Omara Durand dice adiós al deporte paralímpico con 11 oros en citas bajo los cinco arios. Foto: Calixto N. LLanes. |
Omara Durand besó la pista del Estadio de Francia, se quitó las zapatillas y dijo adiós para siempre.
Unos segundos antes pasó rauda por la meta a reclamar la medalla de oro de los 200 m T12 en los Juegos Paralímpicos de París 2024, como si le perteneciera desde antes.
Detrás de la risa de la celebración brotó el llanto nostálgico de la despedida y se perdió entre las manos de Yuniol Kindelán, sus ojos durante la epopeya del lauro.
Se acercó a la barda y casi la vuela cuando encontró a su entrenadora Miriam Ferrer, deshecha de tanto orgullo, vuelta un nudo de melancolía y resignación, y se aferró a su cuello lista para abandonar el nido.
Su elegancia prestigió el escenario y no al revés, a partir de este sábado se dirá que en este estadio la selección de Francia ganó la final de la Copa Mundial de la Fifa de 1998, con Zinedine Zidane a la cabeza, y que corrió Omara por última vez.
El único desliz reprochable a los organizadores de este evento fue pintar de púrpura la pista y no poner una alfombra roja por el carril tres, donde corría.
Enfrentarla no puede verse solo como la condena absoluta a quedar relegado de lo más alto, tenerla delante para la venezolana Alejandra Pérez le consiguió su mejor marca personal (24.19 segundos) y una medalla de plata memorable, porque el 23.62 segundos de la cubana se mira, pero no se toca.
Igualmente la india Simran (24.75 s), medallista de bronce, y la iraní Hajar Safarzadeh (24.91 s) marcaron los mejores tiempos de su vida, en señal de que hasta las rivales se benefician de su don.
Con eso llegó al podio por oncena y última vez en estos Juegos, y puso de pie a decenas de miles de espectadores que reverenciaron el himno nacional de Cuba y saludaron su bandera, y la despidieron con aplausos y vítores.
Ella respondió con una genuflexión en señal de agradecimiento, igualmente sincronizada con Yuniol, y agitó las manos en alto despidiéndose.
Y luego se tomó la licencia de dedicar, delante de todos, un espacio íntimo a su compañero. Lo abrazó y juntos lloraron satisfechos, y enseñaron que se puede llorar también de alegría.
«Estas lágrimas son de felicidad, de satisfacción, extrañaré mucho hacer lo que hice siempre, pero seguro la vida me premiará de otras formas a partir de ahora», desahogó entre sollozos.
«Para mí fue un privilegio enorme correr con Omara, es lo que hice durante toda mi vida y me despido hoy con una satisfacción enorme, no estaremos juntos corriendo, pero nos une una gran amistad. Estoy muy agradecido por lo que pude vivir junto a ella», apuntó Yuniol resignado a soltar la mano que tomó durante tantos años.
Omara salió del óvalo invicta para no regresar, dejó un vacío irremediable con su ausencia, y culminó de escribir con letras perpetuas el pergamino sagrado de la historia.
Detrás de la risa de la celebración brotó el llanto nostálgico de la despedida y se perdió entre las manos de Yuniol Kindelán, sus ojos durante la epopeya del lauro.
Se acercó a la barda y casi la vuela cuando encontró a su entrenadora Miriam Ferrer, deshecha de tanto orgullo, vuelta un nudo de melancolía y resignación, y se aferró a su cuello lista para abandonar el nido.
Su elegancia prestigió el escenario y no al revés, a partir de este sábado se dirá que en este estadio la selección de Francia ganó la final de la Copa Mundial de la Fifa de 1998, con Zinedine Zidane a la cabeza, y que corrió Omara por última vez.
El único desliz reprochable a los organizadores de este evento fue pintar de púrpura la pista y no poner una alfombra roja por el carril tres, donde corría.
Enfrentarla no puede verse solo como la condena absoluta a quedar relegado de lo más alto, tenerla delante para la venezolana Alejandra Pérez le consiguió su mejor marca personal (24.19 segundos) y una medalla de plata memorable, porque el 23.62 segundos de la cubana se mira, pero no se toca.
Igualmente la india Simran (24.75 s), medallista de bronce, y la iraní Hajar Safarzadeh (24.91 s) marcaron los mejores tiempos de su vida, en señal de que hasta las rivales se benefician de su don.
Con eso llegó al podio por oncena y última vez en estos Juegos, y puso de pie a decenas de miles de espectadores que reverenciaron el himno nacional de Cuba y saludaron su bandera, y la despidieron con aplausos y vítores.
Ella respondió con una genuflexión en señal de agradecimiento, igualmente sincronizada con Yuniol, y agitó las manos en alto despidiéndose.
Y luego se tomó la licencia de dedicar, delante de todos, un espacio íntimo a su compañero. Lo abrazó y juntos lloraron satisfechos, y enseñaron que se puede llorar también de alegría.
«Estas lágrimas son de felicidad, de satisfacción, extrañaré mucho hacer lo que hice siempre, pero seguro la vida me premiará de otras formas a partir de ahora», desahogó entre sollozos.
«Para mí fue un privilegio enorme correr con Omara, es lo que hice durante toda mi vida y me despido hoy con una satisfacción enorme, no estaremos juntos corriendo, pero nos une una gran amistad. Estoy muy agradecido por lo que pude vivir junto a ella», apuntó Yuniol resignado a soltar la mano que tomó durante tantos años.
Omara salió del óvalo invicta para no regresar, dejó un vacío irremediable con su ausencia, y culminó de escribir con letras perpetuas el pergamino sagrado de la historia.
Tomado de Jit
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