, en El Vedado, y Línea, en tiempos del batistato, comenzó a ser llamada Doble Vía General Batista, y ya sabemos lo que pasó.

Malecón

Algo similar sucede con el Malecón habanero. Recibió en sus orígenes, en los albores del siglo XX, el nombre de Avenida del Golfo en su tramo primitivo, aquel que se extiende entre el Castillo de la Punta y el monumento a Maceo.

Después a ese tramo se le llamó, sucesivamente, Avenida de la República, Avenida del General Antonio Maceo y Avenida Antonio Maceo. Eran los tiempos en que esa vía, la más cosmopolita de la urbe, llegaba justo hasta la estatua del prócer. A partir de 1936 el Malecón se fue extendiendo hasta la desembocadura del Almendares y los nuevos tramos recibieron los nombres de Avenida de Washington, Avenida Pi Margall y Avenida Aguilera,

Pero no hay quien los identifique para llamarlos así, si es que aún tienen esos nombres, y todos, habaneros y no, aluden a esa vía por el genérico y popular nombre de Malecón.

Así ha sido siempre y así será.

Tomado de Cubadebate

LLHM

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