Foto: Jit. |
Por: Víctor Joaquín Ortega
El reciente fallecimiento de Pedro Orlando Reyes Ponce me ha motivado volver a escribir sobre este boxeador que reinó en el mundo entre los 51 kilos de su época.
Supo imponer técnica y coraje al asimilar de manera creativa los principios de la Escuela Cubana de Boxeo, porque la adaptó a sus condiciones. Junto a las armas señaladas, la inteligencia, decisiva para convertirlo en un artista entre las cuerdas.
Nació en La Habana el 23 de febrero de 1957 y mostró su amor por las lides del músculo desde pequeño, consolidado en su juventud al calor de la realidad del lema el deporte es un derecho del pueblo, que comenzó a ser posible en enero de 1959.
Que quede claro, siempre tuvo un gran espacio para el estudio: sabía que sin cultura la vida es gris. En la cultura atlética, prefirió el boxeo. No lo encadenó una sociedad que obligaba a abrazar los riesgos para buscarse los frijoles como trompadas pagadas. Subió sobre un ring distinto donde no reinaban las dentelladas de los mercaderes.
Reyes brilló por sus dotes personales espirituales y físicas, consolidadas por la Escuela Cubana del deporte de los puños y el ring.
Sobresalen entre sus logros las coronas mundiales de Reno 1986 y Marruecos 1989, la Copa del mundo de 1983, los Juegos Panamericanos de ese mismo año, efectuados en Caracas, así como los Centrocaribes de Santiago de los Caballeros, en 1986.
Además, obtuvo el cetro en las Espartaquiadas Militares de Polonia 1985 y Bulgaria 1989. Invicto en siete topes Cuba-Estados Unidos, siete doradas en los centroamericanos de su deporte, otras siete en los torneos Playa Girón y cinco en los torneos Giraldo Córdova Cardín.
Era el mejor de su división en el planeta y no conquistó una medalla de oro olímpica. Antes de esclarecer el por qué, agregaré a las estadísticas que permiten asegurar dicho predominio, su clara victoria sobre el as olímpico de Los Ángeles 1984, el estadounidense Steven McCrory, en el Match de Retadores, albergado por la misma ciudad ese mismo año. Antes, en los Juegos Panamericanos de Caracas 1983, Steven obtuvo bronce, mientras el cubano reinaba.
La neutralidad con tendencia a la derecha del Comité Olímpico Internacional (COI) causó la ausencia de Pedro Orlando a los certámenes en las sedes angelinas en 1984 y Seúl 1988. El primer escenario acogió una amenaza fanática contra las delegaciones del campo socialista. El segundo se realizó en una tierra herida con una ebullición aun mayor del crimen entonces y, soslayaba a la otra nación coreana.
La decisión del movimiento deportivo cubano fue correcta: no participar. Lo señaló Fidel Castro varias veces en relación con esta decisión para las dos justas: “Si no hay una solución, si no se comparten las olimpiadas en cierta medida entre las dos partes de Corea, nosotros no participamos” (28 de junio de 1987). “Hay principios que están por encima de todos los demás, están por encima incluso, de todas las medallas de oro” (16 de septiembre de 1987).
Y también señaló el Comandante en Jefe: “Lo que hicimos respecto a esta Olimpiada fue un acto de dignidad, de vergüenza, de honor” (24 de septiembre de 1987).
Pedro Orlando Reyes fuera sin duda monarca olímpica si no hubiera existido aquel “derechazo” del COI en 1984 y 1988.
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