Por: Redacción Digital
Los cubanos conocemos, casi de memoria, los dos primeros párrafos de la carta inconclusa de Martí a Manuel Mercado, del 18 de mayo de 1895; sin embargo, ¿qué otras cuestiones el Maestro abordó en esa misiva?, ¿qué proyectos inmediatos tenía?, ¿fue esta la última carta que escribió? Las interrogantes pueden ser múltiples, y veremos aquí algunas repuestas.
El 18 de mayo es la fecha de la carta a Mercado, pero el 19 hay una muy breve dirigida a Máximo Gómez, en la que le habló de lo inmediato: que habían salido «como a las cuatro» para llegar a Vuelta, donde acampó la fuerza de Bartolomé Masó, y le dijo: «No estaré tranquilo hasta no verlo llegar a Vd. Le llevo bien cuidado el jolongo».[1]
La carta a Mercado, comenzada el día anterior, tiene un mayor alcance acerca de lo que Martí proyectaba dentro del desarrollo de los acontecimientos. Respecto a los pasos a seguir, el Apóstol afirmó a Manuel: «Por acá yo hago mi deber», lo que vincula a las expresiones iniciales de impedir a tiempo que los Estados Unidos se extendieran, a partir de Cuba, por nuestros pueblos. Esta guerra llegaba «a su hora» para evitar la anexión de Cuba a los Estados Unidos, ante lo cual preguntaba si México «¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar a tiempo a quien lo defiende?». En sus consideraciones ante este cuestionamiento, Martí planteó la necesidad de saber qué autoridad tendría él u otro para decidir. De acuerdo con eso, él podría definir o aconsejar.
Lo planteado acerca de quién podía tomar las decisiones resulta fundamental para las perspectivas que el gran cubano tenía en aquellos momentos. Él sabía que estaba en una disyuntiva: había quienes pensaban que debía salir y mantener su actividad desde el exterior, mientras él sentía que su deber estaba en Cuba. En carta al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, del 25 de marzo, le había hablado de la vergüenza que sintió ante el riesgo de que Máximo Gómez viniera solo, sin su compañía; de que un pueblo se dejara servir, sin desdén, «de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida». Al amigo decía que cumpliría su deber donde fuera más útil, y pensaba que quizá sería en ambas partes: adentro y afuera.
Martí decía al dominicano: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar»; pero también ya le esbozaba una idea que estaría más explicada en la misiva a Mercado: «Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas juveniles, y yo, a rastras, con mi corazón roto».[2] Estas preocupaciones fueron centrales en su carta inconclusa, en la cual explicó que podía tardar aún dos meses la constitución del gobierno en el campo independentista, el que sería «útil y sencillo», aunque en su criterio sería «obra de relación, momento y acomodos».
El ya nombrado Mayor General explicó que no quería hacer nada que pareciera extensión caprichosa de la representación que tenía, por eso «seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas». Ese era el plan inmediato.
Martí expuso su idea de cómo debía ser ese gobierno, pero estaba consciente de que podía haber formas diferentes, por lo que no tenía certeza acerca de qué posición ocuparía una vez desarrollado el proceso organizativo, de ahí que afirmara: «Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros».
ACTUAR «A TIEMPO»
Lo recogido hasta aquí, de la famosa carta, evidencia el plan inmediato de llegar al centro de la Isla para desarrollar la asamblea a la que debían asistir los representantes de los territorios en guerra. Esto era lo de mayor inmediatez, pero también generaba la interrogante acerca de lo que se aprobaría allí y, en el caso de Martí, qué responsabilidad tendría o no a partir de esos acuerdos. Sin embargo, la carta tiene otros contenidos de gran importancia para el proyecto martiano.
En ese sentido, es imprescindible atender su relato de la conversación con Eugenio Bryson, corresponsal del Herald, quien le dio información importante. Bryson le habló de la actividad anexionista desde adentro y desde instituciones yanquis, y más aún, «me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este que, sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos». Esto reforzaba su convicción sobre los intereses estadounidenses respecto a Cuba, lo que se vinculaba a los propósitos estadounidenses.
La carta comienza con su exposición de cuál era el objetivo mayor de la guerra iniciada meses atrás: «Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». Es importante detenerse a meditar sobre la expresión «a tiempo», pues Martí tenía un gran sentido del tiempo histórico; por tanto, para él la urgencia era actuar «a tiempo», aprovechar el margen que aún quedaba para lograr ese objetivo. Eso lo había planteado desde antes, cuando se celebraba la Conferencia Internacional de Washington. El 16 de noviembre de 1889, escribió en carta a Gonzalo de Quesada: «Aún se puede, Gonzalo», y explicaba las razones que posibilitaban «aún» obtener la independencia de Cuba:
«El interés de lo que queda de honra en la América Latina, el respeto que impone un pueblo decoroso, la obligación en que esta tierra está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador, lo poco que queda aquí de republicanismo sano y la posibilidad de obtener nuestra independencia antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos: he ahí nuestros aliados, y con ellos emprendo la lucha».[3]
Como puede observarse, el peligro expansionista fue una preocupación temprana en Martí y, justo cuando se celebró la primera conferencia panamericana, comprendió la importancia de actuar de inmediato, pues la política estadounidense ya estaba activa en sus ambiciones continentales. Por tanto, había que trabajar con rapidez por la organización de la nueva guerra, que era el medio para llegar al objetivo mayor: la revolución.
Su sentido de tiempo histórico se pondría en función de la organización inmediata: crear conciencia, organizar el Partido Revolucionario Cubano y desplegar toda la labor organizativa fuera y dentro de Cuba para la contienda.
Una vez desatada la guerra, en el llamado Manifiesto de Montecristi, firmado por el general en jefe, Máximo Gómez, y Martí como delegado del prc, se proclamó el propósito programático, desde la afirmación de que la revolución de independencia que se había iniciado en Yara entraba en un nuevo periodo de guerra. Para Martí, era fundamental crear las bases y desarrollar el proceso para alcanzar el triunfo en breve tiempo, el poco disponible para ese logro. Su carta del 18 de mayo muestra el quehacer inmediato a desarrollar para enrumbar el logro del objetivo mayor.
La muerte de Martí, el 19 de mayo, fue un golpe muy duro para el proyecto revolucionario, y así lo apreció el propio Máximo Gómez. En su Diario de Campaña, el Generalísimo escribió: «¡Qué guerra esta! Pensaba yo por la noche; que, al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento».[4]
La señalización del lugar de la caída comenzó por la cruz que puso Enrique Loynaz del Castillo en el sitio, cuando fue a precisarlo por indicación del presidente Cisneros Betancourt, y el primer monumento fue erigido con piedras del río Contramaestre por Máximo Gómez y su tropa. Había caído «el alma del levantamiento», según Gómez.
La muerte impidió a Martí desarrollar todo el plan que había concebido, y cuyos pasos inmediatos plasmó en su carta inconclusa. Tampoco se pudo conjurar «a tiempo» el peligro de los Estados Unidos; pero quedó su legado para siempre en el corazón del pueblo cubano, en su entraña profunda.