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Foto: Tomado de Centro Caribe Sports |
Por: Jorge Ernesto Angulo Leiva
Alberto Juantorena detuvo dos veces la respiración en el verano de Montreal-1976 y demostró que una o dos vueltas infinitas bastan para alterar el tiempo.Dotado de condiciones físicas y humanas escapadas de toda regla, aceptó la locura lúcida de su entrenador Zygmunt Zabierzowski, luego de cuatro meses necesarios para enamorarlo de un imposible.
Según le contó “el elegante de las pistas” al periodista Joel García, tras cronometrar 1:45.36 minutos en Italia su profesor polaco le transmitió la idea de correr 400 y 800 metros, confiado en la doble victoria.
Entonces consiguió la mínima marca olímpica y quebró el umbral de 1:45 en la distancia larga, razones suficientes para creer en la proeza.
No obstante, el esfuerzo resultó inmedible, confesó en la entrevista citada. Una prueba le consumía sus resortes internos y la otra le permitía tomar oxígeno, dos características casi impensables en un mismo ser.
Si alcanzaba los cinco hectómetros en menos 51 segundos –y los cubrió en 50.86– quemaría el tenor de resistencia en los contrarios y nadie lo alcanzaría con su zancada de 2.74 metros, le explicó Zabierzowski.
El estadounidense Rick Wohlhuter lo siguió por fuera, pero así aumentó su desgaste y lo remató el belga Ivo van Damme.
Sin embargo, sus nombres quedaron excluidos de los titulares porque primero pasó Juantorena con récord mundial de 1:43.50, mientras Héctor Rodríguez multiplicaba el delirio.
Entre sus dos eventos individuales y el relevo compitió cada día, tuvo nueve partidas. En la discusión de la vuelta al óvalo lo creían cansado. “No era Superman”, repetían sus rivales, pero su cuerpo relucía acero cubano.
Aguantó la sacudida de los estadounidenses a mitad del recorrido. En la salida a la recta final Fred Newhouse lo aventajó por tres metros, pero entregó el resto, repuntó y lo coronó el registro de 44.26.
"Ese doblete va a ser siempre el mejor recuerdo de mi vida. Algo que nadie más ha podido lograr y eso es un orgullo". Aquellos segundos en el estío de Montreal continúan atados a sus pies y ninguna estación los marchitará.
Según le contó “el elegante de las pistas” al periodista Joel García, tras cronometrar 1:45.36 minutos en Italia su profesor polaco le transmitió la idea de correr 400 y 800 metros, confiado en la doble victoria.
Entonces consiguió la mínima marca olímpica y quebró el umbral de 1:45 en la distancia larga, razones suficientes para creer en la proeza.
No obstante, el esfuerzo resultó inmedible, confesó en la entrevista citada. Una prueba le consumía sus resortes internos y la otra le permitía tomar oxígeno, dos características casi impensables en un mismo ser.
Si alcanzaba los cinco hectómetros en menos 51 segundos –y los cubrió en 50.86– quemaría el tenor de resistencia en los contrarios y nadie lo alcanzaría con su zancada de 2.74 metros, le explicó Zabierzowski.
El estadounidense Rick Wohlhuter lo siguió por fuera, pero así aumentó su desgaste y lo remató el belga Ivo van Damme.
Sin embargo, sus nombres quedaron excluidos de los titulares porque primero pasó Juantorena con récord mundial de 1:43.50, mientras Héctor Rodríguez multiplicaba el delirio.
Entre sus dos eventos individuales y el relevo compitió cada día, tuvo nueve partidas. En la discusión de la vuelta al óvalo lo creían cansado. “No era Superman”, repetían sus rivales, pero su cuerpo relucía acero cubano.
Aguantó la sacudida de los estadounidenses a mitad del recorrido. En la salida a la recta final Fred Newhouse lo aventajó por tres metros, pero entregó el resto, repuntó y lo coronó el registro de 44.26.
"Ese doblete va a ser siempre el mejor recuerdo de mi vida. Algo que nadie más ha podido lograr y eso es un orgullo". Aquellos segundos en el estío de Montreal continúan atados a sus pies y ninguna estación los marchitará.
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