Foto: Trabajadores.cu. |
El periodista entrena en el cuadrilátero del Pontón centrohabanero. Después de una dura faena, conversa con el veterano instructor. Le dicen El Guapo aunque no es guaposo y la nariz achatada le afea demasiado el rostro. Le encanta contar y hoy ha manifestado las ganas.
Óiganlo: “Claro que conocí a Giraldo Córdova Cardín. Te aseguro que tenía un mundo para llegar alto entre los pesos welter. Le aconsejé que se metiera al duro entre los profesionales para huir de la pobreza. Prefiero otras cosas…, me dijo”.
Termina de quitarle los guantes al escritor antes de continuar. “Desde chiquito la miseria lo agarró y no lo soltaba. Era un chamita cuando se vio obligado a dejar el colegio para fajarse con lo que sea para aportar algo para la casa.
“Y le gustaba estudiar, te lo aseguro. Una vez le eché una ojeada a varios libros que traía, y dos de ellos tenían que ver con Martí. De él me hablaba. Aunque yo no lo comprendía del todo, algo me inculcó”.
Ha guardado los implementos cuando lo invita a sentarse sobre un muro para continuar la cháchara. “De niño venía al gimnasio con el padre, Chacho, trabajador de los ómnibus y boxeador semipro. Daba gracia verlo imitar los ejercicios. De joven subió al cuadrilátero, y llegó a tener un récord de siete triunfos sin un revés hasta que pasó lo que pasó…”.
El cuentero le muestra una foto donde le da masajes a su amigo. Esta tarde su labia anda sabrosa y no la apaga. “No solo combatía en el ring. El mismo 10 de marzo de 1952, se fue a la Universidad: decían que allí iban a entregar armas para enfrentar el golpe de estado. No las dieron y luego del chasco me lo encontré.
Le espeté: “¿Qué fuiste a hacer allí si tú no eres universitario? Me respondió un poco bravo. ¿Tú crees que solo los instruidos tienen derecho a pelear por la libertad de la patria?”.
No calla: “Esa rebeldía suya me dio cada susto… Íbamos para casa de unas muchachas allá por la entonces calle Real de Marianao y, de pronto, un teniente de la policía batistiana en medio de la acera orina delante de todo el que pasa. Unas mujeres protestan y las manda bien lejos con varias malas palabras. Giraldo lo recrimina; el guardia saca el arma y le apunta.
“No se acobardó ante la amenaza. Se abrió la camisa y le dijo: Tira si tienes algo de hombría… Por suerte, de la barrita cercana salió otro oficial menos ajumado o más cuerdo, le hizo guardar la pistola, se lo llevó de allí y la sangre no llegó al río.
“Se metía en cada problema. Mira, un policía tenía acosado a un compañero de trabajo de mi socio en los ómnibus, hasta le cobraba al barato. Se entera y allá va eso… Le propinó un puñetazo al abusador, lo puso a dormir por más de cien segundos. Fue el nocao más fulminante que logró…”.
La noche del25 de julio de 1953 le tocaba pelear en la arena Rafael Trejo. Yo estaba en el grupo que lo esperaba para sorprenderlo con unas zapatillas y una bata nuevecitas. Y ahí mismo perdió el invicto por no presentación. Se armó una situación allí: chiflidos, patadas en el suelo desde los más exaltados. Sus propios amigos comentamos disgustados: era la pelea estelar. Mira que no aparecer este hombre.
“Ignorábamos que, en la madrugada del día siguiente, Giraldo Córdova Cardín, como miembro de la Generación del Centenario, caía en combate en el asalto al cuartel Moncada”.
Del Pontón, se llama oficialmente
Consejo Voluntario Pueblo Nuevo —a ver si lo arreglan de verdad— el periodista
recuerda nostálgico las pistas corridas, las pesas que levantó guiado por
Julián Suárez y Fernando Bernal, la nariz desviada y un arco superciliar herido
entre las cuerdas, mientras mejoraba defensa y ataque gracias a las
orientaciones de Paul Díaz. También de allí extrajo narraciones como estas, tan
forjadora de los músculos del alma…”.