¿A quién felicito?

Foto: Irene Pérez/Cubadebate.

Por: Leydis Luisa Mitjans

"(…) Yo sentía por mi papá lo mismo que mis amigos decían que sentían por la mamá. Yo olía a mi papá, le ponía un brazo encima, me metía el dedo pulgar en la boca, y me dormía profundo hasta que el ruido de los cascos de los caballos y las campanadas del carro de la leche anunciaban el amanecer (…)".

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No voy a felicitar a los padres por las cosas que hacemos las madres todos los días, y por las cuales nadie nos congratula. Hacerlo sería colocar -una vez más- la paternidad por debajo de la maternidad; sería reivindicar aquello de que padre "es cualquiera". Hoy elijo congratular a aquellos que reivindican la figura paterna; a quienes sin gritar al mundo los pañales que cambian o los biberones que preparan, colocan sin complejos su rol en un altar que todavía algunos intentan dejar solo a la maternidad.

Este día me resisto, también, a pensar en términos de buenos y malos padres. Y no porque crea que todos los modelos de paternidad son válidos, sino porque el modelo estereotipado y aún dominante en la sociedad heteropatriarcal donde vivimos respecto a lo que se considera un "buen padre", dista mucho de serlo: El papá que llega (casi nunca está); el único que trae (proveedor); el único que regaña (autoritario).

De hecho, la felicitación es para esos padres que no solo se salen de los moldes, sino que luchan por derribarlos. A los que tienen miedos, a los que sienten culpas, a los agotados, a los que tienen dudas, a los que desaprenden, o al menos lo intentan. A los que no esquivan la mirada cuestionadora del mundo sobre sus hombros.

Ojalá que el 19 de junio, el 20, el 21 también se hable de papá. Que las campañas por reconocer a esta "nueva paternidad" duren todo el año. Ojalá los médicos y los maestros no preguntaran por mamá cuando ven llegar a papá. Ojalá también, alguien, algún día, crea que los padres siempre saben.

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"(…) Cuando yo llegaba a la casa, mi papá, para saludarme, me abrazaba, me besaba, me decía un montón de frases cariñosas y además, al final, soltaba una carcajada. La primera vez que se rieron de mí por «ese saludo de mariquita y niño consentido», yo no me esperaba semejante burla. Hasta ese instante yo estaba seguro de que esa era la forma normal y corriente en que todos los padres saludaban a sus hijos (…)".

*Fragmentos del libro: El olvido que seremos

YER

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