Por: Redacción Digital
Considerado históricamente una capitulación vergonzosa al colonialismo español facilitada por la división de los independentistas nacionales, el Pacto de Zanjón, firmado el 10 de febrero de 1878 por dirigentes políticos y militares cubanos, terminó infructuosamente la Guerra de los Diez Años (1868-1878).
Ese documento no garantizaba el cumplimiento de ninguno de los dos principales objetivos de la contienda bélica: alcanzar la independencia y eliminar la esclavitud, por lo cual la llamada paz propuesta por los españoles era una forma engañosa de referirse a la rendición incondicional que exigían.
Desde el comienzo de las luchas independentistas el 10 de octubre de 1868 el germen de la desunión estuvo presente en el proceso revolucionario por un marcado carácter regionalista, influenciado por las características socioeconómicas del territorio donde se libró la guerra.
Desde los inicios estuvieron presentes la falta de unidad revolucionaria, la imposibilidad de convertir la guerra regional en guerra nacional, la escasez crónica de recursos bélicos, el escaso apoyo a los combatientes en Cuba por la emigración y la persecución a sus pocos intentos por los gobiernos de Estados Unidos, la ausencia de un mando militar centralizado y la consecuente autonomía de los jefes militares, las pugnas de poderes entre la Cámara y el Ejecutivo en Armas, entre los jefes militares, entre estos y el aparato civil, y las sediciones militares.
Todo eso lo supo aprovechar con hábiles maniobras políticas el capitán general español, Arsenio Martínez Campos, quien se basó en esta descomposición de la necesaria unidad en las filas de quienes luchaban por la independencia de Cuba para promover el llamado Pacto del Zanjón.
En ese contexto de indisciplinas y sedición en las filas cubanas se llegó hasta la insubordinación al presidente en armas, Tomás Estrada Palma, y al jefe del Ejército Libertador, generalísimo Máximo Gómez, quien dejó reflejado esa situación en su diario cuando escribió que “se nota una desmoralización completa y los ánimos todos están sobrecogidos; tanto por las operaciones constantes del enemigo como por la división de los cubanos”.
Convocado por los sediciosos el mayor general Antonio Maceo rechazó de plano sus propuestas para incorporarse al movimiento y amenazó a los enviados del general Vicente García que le entregaron la carta de invitación al Pacto con pasarlos por un Consejo de Guerra. Mientras tanto, Maceo sostenía una serie de combates victoriosos contra fuerzas muy superiores del enemigo en la Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano, lo cual mostraba que las fuerzas cubanas eran capaces de derrotar a las españolas a pesar de los 10 años de guerra y la concentración de efectivos enemigos en la zona donde combatía el Titán de Bronce.
Sin embargo, los términos de la rendición fueron firmados por un Comité del Centro que sustituyó a la Cámara de Representantes, la cual acordó su propia disolución con la única protesta de Salvador Cisneros Betancourt, y nombró presidente de la República en Armas al jefe sedicioso, general Vicente García. La mayoría de los cubanos alzados aceptó la rendición, con excepción de unos pocos jefes y oficiales, entre los cuales sobresalió el mayor general Antonio Maceo, quien transformó la capitulación del Zanjón en tregua fecunda con su inmortal Protesta de Baraguá.
También se manifestaron jefes en otras localidades, como el comandante Ramón Leocadio Bonachea, quien continuó combatiendo en el territorio villareño con su protesta en Jarao, y quien finalmente fue prisionero y ejecutado.
Además de rechazar la capitulación, el general Máximo Gómez en una entrevista con Martínez Campos le manifestó que, si bien él había luchado con el pueblo cubano por lograr su independencia, no sería ahora obstáculo de una bochornosa capitulación que todos parecían desear. Martínez Campos le hizo tentadoras ofertas de dinero y posiciones que Gómez rechazó y sólo solicitó que un barco lo trasladara a Jamaica, a lo cual accedió el oficial español.
La rendición que llenó de vergüenza al pueblo cubano incluía: capitulación incondicional de las fuerzas cubanas ante el ejército español; aceptar el debilitamiento y desmoralización de las tropas independentistas; reconocer al Gobierno español como máxima autoridad en Cuba; formar partidos políticos que no lucharan contra el poder español; libertad sólo para los esclavos que militaban en las filas mambisas; libertad de prensa y reunión mientras no sirvieran para atacar a España y salida al exterior sólo para aquellos que aceptaran el Pacto del Zanjón.
Si bien las dificultades que había tenido que enfrentar el movimiento revolucionario a lo largo de la Guerra de los Diez Años no habían sido capaces de detenerlo, habían propiciado el desarrollo de situaciones que obstaculizaron el triunfo y con posterioridad lo minaron desde dentro. Se necesitaba entonces de un proceso político-militar que permitiera la unificación del movimiento independentista, la creación de una estrategia militar global y la profundización del proyecto político inicial, lo cual era muy difícil de lograr en ese momento.
Maceo calificó el Pacto del Zanjón como “una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable”. No obstante, fue un reconocimiento tácito por los españoles, de la existencia de la nacionalidad cubana y de su beligerancia.
Años después, José Martí sintetizó en breves palabras el sentido y la causa de los acontecimientos que llevaron al Zanjón, y que en esencia coinciden con la visión de Maceo, cuando afirmó que “Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”.
Tomado del Sitio Web de la Contraloría General
LLHM