Por Víctor Joaquín OrtegaFoto: American History.
Mucho trabajo pasó el haitiano Silvio Cator para llegar a Ámsterdam, escenario de los novenos Juegos Olímpicos en 1928. Miembro del equipo nacional de fútbol de su país, tiene potencia para el salto de longitud.
Hlacia la competencia decisiva en esa especialidad se dirige. Está seguro de hacer un buen papel. Entrenó muy bien, a pesar de las mordidas del subdesarrollo que tanto dañan a su patria; ha esculpido su cuerpo muy lejos de la grasa de sobra y, sin ser de los de mayor estatura entre los aspirantes al galardón dorado, no le teme a ningún titán.
Junto a él calientan los favoritos: Ed Hamm y Al Bates, ambos estadounidenses, aunque los tres deben tener muy en cuenta a los dos alemanes que se preparan algo alejados de ellos. Fuertes y técnicos tienen condiciones para vencer.
Bates los deja atrás con su mejor logro de la jornada: 7.40 metros. Los germanos Meir y Kochermann se han quedado en 7.39 y 7.35 respectivamente. Todavía sueñan con el podio.
Ya vuela Cator, sí, el caribeño es el nuestro. La caída. A medir. A ver… ¡7.58! A dos centímetros de la marca oficial de la justa de Albert Gutterson, de Estados Unidos, 7.60 en 1912.
Hace cuatro años, en el gran certamen albergado por París, se había impuesto William Hubbard (EE.UU) con 7.44. Aunque, sorpresa… Su coterráneo, Robert Legender llegó a 7.76 en la lid de pentatlón atlético, reconocido como récord mundial, pero no del clásico. Cosas del dogmatismo.
De contra, el muchacho debió conformarse con el tercer puesto de su prueba.
Volvamos a Londres 1948. Hamm. Corre. Vuela. Y ¡7.73!, distancia que nunca había conseguido y lo ha hecho a la hora buena para él y mala para Cator, desplazado hacia al escalón de plata. Mas la hazaña de Silvio no puede ser soslayada: es el primer practicante del atletismo en Centroamérica y del Caribe que asciende al podio olímpico.
Aunque es de aplaudir que un conjunto de fusileros haitianos ocupó la tercera plaza, superado solo por Estados Unidos y Francia, el saltador estuvo por encima.
Otra proeza: quebró el récord del orbe, el 9 de septiembre de 1930, con 7.93, plusmarca duradera hasta el 27 de octubre de 1931.
Nacido en Cavaillón, el 9 de octubre de 1900, falleció el 21 de julio de 1950, en Puerto Príncipe. El estadio principal de su país lleva su nombre. También lo inmortalizó el puertorriqueño cubano Pablo de la Torriente Brau con esa fuerza de la imaginación tan propia, cuando lo hizo vencedor en los Juegos de Los Ángeles 1932 —a los que no acudiría Cator— con un texto titulado La nube negra, incluido en la serie Recuerdos de la Próxima Olimpiada, publicada por la revista Orbe, en julio de 1931.
De esa crónica citamos un fragmento trascendental: “Cator, un negro de Haití, brillante como una estatua, realizaba su última prueba... lleno de vigor sobrehumano y sobreponiéndose a todo el escenario hostil, la 'nube negra' había cruzado con aire de tormenta el cajón de arena, a la altura de un hombre.
"El estadio se levantó en peso y se quedó en un silencio imponente y temeroso. El negro haitiano, emocionado y radiante se quedó al lado del medidor esperando la marca. El megáfono cantó enseguida y sin ganas: 26 pies y 2/8 pulgadas. Récord del mundo.
"Antes que nadie le di yo un abrazo, mientras las gradas se desalojaban descorazonados y lamentando la suerte de Hamm. Un negro había derrotado a su más alta esperanza”.