Por Víctor Joaquín Ortega
Este muchacho puede convertir los jits en tubeyes. Uno de los testigos de su asombrosa velocidad le dice en cuanto termina el encuentro de béisbol: “Compadre, usted juega bien a la pelota, pero está bueno para las carreras, Pruebe, pruebe…”.
El aconsejado asiente y se enamora de la contienda en la pista también. Se trata del cienfueguero Jacinto Ortiz Angulo, aunque mudado desde pequeño a Villa Clara, donde se convierte en deportista.
Nacido el 12 de abril de 1913, surge para su gran brega en 1934 cuando consigue en una competencia 23.8 segundos en los 200 lisos. Es el sexto de su país en la distancia.
Entrena duro. Al año siguiente baja el tiempo a 22.9. El “Moro Lindo”, como le dicen cariñosamente, actúa en los Juegos Centroamericanos de 1938, en Panamá como escenario.
Y las 15 mil personas asistentes el estadio Juan Demóstenes Arosemena se deleitan con la lucha de un trío de velocistas de condiciones: el cubano, el representante de la sede Jennings Blackett y el puertorriqueño Eulalio Villodas.
La semifinal de la prueba reina es una fiesta para el público. El local y Ortiz llegan juntos a la meta con 10.3 segundos e igualan el récord del mundo en poder del estadounidense Jesse Owens desde Berlín, en 1936. Pero entra primero el istmeño. En la final se repite la película pero con 10.4. Oro para Jennings, plata para Jacinto y bronce con 10.5 para Eulalio.
Y hacia los 200.Vence el cubano con 21.7, seguido de Villodas y el jamaicano Arthur Jones, a quienes no se les tomó la marca.
En el relevo, tercer peldaño para la isla más grande del Caribe, unido Jacinto como iniciador con José Acosta, Norberto Verrier e Hilario Sotolongo. Blackett, plata al encabezar el cuarteto de su patria. Villodas, por fin un título: con Eugenio Guerra, Rubén Malavé y Gaspar Vázquez rompen la marca del certamen con 42.2. Eulalio y Eugenio terminaron segundos en San Salvador 1935. El de Cuba, por todas estas batallas, gana otro apodo: el Rayo Humano.
Jennings y Jacinto no solo pueden soñar con concurrir a los XII Juegos Olímpicos programados para Tokio, en 1940.Tienen calidad para batirse allá. Mas llegó el gran crimen de la Segunda Guerra Mundial, que convirtió en pesadilla no solo a dichas ansias: las ambiciones de las potencias para repartir de nuevo al mundo laceró al planeta. Y hasta 1948 no reapareció la gran lid rescatada por Pierre de Coubertin.
Pero para Londres y los Juegos Panamericanos iniciales de Buenos Aires 1951, los años impidieron el quehacer competitivo de los corredores mencionados.
No hay exageración en lo dicho sobre las posibilidades de esos velocistas: en la lid albergada por Buenos Aires se impuso el camagüeyano Rafael Fortún con 10.6 en los 100 y 21.3 en los 200, 13 años después de la hazaña de aquellos corredores citados anteriormente.
Diez años después de Panamá 1938, en los XIV Juegos, el estadounidense Harrison Dillard ganó los 100 con 10.3, escoltado por su coterráneo Barney Ewell (10.4) y el panameño Lloyd Labeach (10. 4).En los 200 triunfó Mel Patton (21.1), Principales rivales: Barney Ewell (21,1) y Labeach (21.2). Al menos cierto desquite para la región en las conquistas del istmeño y, claro, en el premio dorado del jamaiquino Arthur Wint en los 400 (46.2) con su compatriota Herb McKenley (46.4) como subtitular.
Volvamos a Jennings y Jacinto. El primero se dedicó a entrenar a los nuevos valores desde 1955 hasta 1989 y murió en el 200 en su tierra. Jacinto jugó béisbol con Los Leones de las Liga Profesional de México.
En varias instalaciones de ese país imitó a Owens en eso de correr contra caballos, espectáculos que le dieron algún dinero. También formó peloteros en las categorías infantiles y juveniles de su patria sobre todo. Falleció en el 2000, en Santa Clara.