Fondo y diseño: Gilberto González García |
Autor: Eduardo González García
La anunciada
visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba, los días 21
y 22 de marzo, ha generado una enorme repercusión mediática, grandes
expectativas y diversas lecturas, como era de esperar.
Esta es mi
lectura personal, en nada comprometida con criterios oficiales o extraoficiales
ajenos, aunque sea la opinión de un periodista “oficialista” y a pesar de que
la publique un medio oficial cubano.
Recuerdo que,
hace unos meses, un grupo de chistosos se buscaron un hombre físicamente muy parecido
a Obama, lo vistieron elegantemente y lo hicieron pasearse por lugares muy
concurridos de La Habana.
Las
consecuencias: natural curiosidad en los transeúntes y los empleados de los
lugares públicos donde estuvo, pero nada más. Ni manifestaciones de rechazo, ni
de excesiva admiración; ni reclamos, ni insultos, ni loas...
Sin
proponérselo, habían probado que las calles de esta capital son tan acogedoras
y seguras para el presidente de los EE.UU. como para cualquier otro visitante,
y que una visita de Obama a Cuba no va a causar aquí mayor revuelo.
Interpreto
que, a nivel popular, no hay exageradas expectativas de ese acontecimiento,
porque los cubanos sabemos que eso no va a cambiar, radicalmente, la marcha del
lento y difícil proceso de normalización de las relaciones bilaterales.
Normalización
es, incluso, una palabra demasiado optimista, si analizamos cuán normales han
sido y son las relaciones de ese país con cualquier otro.
Donde sí ya tiene
y tendrá mayor impacto esa visita es en los propios EE.UU., por ejemplo, como refuerzo
al ya mayoritario respaldo a la regularización de los vínculos con Cuba, en
prácticamente todos los sectores y estamentos de aquella sociedad.
Repercute a
favor de las aspiraciones electorales del partido Demócrata, pues acerca a sus
candidatos, aunque sea indirectamente, a un sentir común para muchos votantes.
También define
con claridad la línea divisoria entre la fauna cavernícola, empeñada en
mantener sus posiciones económicas y políticas sobre la base de la hostilidad
contra Cuba, y el resto de los norteamericanos, incluyendo aquellos que,
inteligentemente, se han ido apartando del furibundo discurso anticubano,
porque avizoran el inevitable derrumbe de esa política.
Puede ser
que la visita le permita a Obama flexibilizar un poco más el bloqueo económico, comercial y financiero
contra Cuba, pero siempre dentro de los límites que él mismo se ha impuesto, es
decir, los que favorecen el propósito de tratar de minar nuestro sistema
económico y social por otros métodos, ante el fracaso de más de medio siglo de
agresiones.
Personalmente, le permitirá reforzar el
máximo —y prácticamente único— legado emblemático de su presidencia, dado que
la oposición republicana y el propio sistema político de ese país les han
impedido concretar otros logros trascendentes en sus dos mandatos.
Es muy improbable que su viaje a Cuba
influya muy decisivamente en el Congreso, al punto de que dicho órgano derogue
el basamento legislativo del bloqueo, pues la mayoría republicana no va a
permitirle ese éxito, menos en un año electoral.
Tampoco yo esperaría que le aporte méritos
suficientes para adoptar medidas administrativas mucho más enérgicas en el
desmontaje de la aplicación práctica de ese bloqueo, pues todavía el ejecutivo
percibe cierto riesgo político en esos actos y hay influyentes intereses
económicos en contra.
Además, no hay que olvidar que,
ideológicamente, Obama sigue siendo contrario a nuestro sistema socioeconómico.
Los mayores beneficios de la vista del
presidente norteamericano llegarán a Cuba desde el resto del mundo, primero,
reforzando el ya altísimo prestigio del Estado y del pueblo cubanos como
promotores del diálogo respetuoso e igualitario, de la convivencia armónica y
de la paz, incluso con su más acérrimo enemigo, causante de enormes daños
humanos y económicos a este país.
Segundo, y no menos importante, contribuirá
a reforzar el interés de muchos en consolidar lazos económicos y hasta
políticos con Cuba, sobre la base de la percepción de que eso ya no molesta al
poderoso vecino, y ante el temor de que los EE.UU. vayan a saturar los nichos
de oportunidades abiertos en nuestro archipiélago.
Digo reforzar, porque nadie puede negar que,
haciendo salvedad de los amigos de siempre, los que nos han acompañado en los
momentos más difíciles, estamos experimentando un inusual entusiasmo por
fortalecer los lazos con Cuba. Por supuesto, bienvenido sea.
Así que la primera vista de un presidente
norteamericano en ejercicio, en los últimos 88 años, traerá beneficios a Cuba,
aunque no tan espectaculares como algunos pudieran imaginar.
Y Obama, ¿a qué viene? Pues a consolidar su
merecido prestigio como el único mandatario de los EE.UU. que se atrevió a
cambiar la fracasada táctica agresiva por el camino del diálogo con Cuba; a
reforzar las expectativas electorales de su partido, teniendo en cuenta el
apoyo mayoritario de la sociedad norteamericana a la nueva política hacia
nuestro país y, de paso, como le critican algunos de sus enemigos, a disfrutar
de unas breves vacaciones en La Habana, en compañía de su esposa.
Él sabe muy bien que será recibido con
cordialidad y respeto aquí, donde podrá respirar un ambiente mucho más sano y
seguro que en muchas ciudades de su país.
De hecho, podría pasear, sin escolta, por
las calles de La Habana Vieja, como lo hizo aquel gracioso doble.
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