Ese hombre llamado Fidel Castro

Foto: Alberto Korda/ Fidel Soldado de las Ideas. 

Por: David Hidalgo Illarramendi

Dicen los que lo conocieron que su voz se podía escuchar en cada clase, en cada evento estudiantil, y dicen también que se oía aun más fuerte, más clara y más enérgica cuando Cuba era el tema de conversación.

Sus palabras impulsaron a toda una generación a marchar por las calles cercanas a la Universidad de La Habana, iluminando la ciudad con la luz de las antorchas dedicadas a aquel gran pensador que en el siglo anterior había hecho de todo por su Patria.

Las personas que pudieron estar a su lado me contaron que tomó para sí el sufrimiento de los discriminados, la ignorancia de los analfabetos, las enfermedades de los convalecientes y los pesares de los pobres, y ávido de cambios, se lanzó al asalto de grandes fortalezas militares, se defendió en su propio juicio con el escudo del altruismo y la razón, y aunque ni el perdón de la historia le salvó de ir a prisión, ¡qué provechosa fue su condena!

Aquellos que coincidieron con él en el extranjero dijeron que compró un yate en el que con más de 80 hermanos regresó a su tierra esta vez, a resolver las cosas por las malas con un tal Fulgencio Batista que tenía un ejército bajo su mando.

Asimismo, me contaron que su andar surcaba la Sierra Maestra con ligereza a pesar de cargar sobre sus hombros verde olivo el peso de una mochila, un fusil, y la esperanza de millones de cubanos. 

Foto tomada del sitio web del periódico Trabajadores. 

Ese hombre me pareció invencible cuando le vi por primera vez en aquella foto saltando de un tanque de guerra en Playa Girón con el ímpetu, la fuerza y la valentía propios de un padre que defiende a sus hijos del inmenso muro de ofensas, maltratos y agresiones que el indiferente vecino del norte levantó sin piedad y sin permiso de nadie.

La persona del uniforme verde y la barba blanca que todos llamaban Comandante, más por cariño que por respeto, nos dedicó 90 de sus primaveras con el fin de construir un país de escuelas, un país de hospitales, de artistas, de atletas, de campesinos, una tierra en la que todos tenemos los mismos derechos.

Hoy la figura que todos los cubanos vieron como un padre ya no se encuentra entre sus hijos, sin embargo, sus ideas forjadas con acero inolvidable continúan vivas en los niños que van a la escuela, en los profesionales que ponen el nombre de Cuba en lo más alto, en las vacunas que nos liberaron de las garras de la pandemia, y en todos aquellos que, incluso fuera de la Isla, fueron alcanzados por los proyectos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), los contingentes médicos internacionalistas y los movimientos de liberación nacional.

Dicen los que lo aman de verdad, que todavía vive y que, a pesar de todo, vivirá siempre porque en nuestra memoria, en nuestros corazones y en nuestro hacer, ese hombre llamado Fidel es incapaz de morir.

YER 

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