Dramas, tragedias y heroicidades olímpicas (Parte I)

El argentino Luis Brunetto fue subtitular del triple salto en París 1924. Foto: El Gráfico.

Por: Víctor Joaquín Ortega


De Portugal ha llegado Francisco Lázaro. Trae sus sueños. En el pináculo las ansias de ser el mejor maratonista de los V Juegos Olímpicos. Las calles de Estocolmo acogen ya sus zancadas. El sol hace de las suyas en esta mañana del 9 de julio de 1912.

El joven aprieta el paso. De pronto, cae cual mantequilla en una cacerola ardiente. Hacia el hospital. La labor médica es vencida por la muerte. Una insolación tremenda le hurtó la vida al corredor. Realizan una colecta. Hacia Portugal retorna Francisco Lázaro, cadáver ahora, y con tres mil 850 dólares recolectados por sus rivales y entrenadores.

En el mismo hospital está ingresado otro aspirante al oro en la mayor distancia del atletismo, el austriaco Slavik. En cuanto mejora, la enajenación lo atrapa: “Tengo que salir. Debo entrenar. Mañana me espera la carrera”. Médicos y enfermeras lo controlan. Al final, se convierte en llanto cuando le muestran varias publicaciones donde informan los resultados de la prueba, ganada por el sudafricano Kenneth MacArthur al lograr 2;36.55 horas en una carrera programada a 40 kilómetros y 200 metros.

Se consolida la natación para mujeres en Amberes 1920. Al frente de esa solidez está la estadounidense Ethel Bleibtrey. La joven de 18 años consigue los premios dorados en los 100, los 300 metros libres y en el relevo. Brilla en el deporte que le sirvió de principal medicina para vencer las lesiones que le dejó la poliomielitis al padecerla en la niñez.

El mismo certamen: atletismo. ¿Cómo vas a lanzar con tu brazo lastimado?, le dice un miembro de su delegación finesa. Luego de una sonrisa que denota seguridad en sí mismo, le aclara: “Voy a usar la izquierda”. Y Jonni Myyra no falla: con 65.78 metros triunfa. Cuatro años después en la cita de 1924, efectuada en la capital francesa, vuelve a subir al mismo sitial con 62.96.

Tango que canta al dolor. El argentino Luis Brunetto se acercaba a la victoria en triple salto en París 1924 al lograr 15.42 metros y superar el récord olímpico. Pues salta el australiano Anthony Winter 15.52. Lo envía al galardón plateado y le quita la plusmarca.

Ámsterdam 1928. El lanzador de bala estadounidense Herman Brik se ve en el sitio más importante de la plataforma de la premiación por su envío de 15 metros y 75 centímetros, superior a la marca del clásico. El turno para su coterráneo John Kuck… ¡15.87! Lágrimas por dentro, las más terribles al no mostrarse, asolan a Brik, ligado a una mayor tragedia o un doloroso drama, pues los vive, que los escenificados años después con Berry Davis al convertirse el atleta en el actor nombrado Bruce Bennett desde entonces.

Entre las cuerdas, la alegría, a pesar de la mordida recibida, le echa el brazo por encima al peso mediano inglés Harry Mallin: derrotado por el galo Rogger Brousse se le permitió seguir peleando porque los jueces decidieron dar como perdedor a Brousse debido a que lo mordió. En la final venció a su coterráneo John Elliot. Era la segunda corona consecutiva para Harry en el clásico.

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