La Habana de todos

Foto tomada de la cuenta en Twitter del presidente de la República, Miguel Díaz-Canel. 

Por: Abel Rosales Ginarte

Son días de regocijo por el aniversario 503 de la Villa de San Cristóbal de La Habana. La vuelta a la Ceiba y los ritos mágicos que la envuelven llevan el signo de una tradición que gana adeptos.

La capital cubana es la ciudad que merecemos, por la que nos esforzamos cada día desde nuestros puestos de trabajo y por la que también trabajan miles de antillanos fuera de la Isla.

Esta urbe que padecemos y amamos, como dice un estimado colega, exige por sobre todas las cosas nuestra mirada crítica y un profundo sentido de humanismo.

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Es cierto que muchas veces tenemos la sensación de que se nos desmorona entre huracanes y aguaceros intensos. Pero La Habana no baja su cetro, permanece intacta, confiada al amor de los que la habitamos.

Y de eso se trata, de regresarle toda la bondad a una reina que lleva más de 503 años desafiando el mar, el paso de piratas, la furia de avariciosos extranjeros y el desapego de políticos de turno que manejaron las virtudes de su posición en el Caribe para beneficio personal.

El simple gesto de mantener la limpieza e higienización de sus calles es una actitud que la ciudad agradece. Lo más triste es la posición de algunos habitantes de La Habana que se sienten jueces y no parte del día a día de su ciudad.

Después de la pandemia de la COVID-19 poco a poco vamos edificando el dolor de los amores perdidos, reconstruyendo en lo posible tras las heridas dolorosas aún de la explosión del emblemático Hotel Satatoga. Las máximas autoridades no descansan, trabajan sin detenerse a mirar el camino andado, siempre queda algo por hacer.

Los trabajadores y ejecutivos de la Oficina del Historiador de la Ciudad continúan la marcha imparable de su inolvidable Eusebio Leal, el historiador que nos sigue acompañando en este viaje cotidiano por las calles de una ciudad que exige mucho menos de lo que ella ofrece.

Ser leales a esta bondadosa dama llena de misterios y tesoros que se llama La Habana es un acto de fe.

No faltan ni faltarán insatisfacciones, pero recordemos que la ciudad pertenece a los agradecidos, le debemos el amor a esa virtud de madre con que ella nos acoge siempre.

La Habana con sus ritos mágicos y su fuerza milenaria, es de todos. Ella no se cansa de repartir amor. ¿Y usted?

YER 

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