La madre (a la derecha) y el padre se encargaron de crear la vocación por el estudio. En la foto, David junto a la abuela y tíos maternos, en 2017. (Foto: cortesía del entrevistado).
Por: Redacción Digital
“Lo siento. Como modelo de lenguaje, no tengo acceso a información en tiempo real sobre individuos específicos, a menos que hayan logrado un gran reconocimiento público. No tengo información sobre David García Aguilera en particular. Sin embargo, puedo decirte que Codeforces es una plataforma en línea que aloja competencias de programación y algoritmos, y que la Universidad de La Habana es la universidad más antigua y prestigiosa de Cuba, fundada en 1728”.
Esto respondió ChatGPT, el llevado y traído programa de inteligencia artificial (IA), admirado y temido debido a su increíble capacidad de aprender, enseñar y, presuntamente, manipular. Nada sabe el que todo lo sabe, sobre uno de los grandes prospectos de la informática cubana.
En cambio, David García Aguilera, estudiante de cuarto año de la carrera de Ciencias de la Computación de la Universidad de La Habana (UH), es bien popular entre sus compañeros y profesores, al punto de que no se ha graduado aún y ya lo halan del brazo. Qué decir: Hasta lo han preubicado laboralmente en su facultad como profesor. De momento, además de estudiar, se desempeña como alumno ayudante en su centro de estudios e imparte clases de la asignatura de Estructura de algoritmos.
Hablamos de un joven común, de piel que suda, y a la vez distinto, sí. Que sigue con el tacón el tuntún de un reguetón, si bien es incapaz de bailarlo, y tararea con Melendi “la raja de tu falda”. Mas irremediable es un nerd, de cultura otaku y, claro está, amante de los anime.
Su singularidad, apenas estereotipada por unos resbaladizos espejuelos que le refuerzan la mellada vista, no parece apartarlo mucho de su manada generacional. Hasta que sabemos –y no por ChatGPT– que se trata de un subcampeón olímpico de Informática, el mejor ranking o ELO cubano del movimiento ICPC (International College Programming Concurse; en español, Concurso Internacional de Programación para Universitarios).
Recuerda David que, desde la primaria, en Holguín –provincia natal de él y de su madre–, venía resolviendo cualquier ejercicio matemático que osara ponérsele delante. Y no por el desafío, sino por gustarle pensar.
Cuenta el geniecillo, con la vaguedad de un recuerdo impreciso ocurrido en un momento antediluviano, que desde muy pequeño sus progenitores le enseñaron ecuaciones, “pequeñas cosas que me ayudaron a entrar a la primaria”. Especialmente aprendía durante las vacaciones que pasaba en Sancti Spíritus, de donde es su papá.
Nada raro cuando se trata de un profesor de Matemáticas en el Pedagógico, en la casa paterna abundaban los libros para diferentes niveles. La verdad es que no había mucho que hacer, entonces David engullía esos bloques sin misericordia. Y los de física, historia, química… Leía libros de matemática recreativa, que les parecían geniales, pero también manuales y libros viejos de los años 80 y 90. “Los profesores que los escribían eran muy buenos y explicaban las cosas muy bien. Cuando después recibía esos contenidos en clases, todo me resultaba muy fácil”.
La mayor satisfacción venía al terminar la lectura. “Ampliaba el horizonte: algo que no estaba aquí, ahora está; ya está alumbrada esa zona y puedo entender las cosas de otra forma”, resume con su gramática entrecortada y a la vez coherente, como si la idea anduviera a su aire y la palabra la encorsetara en su preciso significado, tanto que se antoja semejante a una secuencia de comandos de un algoritmo computacional.
De manera que encontró confort en demostraciones de conocimientos al más alto nivel. Se hizo todo un atleta mental, un duelista de espada láser jedi. Así, en sexto grado blandió su haz de luz con sonido de interferencia en los concursos nacionales de matemática e historia; en séptimo, de matemática e inglés; en octavo, de matemática e historia contemporánea, física y química. “En noveno, concursé en geografía, o algo raro así. Participar en concursos me gustaba: era un día diferente, no ibas a la escuela”, confiesa con descaro infantil. Pero era más: también recibía la admiración de sus compañeros, profesores… y hasta de alguna chica.
La epifanía
En las ya lejanas vacaciones espirituanas de octavo para noveno grados, el destino de David García Aguilera fue removido como golpe de timón. Alguien a quien considera su hermana por perihelio familiar, le abrió las puertas a un nuevo universo. Claudia Fontes Sánchez, quien también fuera estudiante de la Facultad de Matemática y Ciencias de la Computación (MATCOM) y la graduada más integral de la UH en su año, le enseñó los rudimentos arcanos de la programación. Para él, fue como una revelación, una epifanía científica, el mismísimo big bang. Apenas empezaron las clases, comenzó a resolver los primeros problemas de programación competitiva.
“¡Guao!, coges la matemática y le pones una dimensión más. La programación es como la matemática, pero a colores: Tienes que imaginar todo el proceso, el cambio de valores de las variables, el significado de una función, qué hace un pedazo de fragmento de código”, chispean sus ojos.
Cree David García Aguilera que la matemática es como tomar una foto: para lograr una demostración se deben hacer ciertos pasos cuyo resultado es una fórmula analítica. Pero programar un código informático es algo mucho más en movimiento, mucho más dinámico, con más dimensiones.
Y si en la primera se busca demostrar una ecuación, en programación la escritura del código es prácticamente la demostración.
Aún bajo los efectos del asombro, se enfrascó con C#, el lenguaje de programación orientado a objetos diseñado por Microsoft, y escribió su primer código para imprimir los pares de las fichas de dominó. De aquel arranque, hoy calcula haber resuelto más de 4 500 problemas informáticos.
Bien sea para ponerse a prueba uno mismo, o para volarse la asistencia a clases un día (sépase que no se convalidan las asignaturas), bien vale la pena competir. Y visto fríamente, parece que, incluso quedando en último lugar, siempre, siempre, se da un paso firme hacia el desarrollo.
Gen competitivo
Los pasos de David pueden considerarse zancadas. Después de vencer los concursos a nivel local, nacional y regional, consiguió participar en dos olimpiadas mundiales. Así se les llama a las competencias internacionales en el nivel preuniversitario y las respectivas Competencias Iberoamericanas de Informática y Computación (CIIC). (Las universitarias, las ya mencionadas ICPC, no se les nombra olimpiadas).
La Olimpiada Internacional de Informática (IOI, sus siglas en inglés) se celebró por primera vez en Pravetz, Bulgaria, en 1989, a instancias de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Desde entonces se realizan anualmente, presencial y virtualmente.
Los equipos cubanos compiten por la región del Caribe, donde levemente se les encaran los participantes de República Dominicana y Jamaica. Para 2024, por primera vez, se enfrentará en una superregional con países de mayor fuerza, como Brasil y Argentina. Tal organización ya existe en Asia, Europa y América del Norte, subregiones conformadas con numerosas grandes universidades y alta calidad entre sus estudiantes.
Una importante tajada en cualquier victoria se debe a los entrenadores, que son profesores experimentados. De estos, David destaca, en sus resultados personales, a los del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Vladimir Ilich Lenin, de La Habana, donde él estudió (“generación 44”, precisa con total orgullo) tras establecerse en esta ciudad desde los 14 años.
Asimismo, considera que fue cardinal la preparación recibida durante una semana en la capitalina Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), con excelentes profesores, excompetidores de concursos internacionales y jueces de esos eventos. “Sin ellos, que nos dieron el nivel superior, las probabilidades de triunfo hubieran sido muy bajas”.
En su primer mundial –la IOI de Teherán, Irán, en 2017–, estando en décimo grado, no tuvo un buen desempeño y quedó en el lugar número 206 entre más de 300 concursantes.
La Olimpiada Internacional de Informática de Irán, en 2017, no le dejó a David un buen desempeño competitivo, pero si grandes experiencias personales y crecimientos culturales. (Foto: cortesía del entrevistado). |
Mucho pesaron en el resultado los nervios, la presión y la propia
competencia, que estuvo bien dura. También la concentración previa para
la preparación, que fue insuficiente, pues su profesor pudo llegar a La
Habana apenas una semana antes de Granma. Como David estaba de
vacaciones, perdió atención por falta de compulsión. Para un encuentro
de esa envergadura los participantes deben estar preparándose durante
bastante tiempo, aprendió el futuro medallista.
Fue 2017, vaya paradoja, el año en el que Cuba obtuvo su mejor resultado histórico en programación: ganó el campeonato iberoamericano y resultó finalista en el mundial de Dakota del Sur, Estados Unidos.
Menuda suerte la de David. Al año siguiente, el ICPC del Caribe permitió que, por primera vez, equipos con estudiantes preuniversitarios pudieran participar en las instancias locales y nacionales y que uno de estos asistiera, como invitado, en la competencia regional.
Pues conformó David el equipo que clasificó para esta última, luego de haber quedado en el primer puesto nacional. En la regional, que tuvo por sede la Universidad Central de Las Villas (UCLV), Martha Abreu, en Santa Clara, la triada que asistió por Cuba obtuvo el octavo lugar, un buen resultado si se toma en cuenta que el nivel de la lid era universitario.
Por si fuera poco, se encaprichaba el año 2018 en ser atípico. Desde hacía mucho tiempo los equipos de informática cubanos no participaban en la IOI, o acaso asistía un solo competidor, como David en año anterior.
“Esa vez fuimos tres a Japón. No uno. No dos. Fue algo muy bueno que estuviéramos Kárel Díaz Vergara, Bryan Brand Medina y yo”, sonríe David. “Andábamos los tres juntos por ahí, conversábamos, bromeábamos y soportábamos mejor la presión, a pesar de que la atención y la organización logística no fue tan buena como en Irán”.
El equipo Cuba (David García Aguilera, detrás) en Japón, junto a su guía local, durante su estancia para participar en la Olimpiada Internacional de Informática de 2018. (Foto: cortesía del entrevistado). |
En esa IOI, nuestro entrevistado disfrutó revelarse como el lugar 63,
que equivale a la medalla de plata, luego de ubicarse en la posición de
uno sobre un cuarto de participantes, descontados los 12 primeros, que
se acreditaron el oro. Uno sobre un medio se avaló la de bronce.
En la edición de 2022, desarrollada en Indonesia, Cuba logró sumar un total de 37 medallas en IOI, lo que la convierte en el segundo país de América Latina con mayor número de preseas en este tipo de eventos.
La isla antillana ha sacado seis platas en estas competencias, pero la de David tuvo una significación especial. El país no pescaba una desde el año 2008. Incluso, el último bronce había sido en 2009. Hasta que en 2018 se rompió la sequía de lauros olímpicos de los competidores informáticos cubanos, sendero victorioso que han retomado otros jóvenes estudiantes.
“En mis proyecciones no estaba esa medalla. Pensaba en tal vez alcanzar bronce. Pero hice muy buen performance, por encima de lo esperado. Vaya, tuve suerte”, minimiza su éxito el abrecaminos.
El sentido de aprender
ChatGPT aún no sabe que David García Aguilera tiene un récord de 2 453 puntos en el ELO internacional de los competidores informáticos o de Codeforces; el más alto, dicho sea de paso, entre los concursantes cubanos en activo y el segundo históricamente.
Con tal estrella, ostenta el título de Gran Maestro, escalón solo superado por los de Gran Maestro Internacional y Maestro Legendario, en esta especie de juego-ciencia que con razón suelen llamar sport programming.
Para estos “deportistas”, tener triunfos en sus eventos reditúa prestigio y reconocimiento a su esfuerzo personal y hasta les abre mejores oportunidades económicas o para la investigación.
Buenos resultados, desde luego, hablan favorablemente de la calidad de sus preparadores y de la enseñanza en su centro educacional. Oronda, MATCOM, en su Decanato, exhibe dentro de una vitrina numerosos premios internacionales. También el país se siente orgulloso y reconoce públicamente los resultados de sus insignes estudiantes.
El futuro profesor David García Aguilera en su olimpo, la Universidad de La Habana, sigue resolviendo cualquier dilema informático por peliagudo que sea. Va por más de 450,según tabula, y no quiere parar. (Foto: Toni Pradas). |
Teniendo en cuenta la cantidad, calidad, preparación y resultados de los participantes actuales en mundiales de informática, David García Aguilera no tartamudea al afirmar que ya existe una escuela cubana de competidores.
“Veo los nuevos que vienen, converso con ellos, y son impresionantes. Sobre todo, los de Villa Clara, donde nadie duda que se da la mejor preparación. Ya no buscan solo muchachos en el pre, sino que están yendo hacia las secundarias”, dibuja el horizonte el futuro cibernético.
Cuando antaño vacacionaba en Sancti Spíritus, creía que la programación apenas era una extensión de la matemática. Hoy, sin embargo, ve que está cambiando el mundo y hace las cosas más fáciles al transformar la cotidianidad con, por ejemplo, el ChatGPT.
“No tengo profundos conocimientos sobre IA, aunque en la facultad hemos estado recibiendo conferencias sobre machine learning, es decir, las técnicas para hacer que las computadoras ‘aprendan’. Realmente son modelos muy, muy, muy complejos, costosos y nadie puede entenderlos, exceptos sus desarrolladores. Es una grandísima herramienta para el mundo y muy útil, pues agiliza muchos procesos”, valora en Gran Maestro.
El peligro es, alerta, que puede generar dependencia en los alumnos y que no desarrollen habilidades en el proceso de conocimiento. ¿Qué pasa si el modelo no sabe responder la pregunta hecha? Tampoco sirven para generar nuevos conocimientos, pues se basan en algo que ya aprendió.
De momento, dice, contamos con la IA “débil”, que resuelve problemas como una máquina puede hacer. La otra, la IA “general”, es una utopía que se intentó programar, en los años 50 y 60, con sentimientos, miedos, empatías y conciencia, cosas que solo poseen las personas. “Creo que la humanidad va a pasar mucho trabajo para alcanzarla, o no podrá nunca desarrollarla”, asevera, a pesar de haber visto miles de manga en su vida.
Indago si le llama la atención ese tema. “Es interesante”, responde, pero noto que elude comprometer su respuesta. Insisto en saber si le gustaría dedicarse a la IA en el futuro: “Podría, podría…”, se escurre cortésmente.
Convencido ya de que no le arrancaría una primicia, le invito a cambiarnos de banco en el campus de la UH: Como mismo las matemáticas le alumbraron nuevas zonas algún día, el sol del mediodía le ha arrebatado a hurtadillas la sombra que un rato antes refrescaba su rostro.