Los Juegos Olímpcios de Amberes 1920 devuelven la ilusión tras la I Guerra Mundial. Foto: Olympics.
Por: Víctor Joaquín Ortega
Ceremonia inaugural de los VII Juegos Olímpicos en 1920. Amberes los acoge después de una horrible tempestad: la Primera Guerra Mundial, que frenó la justa y eliminó la sexta edición a celebrase en Berlín, en 1916. Se habían impuesto la artillería, los fusiles, las bombas, surgidos de ambiciones antihumanas y el intento de un nuevo reparto del mundo.
De nuevo a la ceremonia. Desfilan las delegaciones. El rey Alberto I declara abierta la magna cita. Un minuto de silencio por las víctimas de la guerra. Siete cañonazos. Dos mil palomas dibujan la paz en el aire.
Lea el juramento de los atletas, que se escuchó en voz de Víctor Boin, capitán del equipo de polo acuático representante de la nación sede del evento: “Juramos que nos presentamos en los Juegos Olímpicos como participantes leales, respetuosos de los reglamentos que lo rigen y deseosos de participar en ellos con espíritu caballeroso por el honor de nuestros países y la gloria del deporte”.
No es la única innovación. Por primera vez ondea la Bandera Olímpica, aprobada en el Congreso de París en 1914, que mostró avances en la consolidación de estos certámenes e impulsó ascensos. El esplendor anunciado tendría que esperar: sobrevino la conflagración.
Pierre de Coubertin expresó acerca del pabellón innovador: “Estos cinco anillos: azul, amarillo, verde, rojo y negro, representan las cinco partes del mundo unidas en adelante al Olimpismo y prestas a aceptar las fecundas rivalidades. Además, los seis colores (comprendido el fondo blanco) y combinados, representan los de todas las naciones sin excepción.
“El azul y el amarillo de Suecia, el azul y blanco de Grecia, los tricolores franceses, inglés, americano, alemán, belga, italiano, húngaro, el amarillo y rojo de España, se acercan a las innovaciones brasileña o australiana, con el viejo Japón y la joven China. He aquí verdaderamente un emblema internacionalista”.
En la ciudad belga competirán dos 669 deportistas (78 mujeres) de 29 naciones en 23 especialidades. Han sido excluidos Alemania y sus aliados. Injusticia discriminatoria que va contra los principios olímpicos y fustiga a los derrotados. Las hay peores y en otros sectores de la vida. Tendrán consecuencias. Por lo pronto, ¡a contender! Les quiero adelantar que en la lidia el finlandés Paavo Nurmi da sus primeros pasos dorados en el clásico. Paavo es el único que puede competir con Carl Lewis con respecto a ser el mejor atleta del mundo en el siglo XX.
Pero sobre los resultados de aquella magna cita y lo aportado por Nurmi me ocuparé en otro escrito. Estas líneas las terminaré para hacerlos testigos de… ¡un robo! El estandarte de los cinco aros hondea por ocasión inicial. El norteamericano Harry Preste, ganador del bronce en clavados, decide llevársela como premio junto a su medalla. Noche de la primera jornada de la VII Olimpiada. El joven se mueve con sigilo. Los guardias hablan entre ellos para vencer el sueño. El futuro ladrón espera.
¡Es el momento! El mástil, hacia su presa, la arría. La sitúa debajo de la camisa. Hace algún ruido. Gritan. Corren tras él. Escapa de sus perseguidores Esconde en su habitación lo arrebatado. Las autoridades prefieren ocultan el hecho y, rápidamente, colocan una sustituta. Durante Sydney 2000 se supo la verdad cuando Prieste, con 103 años de edad, la devuelve al Comité Olímpico Internacional. Desde entonces la auténtica bandera ocupa un lugar en el Museo Olímpico de Lausana.