La llegada del décimo mes del año trae a la memoria a la excepcional ajedrecista habanera María Teresa Mora Iturralde. Quiso el destino que naciera el día 15 de octubre, en el muy lejano 1902, y que muriera también en ese mes —el día 3— casi 78 años después.
Su prolífera vida vinculada al ajedrez comenzó a muy corta edad, cuando solía vencer a su propio padre para asombro de sus contemporáneos.
Precisamente, por esa capacidad innata de entender el juego de las 64 casillas comenzó a recibir clases de Rafael de Pazos, entonces presidente del Club de Ajedrez de La Habana.
No mucho después, también fue alumna de mismísimo José Raúl Capablanca, quien aceptó a la talentosa muchacha como pupila al reconocer el virtuosismo de la capitalina en el difícil y fascinante arte de mover piezas atinadamente sobre el tablero.
Fue María Teresa la única persona que tuvo el honor de tener a Capablanca como maestro y, a juzgar por su desempeño posterior, la discípula no defraudó a su excepcional preceptor.
Según publicaciones de aquella época, una de las pocas veces que observaron al campeón mundial cubano de ajedrez consultando textos fue, justamente, para impartir lecciones a María Teresa que incluían sesiones de apertura y finales.
Resultados deportivos
La que en su infancia fue considerada niña prodigio del juego ciencia dejó una valiosa estela en el deporte de su predilección, tanto dentro como fuera de Cuba.
Cuando solo contaba 11 años de edad compitió en su primer torneo, celebrado en el célebre Club de Ajedrez de La Habana. Allí lideró el certamen en lo que pudiera considerarse su primera hazaña deportiva.
Aún cuando su nombre era cada vez más conocido en el ámbito ajedrecístico cubano, pocos pudieron augurar que con 20 años, en 1922, se convertiría en monarca nacional al ganar la prestigiosa Copa Dewars, considerada en aquel momento campeonato nacional. María Teresa fue la única mujer en esa lid.
En 1938 comenzó su andar victorioso por los campeonatos nacionales para mujeres. Ese año se ciñó su primera corona y prolongó su reinado durante 22 años. En 1960 se retiró con el récord de más de dos décadas consecutivas en el trono del ajedrez femenino de Cuba. Ninguna compatriota pudo vencerla jamás.
No participó en muchos eventos internacionales. La historia recoge su desempeño en el Campeonato Mundial de Argentina, en 1939, donde se ubicó en el séptimo puesto, entre 20 competidoras.
Ya con 48 años, en el Mundial celebrado en Moscú en 1950, quedó rezagada a los lugares 10-11. No obstante, su calidad se manifestó al entablar contra Elisaveta Bykova, que fue campeona mundial años después: de 1953 a 1956 y de 1958 a 1962.
También en 1950, el presidente de la Federación Internacional de Ajedrez, Folke Rogard, le entregó a la cubana el título de Maestra Internacional, distinción que por primera vez recibía una mujer de Hispanoamérica.
Con humildad y orgullo guardó siempre en su memoria las dos victorias y una tabla que alcanzó ante su virtuoso maestro, José Raúl Capablanca.
Cuentan que, cuando le preguntaban al respecto, con los ojos iluminados aceptaba reconocer aquellos meritorios resultados, aunque seguidamente les aclaraba a los curiosos que fueron posibles durante partidas simultáneas. La misma Habana que le dió la bienvenida a la vida en octubre de 1902 fue testigo de su adiós definitivo en otro octubre —el de 1980—, pero entre una fecha y la otra su fértil existencia la elevó al firmamento del ajedrez nacional y mundial.
Tal derecho no podía ser menor para quien fue motivación y ejemplo de innumerables mujeres que han seguido sus pasos en Cuba y más allá de nuestras fronteras.
Tomado de Tribuna de La Habana
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