Historias olímpicas: hazañas en citas olímpicas de verano e invierno

Edward Eagan, campeón olímpico en citas de verano e invierno. Foto: Getty Images.

Por: Víctor Joaquín Ortega

El ligerocompleto estadounidense Edward Eagan no es un guapetón de barrio, ni un buscador de líos en una taberna. Es de los que piensan mucho más allá de su potencia física. Se toma muy en serio el boxeo.

Ya está entre las cuerdas de una meta que se trazó: los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, donde demostró técnica y punch. Va por la corona frente al noruego Esverre Sersdal, que no es ningún manjar.

En el camino dejó al británico Harold Franks y quiere más aún. Ya están peleando. El baile. Intercambian. Jabs y upper gritan más que hablar. De bruces Edward. Se levanta. No hay cuenta. Es caída por resbalón y no por la efectividad de los puños contrarios, según el árbitro.

No piensa igual Esverre. Sacude la cabeza con fuerza. Las gotas de sudor no han caído sobre el encerado y está fiera sobre el de Usa. Éste lo espera y lo sacude con buenos golpes. Clinch. Se separan. Vuelven a batirse.

Round tras round parecidos hasta que el campanazo final se impone. El juez principal levanta el brazo de Eagan. Saluda al derrotado. Se despide de la concurrencia. Mientras, el de Noruega a pesar de la validez de plata no termina contento.

Tercera Olimpiada de Invierno. Lake Placid es el teatro de hielo. Edward está aquí. Pregunta un periodista: “Aquí no hay boxeo, ¿en qué especialidad buscarás la gloria que disfrutaste en los Juegos Olímpicos de Verano?”. Después de la sonrisa, la respuesta: “Amigo, han pasado 12 años, pero me siento muy bien y vengo a tratar de subir al podio en otro ring: en el bok de cuatro. No dan golpes, pero es bastante duro”.

Eagan volvió a gozar de la victoria olímpica en dicha prueba y también se convirtió en el primer medallista de las magnas citas de verano e invierno. En su caso, desde lo más alto de la premiación. No lo dejaron solo en aquel honor por mucho tiempo.

En eso llegó Jacob Thams. Este noruego se enamoró de la especialidad de trampolín de los deportes invernales y se matrimonió con ella en Chamonix 1924, Francia, escenario de los reconocidos como los I Juegos de Invierno, donde consiguió el cetro, aunque antes hubo contiendas de este tipo insertadas en el clásico mayor desde Londres 1908. El amor resultó tan creativo que los expertos lo consideran el fundador del estilo moderno en la especialidad.

Con el paso del tiempo, una nueva pasión: el yatismo. En el clímax, fue uno de los tripulantes plateados en la prueba clase 8 en Berlín 1936, aquel certamen que no se debió entregar a los fascistas. Grave error del movimiento deportivo del mundo y del Comité Olímpico Internacional (Coi), con ese rejuego a una falsa neutralidad antihumana. Ah, sería caer en el dogmatismo ocultar los resultados atléticos de esa lidia y, al fin y al cabo, el afroamericano Jesse Owen le arrebató la justa a Hitler.

Con el yate hacia Seúl, en 1988. Vean a Christina Liding Rothenburger, de la República Democrática Alemana, montada sobre la velocidad más que en una bicicleta moderna, luchando por un galardón en la XXIV gran fiesta. Está a punto de lograrlo. Imposible. La soviética Erika Salumae es muy superior: la deja en el segundo puesto. 

Siete meses antes la subtitular se coronó en los mil metros de patinaje, incluso con rotura de la plusmarca del planeta, en Calgary, Canadá, a lo que añadió un premio de plata en los 500. En la capital de Corea del Sur se convirtió en la única medallista en ambos Juegos en el mismo año.

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