Arrancada en la primera carrera de maratón olímpica, en Atenas 1896. Foto: https://www.cmdsport.com. |
A propósito de que no terminan los intentos de burlas las reglas, pues en París 2024 vimos algunos tramposos, va este texto que nos traslada hasta 1904. El estadounidense Fred Lordz se ha impuesto en el maratón de los III Juegos Olímpicos de San Luis.
Aplausos, congratulaciones, admiración. La hija del presidente del garrote, Teodoro Roosevelt, le coloca una corona de laurel en las sienes. El ambiente cambiará.
El aparente vencedor es un tramposo: montó en el auto de un amigo en el kilómetro 12 y se bajó mucho después. Repitió la acción. Los árbitros lo hacen saber.
Para Fred ya no hay gloria. El público lo abuchea. Tiene que correr duro para huir de las piedras lanzadas por extremistas. Lo expulsan para siempre del olimpismo.
Tiempo después, el Comité Olímpico Internacional y el Comité Olímpico de Estados Unidos lo perdonan, hasta obtiene el torneo nacional. Pero el cartelito de pillo no se lo quita nadie.
De contra, para muchos es el primero de los juegos actuales. Pero despacio. Vayamos hacia la verdad.
Tom Hicks, compatriota del truquero, es proclamado campeón de la más extensa carrera del atletismo en dicho clásico. Recorrió los 40 kilómetros programados en tres horas, 28 minutos y 53 segundos y arribó segundo. El habanero Félix "Andarín" Carvajal finalizó cuarto.
El cubano encabezaba la lucha. Llevaba bastante tiempo sin ingerir alimento. No tenía dinero para adquirirlo. El hambre apretó. Un manzanal. Agarró y devoró par de frutas vedes. La colitis, la debilidad. Gesta es ser el cuarto hombre en llegar. Y por otro engaño le arrebatan la medalla de bronce.
El vencedor se alió a la ilegalidad con un dopaje al estilo de su tiempo. Lea lo planteado por el cubano José Elías Bermúdez Brito en su libro Por los caminos del olimpismo: "Hicks también había tenido `su ayudita`, pues faltándole unos 15 kilómetros, cae desmayado y le es suministrada una inyección de sulfato de estricnina, con lo que continuó y unos 8 km después debió recurrir a una segunda con la que llega a la meta. Obviamente, esto es una violación”.
Sin embargo, nos queda desenmascarar al primer tramposo de la justa rescatada por Piere de Coubertin. Es otro fondista: Belokas. Les prometí hablar acerca de él en un reciente texto. Ahí les va.
En la obra Historia de los Juegos Olímpicos Modernos, del español Juan Fauria, se refleja en las estadísticas que después del vencedor, el griego Spiridon Louis, entraron su paisano Vassilakos y el húngaro Kellner, seguidos de otros tres del patio: Vretos, Papasimeón y Deliyannis.
Debajo aclara: Belokas llegó tercero, pero fue descalificado. Antes, en la página 38 había escrito: “Detrás de Louis llegó Vassilakos, y luego Belokas. La dicha era completa. Luego, llegó el húngaro Kellner, posteriormente clasificado por descalificación de Belokas”. No se aclara por qué.
Oficialmente se decretó que el mencionado atleta al confundirse en varios trechos no había recorrido completamente la distancia programado.
Ah, según rumores utilizó atajos, hasta se habló del uso de un vehículo en algún tramo. La decisión oficial de árbitros y funcionarios, dada a conocer, calificaba el hecho de un error involuntario. ¿Involuntario...!
El descalificado y la mayoría de los maratonistas de su país conocían muy bien el recorrido, habían practicado en él. Pero, al recién nacido olimpismo no le convenía sancionar a un heleno.
La patria de Homero había acogido muy bien la justa y sus dirigentes pretendían ser la sede eterna, encabezados por el propio rey Jorge II. El pueblo apoyaba calurosamente la idea. Esa apropiación tenía soporte fuerte. El olimpismo todavía estaba en pañales.
Como se expresa en Por los caminos del olimpismo: “Coubertin fue discriminado en tal forma que no usó de la palabra en ninguna de las ceremonias de los Juegos, ni su nombre fue pronunciado durante estos, aunque años después el asiento que ocupó durante la inauguración quedó como reliquia histórica para rendirle homenaje”,
Como Pierre estaba por encima de ser un objeto de culto, y prefería que los hechos abrazaran lo correcto, sin protestar ni amilanarse posteriormente por el intento de apropiación, respondía al monarca en una inteligente misiva iniciada así : “Quiero que mi primer acto sea exponer mi agradecimiento en la persona de su Augusto soberano, a toda Grecia...”.
Por ahí seguía sin siquiera comentar acerca de las pretensiones ni su posición de circular el teatro de las competencias. Equivalía a un no muy diplomático. Contundente victoria del creador de la Olimpiada de los nuevos tiempos.
Al término de estas reflexiones, pregunto adolorido ante la antideportividad: Belokas, ¿dónde se mete usted para la historia? La fustigante interrogación cae encima de todos los tramposos en cualquier ámbito.
Para Fred ya no hay gloria. El público lo abuchea. Tiene que correr duro para huir de las piedras lanzadas por extremistas. Lo expulsan para siempre del olimpismo.
Tiempo después, el Comité Olímpico Internacional y el Comité Olímpico de Estados Unidos lo perdonan, hasta obtiene el torneo nacional. Pero el cartelito de pillo no se lo quita nadie.
De contra, para muchos es el primero de los juegos actuales. Pero despacio. Vayamos hacia la verdad.
Tom Hicks, compatriota del truquero, es proclamado campeón de la más extensa carrera del atletismo en dicho clásico. Recorrió los 40 kilómetros programados en tres horas, 28 minutos y 53 segundos y arribó segundo. El habanero Félix "Andarín" Carvajal finalizó cuarto.
El cubano encabezaba la lucha. Llevaba bastante tiempo sin ingerir alimento. No tenía dinero para adquirirlo. El hambre apretó. Un manzanal. Agarró y devoró par de frutas vedes. La colitis, la debilidad. Gesta es ser el cuarto hombre en llegar. Y por otro engaño le arrebatan la medalla de bronce.
El vencedor se alió a la ilegalidad con un dopaje al estilo de su tiempo. Lea lo planteado por el cubano José Elías Bermúdez Brito en su libro Por los caminos del olimpismo: "Hicks también había tenido `su ayudita`, pues faltándole unos 15 kilómetros, cae desmayado y le es suministrada una inyección de sulfato de estricnina, con lo que continuó y unos 8 km después debió recurrir a una segunda con la que llega a la meta. Obviamente, esto es una violación”.
Sin embargo, nos queda desenmascarar al primer tramposo de la justa rescatada por Piere de Coubertin. Es otro fondista: Belokas. Les prometí hablar acerca de él en un reciente texto. Ahí les va.
En la obra Historia de los Juegos Olímpicos Modernos, del español Juan Fauria, se refleja en las estadísticas que después del vencedor, el griego Spiridon Louis, entraron su paisano Vassilakos y el húngaro Kellner, seguidos de otros tres del patio: Vretos, Papasimeón y Deliyannis.
Debajo aclara: Belokas llegó tercero, pero fue descalificado. Antes, en la página 38 había escrito: “Detrás de Louis llegó Vassilakos, y luego Belokas. La dicha era completa. Luego, llegó el húngaro Kellner, posteriormente clasificado por descalificación de Belokas”. No se aclara por qué.
Oficialmente se decretó que el mencionado atleta al confundirse en varios trechos no había recorrido completamente la distancia programado.
Ah, según rumores utilizó atajos, hasta se habló del uso de un vehículo en algún tramo. La decisión oficial de árbitros y funcionarios, dada a conocer, calificaba el hecho de un error involuntario. ¿Involuntario...!
El descalificado y la mayoría de los maratonistas de su país conocían muy bien el recorrido, habían practicado en él. Pero, al recién nacido olimpismo no le convenía sancionar a un heleno.
La patria de Homero había acogido muy bien la justa y sus dirigentes pretendían ser la sede eterna, encabezados por el propio rey Jorge II. El pueblo apoyaba calurosamente la idea. Esa apropiación tenía soporte fuerte. El olimpismo todavía estaba en pañales.
Como se expresa en Por los caminos del olimpismo: “Coubertin fue discriminado en tal forma que no usó de la palabra en ninguna de las ceremonias de los Juegos, ni su nombre fue pronunciado durante estos, aunque años después el asiento que ocupó durante la inauguración quedó como reliquia histórica para rendirle homenaje”,
Como Pierre estaba por encima de ser un objeto de culto, y prefería que los hechos abrazaran lo correcto, sin protestar ni amilanarse posteriormente por el intento de apropiación, respondía al monarca en una inteligente misiva iniciada así : “Quiero que mi primer acto sea exponer mi agradecimiento en la persona de su Augusto soberano, a toda Grecia...”.
Por ahí seguía sin siquiera comentar acerca de las pretensiones ni su posición de circular el teatro de las competencias. Equivalía a un no muy diplomático. Contundente victoria del creador de la Olimpiada de los nuevos tiempos.
Al término de estas reflexiones, pregunto adolorido ante la antideportividad: Belokas, ¿dónde se mete usted para la historia? La fustigante interrogación cae encima de todos los tramposos en cualquier ámbito.
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