| Foto: Radio Rebelde. |
Por: Tony DíazEl comandante Ernesto Guevara de la Serna fue desde su temprana juventud un apasionado por el deporte, con especial devoción por el rugby.
En su provincia de nacimiento Rosario y en la capital argentina, Buenos Aires, defendió los colores de clubes como Estudiantes, San Isidro y Yporá
Jugó lo mismo que como centro que medio scrum, con orejeras distintivas y tackle firme, pese al asma que lo acompañó desde la infancia.
“La fraternidad del rugby nos unió en el viaje continental”, dijo su compañero de ruta Alberto Granado, y aseguró que el periplo transformó al joven médico en el Che.
El padre, Ernesto Guevara Lynch, sostenía que el deporte le inculcó disciplina, respeto y espíritu de equipo, valores que marcaron su vida social, política y militar.
Fundador en 1951 de la revista Tackle, escribía con el seudónimo “Chang Cho”, convencido de que el rugby no era solo juego, sino escuela de carácter. Su vínculo con el deporte fue amplio: boxeo, natación, fútbol, ajedrez… todos como expresión de voluntad y formación integral.
Ya en Cuba, cultivó una profunda admiración por el ajedrez, al que consideraba herramienta de pensamiento estratégico y disciplina revolucionaria. En 1962 inauguró el Torneo Capablanca in Memoriam, que con el tiempo se consolidó como uno de los certámenes más prestigiosos del continente.
Durante los días tensos de la Crisis de Octubre, el Comandante Ernesto Guevara por orden del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz estableció su jefatura en la Cueva de los Portales, en Pinar del Río, para la defensa del país.
Previsor como estratega, solicitó el envío de seis tableros de ajedrez desde La Habana, convencido de que el pensamiento debía mantenerse activo en medio de la espera. En aquel entorno de vigilancia y firmeza, el ajedrez se convirtió en más que un pasatiempo: fue ejercicio de concentración, herramienta de previsión y espacio de camaradería entre combatientes.
También se ha documentado que, en sus campañas guerrilleras, compartía partidas con sus compañeros, y que el tablero lo acompañó hasta sus últimas horas en la escuelita de La Higuera, en Bolivia.
Así, el Che dejó en el deporte una huella discreta pero indeleble, donde cada movimiento sobre el tablero fue también una lección de vida, resistencia y pensamiento revolucionario.
Por eso, y por todo lo que encarnó, el homenaje es eterno para el arquitecto del hombre nuevo, el guerrillero de pensamiento claro y corazón ardiente, al Che de América, que no solo combatió con fusil, sino que sembró ideas, valores y futuro en cada rincón donde la dignidad necesitaba un nombre.
Jugó lo mismo que como centro que medio scrum, con orejeras distintivas y tackle firme, pese al asma que lo acompañó desde la infancia.
“La fraternidad del rugby nos unió en el viaje continental”, dijo su compañero de ruta Alberto Granado, y aseguró que el periplo transformó al joven médico en el Che.
El padre, Ernesto Guevara Lynch, sostenía que el deporte le inculcó disciplina, respeto y espíritu de equipo, valores que marcaron su vida social, política y militar.
Fundador en 1951 de la revista Tackle, escribía con el seudónimo “Chang Cho”, convencido de que el rugby no era solo juego, sino escuela de carácter. Su vínculo con el deporte fue amplio: boxeo, natación, fútbol, ajedrez… todos como expresión de voluntad y formación integral.
Ya en Cuba, cultivó una profunda admiración por el ajedrez, al que consideraba herramienta de pensamiento estratégico y disciplina revolucionaria. En 1962 inauguró el Torneo Capablanca in Memoriam, que con el tiempo se consolidó como uno de los certámenes más prestigiosos del continente.
Durante los días tensos de la Crisis de Octubre, el Comandante Ernesto Guevara por orden del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz estableció su jefatura en la Cueva de los Portales, en Pinar del Río, para la defensa del país.
Previsor como estratega, solicitó el envío de seis tableros de ajedrez desde La Habana, convencido de que el pensamiento debía mantenerse activo en medio de la espera. En aquel entorno de vigilancia y firmeza, el ajedrez se convirtió en más que un pasatiempo: fue ejercicio de concentración, herramienta de previsión y espacio de camaradería entre combatientes.
También se ha documentado que, en sus campañas guerrilleras, compartía partidas con sus compañeros, y que el tablero lo acompañó hasta sus últimas horas en la escuelita de La Higuera, en Bolivia.
Así, el Che dejó en el deporte una huella discreta pero indeleble, donde cada movimiento sobre el tablero fue también una lección de vida, resistencia y pensamiento revolucionario.
Por eso, y por todo lo que encarnó, el homenaje es eterno para el arquitecto del hombre nuevo, el guerrillero de pensamiento claro y corazón ardiente, al Che de América, que no solo combatió con fusil, sino que sembró ideas, valores y futuro en cada rincón donde la dignidad necesitaba un nombre.