Amado Maestri siempre en home


Por Víctor Joaquín Ortega

Decir Amado Maestri es hablar de pelota en Cuba. ¡Qué clase de árbitro! Y como luchó contra lo mal hecho dentro y fuera del terreno de béisbol, su dignidad, su humanismo no quedan rezagados. 

Precisamente llegó a impartir justicia en el deporte nacional porque, dirigente sindical entre los eléctricos, fue de los primeros en la huelga contra el desgobierno de la etapa que, en represalia, dejó sin trabajo a los participantes.

Obedeció el pensar de un amigo: “¿Por  qué no pruebas como ampaya? Tienes condiciones y con eso puedes resolver tus problemas económicos”.

Receptor desde las filas juveniles y con posterioridad del Cubanaleco, sin brillo especial, encontraría refulgencia mayor en la nueva tarea. 

“Cuando me decidí a ampayar no lo hice festinadamente, a pesar de mi situación. Sabía que la profesión no era muy grata, pero esperaba triunfar”, confesaría años después. 

No logró vencer por la mano de la buena suerte. Se basó en los conocimientos sobre las reglas del deporte nacional, al que amaba profundamente, oía y aprendía de los más experimentados. 

Añadía el coraje y la honradez a toda prueba.  Respetaba y se daba a respetar, sabía llamar la atención a tiempo y nunca permitió una protesta airada, en una época demasiado ruda: varias veces debió intercambiar puñetazos con los expulsados al concluir el encuentro.

Su moral era todavía más elevada en cuestiones esenciales. Por eso su actitud cuando un grupo de jóvenes se lanzó al terreno del estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, para protestar contra la tiranía batistiana: el 26 de noviembre de 1952 y el 4 de diciembre de 1955, esta última fecha escogida, después del triunfo del pueblo, para celebrar el Día del Árbitro en Cuba todos los años, no solo los de la pelota. 

Esa fiesta es tan ligada a la lógica acción de un hombre como él: se enfrentó a los esbirros, defendió a los estudiantes. 

Contratado en 1947 para trabajar junto a su coterráneo Raúl "Chino" Atán en la Liga Mexicana, negocio creado por el millonario Jorge Pasquel para enfrentar al de las Grandes Ligas, allí demostró valentía y ética cuando botó del terreno al propietario que intentó sacarlo del encuentro y de la labor por una decisión que le molestaba.

El ricachón regresó acompañado de su guardaespaldas, El Sordo, que trató de apuñalar a Maestri, lo que impidió Atán. 

Los dos bandidos fracasaron en su retorno y los enviaron fuera del campo de competencia. Al otro día, los nuestros renunciaron y volvieron a la patria. 

La afición de la tierra de los aztecas estuvo de su lado y les mostró admiración. Ese mismo año, en entrevista concedida al periodista José González Barros, señaló las cualidades necesarias para ser un buen ampaya: “Rectitud tanto dentro y fuera del terreno, llevar una vida ordenada y, principalmente, un gran conocimiento del juego y de las reglas del béisbol, y la indispensable  sicologías de los jugadores".

Fue más allá: criticó la contratación de norteamericanos para arbitrar en el torneo nacional. No se limitó a esta censura: renunció a su plaza, llevó el problema al Ministerio del Trabajo.   

Ganó la pelea. Claro, necesitábamos un gran cambio y no solo en lo atlético. No fue remiso a esas batallas. 

Ningún umpire nuestro ha recibido mayor ovación que él cuando, en 1958, ocupó su puesto detrás del cátcher, luego de permanecer algún tiempo apresado en el Castillo del Príncipe por su posición combativa ante la dictadura. 

Ese gran golpear de manos demostraba el repudio al régimen.

Laboró en los dos primeras Series Nacionales de la pelota nueva, y aunque lo llamaron a trabajar en altos escenarios beisboleros en Estados Unidos, no aceptó el ofrecimiento porque no quería ser confundido con un contrario de la Revolución Cubana. 

Nacido en la capital cubana, el 8 de diciembre de 1909, un ataque de asma le arrebató la vida en septiembre de 1962, en La Habana.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente