Fiel atalaya de bronce en La Habana

La Giraldilla. Foto: Gilberto González

Autora: Caridad Labrada Curbelo

Monumento a la lealtad, devenido símbolo de una ciudad pletórica de historia y leyendas, la Giraldilla es fuente de inspiración artística desde el memorable tiempo de la colonización española en Cuba.



Desde su altura en el otrora Castillo de la Real Fuerza aún observa la bahía, la entrada y salida de los buques que atraviesan el puerto, quizás rememorando la época en que Doña Isabel de Bobadilla, a la postre gobernadora de la villa de San Cristóbal de La Habana, también intentaba divisar la llegada del esposo que había partido en 1539 a una misión de conquista al otro lado del mar.

Cuentan que obsesionada con la esperanza de algún día volver a tener noticias del Capitán General de Cuba y Adelantado de la Florida, Don Hernando de Soto, pasaba tiempo observando el mar, la vista perdida hasta el infinito donde se une en línea imaginaria con el firmamento, y quién sabe cómo sería el volar de sus pensamientos, en la añoranza de un amor que la confinó a la soledad.

Así pasó Isabel los últimos años de su vida en la isla caribeña, sin que nunca llegara a conocer sobre la muerte de su esposo, fracasado en su intento de conocer el río Mississippi e irónicamente, mucho menos alcanzar su propósito de descubrir la Fuente de la Eterna Juventud en aquel atractivo lugar del continente americano.

La conducta de ambos y el correr del tiempo, contribuyeron a hacer memorable los hechos, por lo que el escultor habanero Jerónimo Martín Pinzón realiza una estatuilla en forma de veleta y figura de mujer, de 110 centímetros de alto, con la inscripción de su nombre en un medallón que pende del pecho y el cuerpo cubierto que termina en la falda recogida sobre el muslo derecho.

Desde la tercera década del siglo XVII, la Giraldilla original que hoy se encuentra en el Museo de la Ciudad, sostiene en su mano derecha una palma de la que sólo conserva el tronco y en su izquierda un asta, o sea, la Cruz de Calatrava, orden a la que pertenecía el gobernador español designado durante aquella época.

La réplica actual sustituyó a la primera, que el ciclón del 20 de octubre de 1926 la arrancó de su pedestal y la hizo caer al patio del antiguo castillo, cercano al puerto habanero, pero en esencia continúa siendo emblemática para el mundo y así se expresa también como diseño de la etiqueta del ron Habana Club, que prestigia la Isla, además de ser fiel atalaya de bronce en La Habana.

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