Para ser justos, la reina es, de todos los electrodomésticos y artÃculos de cocina que se vendieron durante la Revolución Energética la única que nunca perdió su corona. (Foto: Radio Rebelde). |
Por: Yirmara Torres Hernández
La
reina de la cocina cubana no es la mujer, ni la carne de puerco o la yuca.
Tampoco son reyes el arroz ni los frijoles. No, en Cuba la REINA absoluta es la olla de
presión eléctrica.
Quien
tenga dudas que le pregunte a quien ya no la tiene porque se le rompió, o a
quien, como a mÃ, se le acaba de achicharrar.
Reinas
llamamos los cubanos a unas ollas de fabricación china que se vendieron como
parte del Programa de Ahorro Energético hace unos años, con el objetivo de disminuir el consumo de electricidad.
¿Por
qué Reina? ¿Quién fue el primero que les llamó asÃ? No sabrÃa decir con
certeza, pero todo parece indicar que lo de reina le viene por su uso
multipropósito.
Lo
cierto es que en Cuba nadie les llama por su marca o por su nombre genérico; es
simplemente la Reina. La
reina que se rompe y no hay piezas, pero la reina.
La
reina, que ahora se puede comprar en las Tiendas Recaudadoras de Divisas al
contado o a crédito, a precios que oscilan entre los 40 y 70 CUC, pero la
reina.
Para
ser justos, la reina es, de todos los electrodomésticos y artÃculos de cocina
que se vendieron en aquel momento, la única que nunca perdió su corona.
Los
refrigeradores marca Haier de una sola puerta enseguida adquirieron su mote de
“lloviznaos”, porque se chorreaban por dentro. Dicen que no estaban aptos para
el clima cubano.
Los
calentadores de agua duraron poco, las hornillas ya tuvieron que ser
sustituidas por otras y las ollas arroceras, marca Liya, aunque también
salieron buenÃsimas, nunca llegaron a ocupar el lugar de la reina.
Además,
la Reina es de
todos los aparatos de la Revolución
Energética, la que más cumple con su propósito de ahorrar
electricidad, por la simple lógica de que cocina a presión en menos
tiempo.
La Reina es tan fuerte que ha
soportado incluso la competencia del Microwave, un electrodoméstico mucho más
moderno, de entrada reciente en la cocina cubana; que a pesar de ser una
sensación no logra destronar a la soberana.
¡Como
la reina no hay! Sino me creen, pregúntele a quien tuvo una y ya no la tiene
más.
En
la Reina el
arroz queda mejor; da lo mismo si es blanco, amarillo, salteado, con suerte o
congrÃ. No hay carne, por dura que sea, que aguante la presión de una reina.
Es
ideal para hacer ajiaco, para las viandas y para los dulces. Los frijoles
quedan que son una pasta. Si no se ablandan les das otra vuelta hasta que ellos
ceden.
Por
si fuera poco, la Reina
no explota como las otras ollas de presión tradicionales. Es más segura y al
funcionar con electricidad la cocción es más limpia.
Si
la cuidas, la limpias adecuadamente, la mantienes seca y la conectas a un
tomacorriente seguro, la Reina
te puede durar mucho.
Con
la Reina puedes
cocinar con los ojos cerrados. La programas y puedes ir a hacer otra cosa. El
reloj termina de dar la vuelta, se dispara y se mantiene en el modo de
calentar.
Claro,
eso cuando la olla reina está al kilo, algo un poco difÃcil para un
electrodoméstico en funcionamiento desde el año 2006, a veces con varias
reparaciones en sus costillas; que diga, en sus piezas.
A
veces a la reina se le rompe la tapa, la junta, el regulador de tiempo, el
cable de alimentación, la olla interior o la exterior y ya no funciona igual, o
no funciona más.
Si
tienes suerte encuentras la pieza, lo mismo en el mercado estatal, que en el
cuentapropista o el negro, sino tienes que llorarla y echar mano a las viejas
ollas que se explotan y no ahorran tanto.
Con
suerte, la reina se romperá con mucha dignidad, como corresponde a su Majestad,
sin provocar accidentes.
Pero
como sea, perder a la reina de la cocina cubana duele. Si quieren saberlo
pregúntenme a mà que acabo de achicharrar la mÃa.
¿Cómo mi Reina se
achicharró sin provocar un accidente?
Juro
que ya no iba a contar la historia. Aún me duele haberla perdido. Sobre todo
cuando tengo que cocinar con las otras ollas de presión.
Hoy
hasta tuve que llamar a mi abuelita, porque no me acordaba del tiempo que hay
que darle a los alimentos en las ollas tradicionales.
Pero
estoy contenta porque mi olla reina se achicharró dignamente, sin provocar un
accidente mayor.
El
cuento es sencillo. Esa tarde ablandé en la difunta el pollo para hacer un
arroz amarillo, mientras me afeitaba para ir a la playa un rato. Cuando estuvo
listo agregué todo lo que lleva un buen arroz amarillo, puse la tapa y nos
fuimos.
Unos
amigos nos estaban esperando hacÃa rato, asà que no di tiempo a que estuviera
(lo que hubiera demorado menos de 10 minutos).
No
era la primera vez que dejaba la olla cocinando y salÃa.
Antes
de irme, por coincidencia, le dejé la llave a mi cuñada, quien vive al lado de
la casa, porque ella necesitaba pasar unos correos electrónicos.
Mi
esposo, siempre precavido, me dijo que por qué no le decÃamos a Claudia que
desconectara la olla. “No te preocupes, no pasa nada”, le comenté.
Nos
fuimos despreocupados a darnos el chapuzón y soñando con el arroz que iba a quedar
para chuparse los dedos. Hablamos de comer todos en la casa al regreso.
Ni
siquiera habÃa usado el arroz de la bodega de este mes, que queda ensopado,
sino un poquito que me quedaba del brasileño, cuyo grano es ideal para
amarillos y congrÃs.
Pero
sorpresa. Al asomar en la cuadra tenÃa una comisión esperándome. Mi cuñada y
sus dos tÃas abuelas. “Menos mal que llegaste”, me dijo Claudia aún sofocada.
Pensé
mil cosas malas; pero enseguida siguió: “deja que veas como quedó tu olla”.
Ella
tenÃa la llave en la mano, abrimos y nada más abrir la puerta, la peste a humo me dejó sin respiración.
“Cuando
ustedes se fueron, yo entré rápido a pasar los correos, para salir de eso
temprano y no entré a la cocina”, me dijo ya, mientras mis ojos presenciaban
con tristeza la muerte de la olla y el fin del arroz amarillo con sus postas de
pollo enteras.
Las
partes plásticas de la olla estaban derretidas por completo y en la meceta
estaba la marca de su parte inferior. El olor a quemado era infernal; pero nada
más.
“Yo
sentÃa un olor a quemado muy fuerte desde que estaba el noticiero”, me comentó
Martica, una de las tÃas de mi cuñada. “Le comenté a mi esposo que parecÃa que
alguien estaba cocinando rositas”.
“En
la casa de otro vecino habÃa una fiesta, asà que pensé que el olor venÃa de
ahÔ, continúo contándome mientras yo constataba el desastre en mi cocina. “No
me preocupé y bajé a ver la novela” (ella vive en los altos).
“Pero
estando viendo la novela el olor era insoportable. Daba más de cerca. Entonces
salimos al pasillo y vimos humo saliendo de las persianas de la saletica de tu
casa”.
“Claudia
se asustó tanto que no atinaba a abrir el candado de la reja del portal. Ella
pensó que la cocina se estaba quemando completa. Cuando entramos todo estaba
lleno de humo, pero solo era la olla”.
“Abrimos
las persianas de la cocina y el humo se fue”, terminó de contarme Martica, a la
vez que yo sacaba, con pesadumbre, la olla para el patio.
En
ese momento me regañé a mi misma por irresponsable, por anormal y por confiada,
pero di gracias a la vida o a lo que sea, porque ni me meseta, ni mi casa, ni
siquiera el tomacorriente habÃan sucumbido al achicharramiento de la olla.
Dicen
que las cosas cuando van a suceder, suceden. Y mi abuelita me enseñó (supersticiones
de gente vieja) que cuando algo se rompe es porque iba a pasar algo muy malo.
Es
verdad que se me quemó mi reina; una reina que yo cuidaba tanto que cuando mi
esposo la llevaba a arreglar al taller no podÃan creer que fuera vieja.
Ahora
ando a la antigua. Sin embargo no me quejo. Tuve mucha suerte. Mi reina se
quemó como una reina.
Otras
personas pueden tener sus propias historias sobre achicharramientos de reinas.
Pero esta es la mÃa. Una historia que no se va a repetir, cuando tenga, ojalá sea
pronto, otra olla reina.
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