Julito Díaz supo escoger su ring

Julio Santiago Díaz González. Foto: Tomada de Trabajadores.
Por: Víctor Joaquín Ortega

Julio Díaz González entrena entre las cuerdas, guiado por un mentor. Tira la derecha. “Así… Ahora el uno-dos; el jab, el jab”. El joven obedece y, después del duchazo, le recuerda al amigo y compañero de adiestramiento que las calles de Mariel los esperan. “Hay cada muchachita allí”.

En el paseo, mientras recrean la vista, varios marinos yanquis se acercan, se ríen de ellos. A golpes los ofendidos hacen huir a los sinvergüenzas. Mas Julio le dirá adiós al ring.

Lo supe por su hermano menor, durante una conversación en julio de 1987. Llovieron los recuerdos de Paulino sobre Julito Díaz González, moncadista y expedicionario del Granma.

“Mima le pidió que abandonara el boxeo”. Un Día de las Madres le agregó al vestido, que con mucho sacrificio había comprado, un cajón con los guantes y otros implementos que utilizaba en ese deporte. Alguien  aludió a aquella renuncia, y  le pidió que hiciera lo mismo con  las actividades revolucionarias porque, si le pasaba algo, iba a hacer sufrir mucho a su  mamá. Julito le contestó: “Ese ring sí no lo puedo dejar”.

Nació en Artemisa el 23 de mayo de 1929. Tercer hijo de Lorenzo, barbero, y María, ama de casa. La situación económica peor: debieron mudarse de Colón 46, -hoy 2904-, a la finca de un hermano del progenitor, cerca de la Puerta de la Güira.

El primogénito, Leonel, falleció con 10 años de edad, la miseria pesó en ello; Nelia llegóó más tarde. Al recién llegado lo inscribieron el 20 de abril de 1942 y lo nombraron oficialmente, Julio Santiago. Cuando cumplió 14 abriles, había dos niños más en el hogar: Paulino y Emilia.

“Debió cambiar el colegio por el trabajo, aunque jamás dejó de estudiar: fuera en un curso de navegación por correspondencia, otro de inglés, como alumno nocturno de la escuela de comercio Pitman.  Leía buenos libros, con Martí en la preferencia. Tampoco eliminó la preparación física con las pesas y la gimnasia. Del boxeo, ni hablar”.

“Su empleo inicial fue en la locería y ferretería La Casa Roja, en República y Zayas; más adelante, en El Recreo, terminó en El Almacén”,  contaba mi entrevistado y seguía.

“Residíamos entonces en una morada de madera en la Calle Tres, entre General Díaz y Martí, junto a la vivienda de quien sería otro héroe: Ciro Redondo. Julio era miembro de la Sociedad Luz y Caballero, y también de la Juventud Católica; religioso pero de los que no ponen la otra mejilla. Le encantaban los bailes, era divertido. Combinaba bien su modesta ropa;  fino, caballeroso, demostraba la educación recibida a cada paso”.

Integrante de la Juventud Ortodoxa, ascendía hacia el escalón de los revolucionarios. Ninguno de sus familiares sabía en lo grande que estaban él y sus compañeros. Llegó a ser uno de los ocho cabezas de la célula artemiseña del Movimiento creado por Fidel.

El hecho de ser ferretero le permitió abastecer de algún parque. Realizada la acción, el Servicio de Inteligencia Militar cayó por casa. “Logramos esconder un pomo lleno de balas. No pusimos a buen recaudo un ejemplar de la Geografía de Núñez Jiménez, recogida por la tiranía por los conceptos progresistas. Se llevaron el libro”.

¡El asalto al cuartel Moncada! Retirada, retorno a la granja Siboney. De allí, desean ir a la montaña. Lo acompañan Ciro y Marcos Martí. La finca Las Múcaras. Agotado. Debe recostarse. Café fuerte. Restablecido. Intenta escapar del cerco. Julito, de nuevo en la finca.

El dueño, Ricardo Pradas, lo esconde en una cueva y le lleva alimento y agua. Decenas de peripecias; por poco lo capturan y asesinan. Un vecino lo delata. Varios marineros lo detienen. Burla a la parca: ha pasado algún tiempo y la protesta ante la orgía de crímenes ha aumentado.  Lo presentan a la prensa. Para la cárcel de Boniato.

Juicio. Condenado a 10 años en el presidio de Isla de Pinos. Por la presión popular, amnistía. Libres los jóvenes el 15 de mayo de 1955; ellos sabían que Cuba continuaba tras las rejas. Desempleado, vigilado.

Por fin, una plaza de inspector de la Westinghouse  con salario alto y carro asignado, en Pinar del Río. No la aceptó. “Tengo importantes tareas que hacer”, dijo. Sería vendedor a domicilio de Electro Sales, en Oficio 204, en la capital.

En cuanto al amor: Agradable, atractivo, tenía suerte para las cosas del querer y prefirió renunciar a estas. Antes del asalto, no quiso dar tristezas a la novia y, con todo preparado, no se casó. En la situación posterior, tampoco lo hizo. Muy responsable, aunque la quería, precisamente porque la quería, no deseaba causarle dolores a su prometida y rompió el noviazgo.

En Las Villas organizó células del Movimiento que ya posee nombre: 26 de Julio. Arrestado. Cárceles. La movilización familiar y de las masas lo sacó de las garras de Jacinto Menocal. Oculto. En Carlos III ocurrió su último encuentro con la  madre.

“Almorzó conmigo antes de partir hacia la patria de Juárez. Un error en  la inscripción de nacimiento, lo salvó. La dictadura perseguía al moncadista Julio y no a Santiago Díaz, y como el primer nombre no aparece en el papel oficial, sin dificultad recibió el pasaporte”.

Allá, alojado casi todo el tiempo en casa de María Antonia González.  Apresado por la Policía Secreta, el 21 de julio, junto a Cándido González y el mexicano Celaya. En la cárcel de El Pocito. Golpes, torturas. No los doblegaron. Liberados el 25 de noviembre, desde el puerto de Tuxpan, ¡la partida!

Sobreviviente del combate de Alegría de Pío, teniente, jefe de una escuadra del pelotón al mando de Raúl Castro, en las acciones de La Plata y Arroyo del Infierno. 28 de mayo de 1957. Un tiro en la cabeza le arrancó la vida a los pocos minutos del inicio del ataque al cuartel de El Uvero; estaba junto al Comandante en jefe. Paulino agregó: “Julito, a pesar de la pobreza, y en medio de sus líos, se las arreglaba para que en mi cumpleaños, no me faltara el juguete”.

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