El judoca José Ramón Rodríguez López nos ilumina

José Ramón Rodríguez. Foto: Jit. 
Por: Víctor Joaquín Ortega
Lo acabo de soñar. Antes, varias veces, lo propuse. Ahora lo sentí tan real… Vamos a comenzar el entrenamiento. Previo a entrar al colchón, todos hemos saludado la fotografía de Jigoro Kano. 

De pronto, veo a su lado la de aquel muchacho que mantengo en mi corazón sin haberlo conocido personalmente. La saludamos también. Calentamos. Luego, se pulen los movimientos. Randori. A combatir… Rubio, Bugallo, Menció guían las acciones. De pronto, despierto… 
Sonrío. He enlazado aquella felicidad sobre el colchón del antiguo Casino Deportivo de La Habana, ganado para la democratización plena cada vez más hace 59 años- convertiríamos la instalación en Círculo Social- con mi propuesta de homenajear de esa manera antes de empezar el adiestramiento a Kano, el creador del judo, y al cinta negra segundo dan José Ramón Rodríguez López, jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en El Vedado, caído en combate en ese territorio
Lo he sentido vibrar en las victorias de sus compatriotas y sufrir ante cualquier revés. Gozaría con nuestra masividad deportiva, imposible en el sistema que ayudó a destruir, a pesar de las dificultades actuales abajo y arriba, el bloqueo económico, comercial y financiero como principal causa de las desgarraduras. 
Si lo llevo a su arte marcial de preferencia, el costo de los kimonos, de otros implementos, del local, del fogueo fuera y dentro del país, son varios de los impedimentos impuestos por el cerco, agigantado en la actualidad. Agregue los que sufrimos todos.
No oculto las fallas propias. Hay que enfrentarlas con la misma fuerza desplegada contra la ofensiva del imperio y sus aliados internos, entre los que incluyo a los indiferentes. La neutralidad no cabe en la lucha entre la bondad y la maldad. 
El batalló por esta libertad ante todo Pero ¿cómo no conducir su quehacer político, humano, al arte marcial de su preferencia?  Sin seres de su altura, el tatami no se habría abierto para los pobres, negros y mestizos en la primera fila de aquella discriminación, para la población de los lugares más intrincados, entrada especial de las mujeres que tanto han significado en esta disciplina y en cualquier frente.  
Los cubanos y las cubanas han sabido dignificar el kimono en el ámbito nacional e internacional. Más allá de las medallas. Desde abajo: ¿cuándo se ha visto cima real sin potente base? 
¿Qué sería de nuestro judo sin Driulis González, Legna Verdecia, Idalys Ortiz, Amarilis Savón, Sibelis Veranes, Odalys Revé, Yanet Bermoy, Daima Beltrán, Estela Rodríguez…,   o de Ronaldo Veitía, el forjador de casi todas?
La lista de quienes no podían tener en aquella sociedad un kimono en su futuro, es muchísima más larga. ¡Cuánto dicha y honor nos han dado! En sus conquistas, tan de pueblo, palpita José Ramón. 
Formado en su hogar de 16 esquina a 13,  donde la dignidad era cotidiana y lo vil no encontraba fáciles resquicios, puso la virtud al servicio de la contienda. 
Cristiano, Jesús lo iluminó. La verdadera luz la encontró cuando el llamado hijo de Dios expulsó a los mercaderes del templo. Usaría la violencia necesaria contra los mercaderes de turno y sus esbirros.
Nunca ofreció la otra mejilla ni las golpeó por gusto. No se limitó a padecer: juró batallar por la patria y para que cundiera la rebeldía contra aquella sociedad crucificadora.
Amó, gustó de las fiestas, del baile, de la música, del canto; se deleitó con la lectura, la televisión, el cine. Abrazó la competencia atlética. Jamás perdió el rumbo. El judo, amén del regocijo, le vigorizó el físico y el espíritu. 
Cinta negra primer dan a los 17 años de edad, obtendría el segundo poco antes de ser asesinado. Y enseñó todo lo que pudo de este arte, cual arma contra los malhechores.
Organizador y jefe del grupo de acción de la célula ocho del Movimiento 26 de Julio en El Vedado, por su valor le nombraban El Temerario. Consiguió convencer, juntar y conducir a los más sensibles de los estudiantes de los centros privados, entre ellos varios de sus condiscípulos, al enlace con los más decididos de las escuelas públicas, descendientes en su mayoría de los proletarios, para alimentarse y alimentarlos de ideas y enfrentar a la dictadura. Ganó también a pobladores de diversos barrios para la causa.
Al ingresar en la Universidad de La Habana, se aproximó a José Antonio Echeverría. Compañeros del enfrentamiento contra el batistato y sus sostenedores, cada uno en su organización, con la misma idea de transformar la patria al desbrozar el camino hacia las raíces, sin limitarse a ellas, y liberarla de la tiranía pro yanqui.
El 7 de agosto de 1957 realiza labores propias del clandestinaje por las calles 18 y 19, en El Vedado. Frena la perseguidora. Lo han reconocido. Los polizontes tratan de apresarlo. Uno muerde el suelo por un volteo, a otro le quiebra un brazo. Quien aguarda en el auto lo hiere en la ingle de un disparo: no es de muerte, la traerá. El trío sobre él. A pesar de la pérdida de sangre, de los golpes recibidos, se resiste. En el carro, arrancan... Horas después, aparece en el Hospital de Emergencias con un balazo en la cabeza. Fallece el 11 de ese mes.
El ataúd que alberga su cadáver, cubierto con la bandera de la estrella solitaria, es alzado y seguido por compañeros de combate y de estudios.
Desde sus voces, el himno de Perucho Figueredo, desafía la represión. Quito la palabra cadáver. Si había nacido el 17 de agosto de 1937, aquel 11 de agosto, surgía de nuevo.
Jamás convirtamos dicha supervivencia en efigie o lámina, dibujo o foto en un mural o al frente de un centro docente o laboral: al Temerario, al patriota insigne de Plaza de la Revolución, hay que situarlo encabezando la lucha que llevó a la libertad y la conserva.

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