Cuba es un pueblo de abogados


Diseño: Yelemny Estopiñán Rivero

Autora: Isabel María Calvo Sánchez

Cual hermoso álbum se abre ante nuestros ojos la historia de Cuba, y desde ella nos llegan los nombres y las imágenes de un distintivo número de patriotas que ostentaron entre sus profesiones la abogacía.


Aquellos en los que José Martí alabó el ímpetu y la virtud ejercieron con honestidad la jurisprudencia, sumado el propio hombre de La Edad de Oro.

Ignacio Agramonte y Loynaz, quien supo sacrificar la paz hogareña de recién casado para marchar a la manigua mambisa y ofrendó su joven vida en brazos de la patria agradecida, es para los cubanos paradigma de abogado.

Al decir del Apóstol, en su enardecida Vindicación de Cuba, los padres fundadores de la nacionalidad cubana padecieron del exceso de civismo que selló la Asamblea y la Constitución de Guáimaro, lo que aconteció, sin dudas, por la magnánima aspiración de colocar la justicia tan alta como las palmas.

Para que la tradición tomara cuerpo en el siglo xx, otro cubano de estirpe mambisa y rebelde elevó, con su talla universal, la oratoria jurídica; este es el caso de Fidel Castro, con su emblemático alegato de autodefensa La historia me absolverá.

La herencia de la mayor de las Antillas, devenida actuación cotidiana, nos convierte de hecho y de derecho en una sociedad peculiar, que ha sabido apropiarse de la mezcla exacta entre el ímpetu y la virtud, porque lo somos de verbo y acción; nos sentimos orgullosos, pues Cuba es un pueblo de abogados.

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