Omara Durand y su guía Yuniol Kindelán hacieron historia en París 2024 y son inspiración para muchas personas con discapacidad. Foto: Jit.
Por: Víctor Joaquín Ortega
Los Juegos Paralímpicos de 2024 no podían ser excepción. Cualquiera de los participantes es un campeón; aunque no sea galardonado, es un vencedor de la adversidad. Tanta luz demuestra que quedan fuerzas espirituales capaces de enrumbar a nuestro planeta tan deteriorado y a la deriva. Es indispensable encontrarlas para dar mayor vigor aún.
Siempre me ha preocupado la priorización exagerada al medallero en las diversas justas. Muchos de los medios no entran en otras consideraciones, alejados de la profundización, cargados de emoción, hasta de patrioterismo, niegan lo esencial: lo humano, lo poético, lo científico técnico. En las lides del tipo de la realizada recientemente, situar los logros por países por encima de lo fundamental es peor.
Los periodistas cubanos al tratar dicha liza han ido a lo esencial. No dieron de lado a lo competitivo ni dejaron de resaltar a quienes refulgen: a cada cual lo que merece. Fueron a lo principal; la lección humanista y heroica ofrecida, con cantos y comentarios, no solo para los compatriotas, reflejaron e interpretaron los sacrificios de los participantes. No hubo olvido para el rol de los entrenadores, de los médicos, de los psicólogos, de los fisioterapeutas, la familia incluso.
En el caso cubano se conoce cuántos han derrotado dolores propios terribles, hasta la pérdida de descendientes, para convertirse en progenitores de atletas de gran valía. La gloria de Omara Durand no hubiera sido posible de no forjarla Miriam Ferrer. En la capital francesa, el tratamiento médico a la lesión en una pierna del guía de la velocista le permitió alcanzar a ella su undécimo máximo premio.
Los periodistas deportivos por su esforzada y eficiente labor también han ganado una presea dorada. Los integrantes de la delegación antillana al certamen, agradecidos y leales a la verdad, remarcaron que de no existir la Revolución Cubana ni siquiera tendrían la oportunidad de asistir a competencias como aquella, ni disfrutarían de tanto apoyo, a pesar de las dificultades, en las que pesa sobre todo el bloqueo de Estados Unidos. Y el nombre de Fidel no faltó en los labios y el corazón.
Siempre me ha preocupado la priorización exagerada al medallero en las diversas justas. Muchos de los medios no entran en otras consideraciones, alejados de la profundización, cargados de emoción, hasta de patrioterismo, niegan lo esencial: lo humano, lo poético, lo científico técnico. En las lides del tipo de la realizada recientemente, situar los logros por países por encima de lo fundamental es peor.
Los periodistas cubanos al tratar dicha liza han ido a lo esencial. No dieron de lado a lo competitivo ni dejaron de resaltar a quienes refulgen: a cada cual lo que merece. Fueron a lo principal; la lección humanista y heroica ofrecida, con cantos y comentarios, no solo para los compatriotas, reflejaron e interpretaron los sacrificios de los participantes. No hubo olvido para el rol de los entrenadores, de los médicos, de los psicólogos, de los fisioterapeutas, la familia incluso.
En el caso cubano se conoce cuántos han derrotado dolores propios terribles, hasta la pérdida de descendientes, para convertirse en progenitores de atletas de gran valía. La gloria de Omara Durand no hubiera sido posible de no forjarla Miriam Ferrer. En la capital francesa, el tratamiento médico a la lesión en una pierna del guía de la velocista le permitió alcanzar a ella su undécimo máximo premio.
Los periodistas deportivos por su esforzada y eficiente labor también han ganado una presea dorada. Los integrantes de la delegación antillana al certamen, agradecidos y leales a la verdad, remarcaron que de no existir la Revolución Cubana ni siquiera tendrían la oportunidad de asistir a competencias como aquella, ni disfrutarían de tanto apoyo, a pesar de las dificultades, en las que pesa sobre todo el bloqueo de Estados Unidos. Y el nombre de Fidel no faltó en los labios y el corazón.
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