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Autor: Gilberto González García
El insuficiente servicio de transporte público en Cuba, sobre todo en La Habana, hace que, por lo general, los ómnibus circulen con mayor número de pasajeros de los que sería recomendable.
El insuficiente servicio de transporte público en Cuba, sobre todo en La Habana, hace que, por lo general, los ómnibus circulen con mayor número de pasajeros de los que sería recomendable.
Eso motiva situaciones que en ocasiones pueden ser incómodas, pero que mueven a risa si se miran con espíritu optimista. También se ha desarrollado, relacionado con esas situaciones, un sinnúmero de procederes que definen igual cantidad de personajes.
En esta página trataremos de describir algunos de ellos, siempre desde el ángulo humorístico, como decimos en la Isla “trajinarlos”, aunque seguramente el amable lector, si es pasajero cotidiano de los ómnibus, se habrá fijado en otros que a este gacetillero puedan escapársele.
Los porteros
Son los que se sitúan a ambos lados de las puertas por las que debe bajar el público, obstruyendo el paso. Algunos, al llegar a cada parada se bajan, pero sin perder contacto físico con el vehículo, y luego vuelven a subir. Otros no lo hacen así y se quedan atravesados.
Casi siempre les cargan las culpas a los adolescentes y jóvenes por esa práctica y es cierto, pero también hay muchos con las cabezas cubiertas de canas que lo hacen. Por lo regular los “porteros” se han subido al vehículo por la misma puerta en que se quedan plantados y no han abonado el importe del pasaje.
Los cariñosos
Estos se atrincheran en un lugar del ómnibus, casi siempre cerca de la puerta delantera, la destinada a subir. Se agarran con fuerza a los pasamanos y no hay dios que los haga moverse de ese sitio. De esa manera dificultan el paso del resto de los pasajeros creando un “cuello de botella” cerca del chofer. No importa que el resto del vehículo esté medio vacío, ellos siguen ahí, aferrados al tubo como si éste fuera su ser más querido.
Los cariñosos persiguen un designio manifiesto: bajarse por la puerta delantera, sin tomarse el trabajo de desplazarse hasta las destinadas a tal propósito y con ello ocasionan trastornos a quienes tratan de seguir el flujo lógico dentro del ómnibus. Cuando se apean, el pasillo, que parecía intransitable, se ve despejado.
Los orientadores
Ya lo dice el refrán: “Quien tiene boca no necesita mandar a soplar a otro”, pero los orientadores no tienen en cuenta esa máxima, así que se pasan el viaje arengando al resto de los pasajeros: “¡Caballeros caminen, que ese medio está vacío. Ahí caben como 10 personas. No, si casi que se puede bailar un tango!”.
Eso es bueno, alentar a los demás para que dejen espacio a quienes intentan subir al congestionado transporte. Lo gracioso es que esos exhortadores no se mueven del cómodo rincón que se ganaron cerca de la puerta, haciendo que el resto de la gente se mueva. La manía de orientar se desarrolla en mayor medida en quienes se subieron al carro por alguna de las puertas destinadas a bajarse.
Los durmientes
Cuando logran posar sus asentaderas en alguno de los asientos reservados a minusválidos, gestantes o madres con niños pequeños, se hacen los dormidos o que están muy distraídos, absortos en sus pensamientos, leyendo o jugando en su teléfono celular. Cuando alguien reclama en favor la persona con derecho al asiento se levantan de mala gana fingiendo que no se habían percatado.
Los disc jokey
Esos creen que tienen la responsabilidad irrecusable de amenizar el transporte con la música de su preferencia y se suben al ómnibus con cualquier dispositivo reproductor de audio, regalando a los demás pasajeros con canciones que nadie les pidió.
Si toca la casualidad de que en el sistema de audio propio del vehículo se está escuchando alguna melodía, ellos no parecen darse cuenta e insisten en mezclarla con la que ellos traen. Quizás hasta le aumentan el volumen para competir.
Los albañiles
Estos individuos se aprovechan de que el ómnibus está bastante lleno para pegársele atrás a alguna fémina, no importa que sea más o menos hermosa, y ahora con el tema de la libre elección de las preferencias sexuales ¡horror! algunos también se les pegan a los de su mismo género. Los albañiles no tienen pudor, ni se sonrojan por nada. Cuando son requeridos por alguna de sus víctimas ni siquiera se inmutan o se excusan en el exceso de pasaje y hasta en ocasiones protestan: “¡Mi tía, si no te conviene coge un taxi!”. Cuando no les queda otro remedio se van a “repellar” a otra persona.
Los artistas frustrados
Andan siempre con un marcador encima (o varios de diversos colores) y, en cuanto tienen un chance, escriben “mensajes” en las paredes interiores del ómnibus. Algunos son melancólicos: “Vuelve Cuchita, Pipito no te olvida”; otros, que no se atreven a confesar su amor a la persona amada, le dejan un mensaje: “Juanita ama a Pedrito”, o simplemente “Juanita y Pedrito”, dentro de un redondeado corazón atravesado por una flecha; otros se anuncian para ver si alguien los “compra”: “Pichichi, el bárbaro de La Lisa”.
Los contra corriente
Estas son las personas que le gusta oponerse a toda lógica, nadar contra la corriente, ir en el sentido contrario. Viajan en el centro del ómnibus y a la hora de bajarse luchan a brazo partido por hacerlo por la puerta delantera, desplazándose en sentido opuesto al flujo normal de pasajeros. Avanzan dejando tras de sí empujones, carterazos, tropezones y pisotones.
Los guapos
Estos buscan pelea con cualquiera y por cualquier motivo, y en los ómnibus suelen sobrar los motivos. Un roce, un tropezón, un codazo, hasta una mirada puede provocar su ira. En contadas ocasiones el accionar de estos personajes va más allá de algunos improperios y algunos gestos; pero si el encontronazo se produce entre dos guapos la cosa puede salirse de control.
Epílogo
Todos estos personajes, en mayor o menor medida, hacen que el problema del transporte público masivo sea más complejo y difícil. Algunas de esas manifestaciones, como hemos visto, van más allá de ser solo malas prácticas para convertirse en cosas más serias y peligrosas, pero siempre bastante molestas.
Aunque no está escrito en la sagrada Biblia, hay un decimoprimer mandamiento que reza: “No molestarás a tu prójimo”. Ellos debían aprenderlo y practicarlo para que la aventura diaria e inevitable de incursionar en el transporte colectivo sea más llevadera.
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