¿Por qué llegaron tan tarde a la gloria olímpica?

Margaret Abbott, monarca olímpica en 1900. Foto: Brújula Verde.

Por Víctor Joaquín Ortega


No es casual la gran tardanza de muchas regiones, países, incluso continentes en la conquista de medallas, aun de un decoroso papel en el olimpismo. Como en todas las esferas, debemos ir a la raíz del asunto.

Hay que abrir la puerta por completo al análisis o estamos perdidos. Tampoco podemos buscar la respuesta únicamente en el propio sector. Si no profundizamos en lo extradeportivo nos extraviaríamos mucho más. Pues con la manga al codo.

Cualquiera se da cuenta que a medida del fortalecimiento del certamen rescatado fundamentalmente por Pierre de Coubertin, las diferencias relacionados con los resultados en los territorios crecían a zancadas, pese a las ideas unitarias, educativas, de paz, de ética, de amor, sobre todo en los conceptos y en el obrar del brillante pedagogo francés.

Y si bien traían ciertos avances hasta en la cultura física, los persistentes obstáculos dañaban, desunían, humillaban a los más débiles en gran medida, y vigorizaban a los poderosos que aprovechaban los sentimientos de inferioridad para lo político, lo económico, lo social, sin limitarlo a lo atlético.

¿A qué se debió tantos años de espera de las deportistas latinoamericana para lograr su primera presea máxima en Moscú 1980, gracias al envío de la jabalinista cubana María Caridad Colón? Ya en los II Juegos París 1900, empezaron a filtrarse las mujeres pese al machismo, y en esa justa surgió la primera titular del clásico.

¿Quién era, de qué país, en cual disciplina? La tenista británica Charlotte Cooper, vencedora de la francesa Helen Prevost. Hubo otra allí: la golfista estadounidense Margaret Abbott. Representes de tres imperios y de dos disciplinas harto restringidas, propias de la gente de dinero.

En San Luis 1904 no hay raquetistas, pero aparece la arquería: todas las participantes son de Estados Unidos, encabezadas por la Howell. En Londres 1908, las de mayor puntería, inglesas y galas, la vencedora es de la sede: Newall; su coterránea Lamberst Chambers es la mejor tenista. En Estocolmo 1912, el cuartito está igualito en tenis: se titulan una inglesa, Hannam, y una francesa, Broquelis (sobre yerba) y la alemana Koering en dobles mixtos,

En el golpe mortal al machismo penetrado por la piscina, son coronadas allí la nadadora Fanny Durack de Australasia (representaba a Australia y Nueva Zelanda) y la clavadista sueca Greta Johansson

Cuando entran las muchachas del deporte rey, sí se puede hablar de una Olimpiada de verdad. Ocurrió en Ámsterdam 1928, los Novenos Juegos. De la primera as del campo y pista del clásico: la velocista estadounidense Elizabeth Robinson, quien quebró merca del orbe con 12.2, a las canadienses del 4 x100, todas las victoriosas son de Estados Unidos, Alemania (Radke en 800), del País de los Grandes Lagos (Casterwood en salto alto), y de Polonia (Konopacka en disco). Escapó la vicecampeona en la vuelta a la pista: la japonesa Hitomi.

Las germanas añadieron bronce en el cambio de batón. Hay una africana entre las finalistas: Clarck, la saltadora sudafricana de altura, de piel blanca claro, Ni soñar con alguna de América Latina.

Tampoco los anhelos podían ser cumplidos en las restantes especialidades. En realidad, ni siquiera a la mayoría le vibraba en el ensueño. A ellas, tan golpeadas por disímiles lados, la cultura le estaba muy lejana de su existencia y la parte competitiva del deporte no podía ser excepción ni estaba entre sus principales preocupaciones. Numerosas cadenas había que romper todavía en las mismas potencias.

Con una esclavitud doble, hasta triple, sobre todo entre las más pobres y las del llamado Tercer Mundo al que las había arrojado el Primero, Lo dicho por Kid Chocolate para él, para los hombres, les cabía mucho más: “No eran tiempos para pensar en Olimpiadas”.

Sin embargo, hubo heroínas-atletas de América Latina. Las llamo así y no creo que exagere: soñaron, lucharon y se acercaron a la gloria olímpica mayor. Cada una preparó el terreno para el gran salto con sus pequeños saltos, en general sin darse cuenta, aunque falta bastante por hacer.

Ellas merecen ser recordadas mucho más allá de este escrito y otro texto minucioso sobre ellas que les prometo. Es todo lo que tengo para darles desde mi amor.

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