Emilio Correa sigue pegando entre las cuerdas

Foto: Antena 3.

Por: Víctor Joaquín Ortega

Compay, que no se diga. Eres un santiaguero. Levanta, que eres Emilio Correa y con solo mencionar tu nombre, aunque sea bajito, cualquiera tiembla sobre el ring. Mi amigo, no me agregues dolor, que ya se me murieron los otros dos “socios” tan queridos por mí, que junto a ti abrieron la senda dorada en el Olimpo de la Escuela Cubana de Boxeo: Teófilo Stevenson y Orlandito Martínez.

¡Qué debut aquel! Y ¡qué trío el de ustedes! Estaban también los otros que combatieron sabroso. Para ninguno hay olvido. Se escribe fácil. Múnich 1972: Orlando Martínez, Teófilo Stevenson, Emilio Correa, los primeros boxeadores cubanos que ganaron la medalla de oro en los Juegos Olímpicos.

Por primera vez somos campeones en esa disciplina tan nuestra. ¡Sí, tan nuestra…! Ahora más al poder situar la rumba, su canto, su baile entre las cuerdas. Eso sí: el director del grupo musical ha sido Alcides Sagarra. Pero allá arriba hay que esquivar mucho y dar duro para conseguirlo. Aunque uno tenga bastante calidad y se muera de las ganas, puede venir un golpe hasta de esos perdidos, tirados a lo loco, ponerte a dormir y destrozar los sueños.

Na, les fue imposible a sus contrincantes aguar la fiesta. Los nuestros por encima de los estadounidenses, los europeos, de todo el mundo por primera ocasión en los combates del jab y el upper.

Pero no he venido aquí para recordar, ni contar historias. Te prohíbo morir, entristecerme con ese adiós como aquellos dos amigos a quienes respeto y quiero mucho. Vaya, los he querido más allá de las pobres líneas que les he dedicado. Menesterosos textos al compararlos con la gloria alcanzada a coraje y a técnica, arriesgando la anatomía en los entrenamientos, en cada pelea. Hablando de peleas. Levanta como en la segunda de la ciudad alemana.

Ya habías vencido al italiano Damiano Lassandro en la pelea inicial 5-0. En octavos te tocó el germano occidental Manfred Wolke, para algunos el favorito por su fortaleza. Los silenciaste al derrotarlo en el segundo capítulo. Lo averiaste tanto que obligaste a detener el combate. No te gustan las novelas largas.

A veces hay que vivirlas. Te pasó con el otro alemán: Gunter Meir. La puso difícil. Te desenredaste y con un éxito de 3-2 lo sacaste del camino. En la semifinal te esperaba una nueva roca: Jesse Valdés, representante de Estados Unidos. Difícil combate, pero doblegaste a Jesse por decisión dividida de 3-2. En la final, el experimentado húngaro Janos Kajdi.

La luz tuya lo cegó de mala manera por 5-0. Emilio Correa, campeón olímpico de los 67 kilos en los XX Juegos Olímpicos. Tenías entonces 19 años. Ahora llegaste a los 71. Sigue adelante, compadre.

¡Han vuelto a envolverme estos ensueños! Emilio falleció el 11 de marzo del presente año. Y yo intentando de frenar a la señora de la guadaña como si alguien pudiera ser inmortal. Esperen, esperen. Alejandro Claro acaba de clasificar para París 2024, cuando no pocos vaticinaban que no podía con el brillante opositor. Correa gracias a Alejandro seguirá evitando los golpes, mientras clava los suyos, sobre todo aquellos izquierdosos terribles e inolvidables.

También continuará en acción debido a los puños, las piernas, la inteligencia, el coraje de los púgiles de la Mayor de las Antillas que actuarán en la cercana magna cita, con Julio César La Cruz, el gran capitán. Están los juveniles de buen papel en el reciente mundial. Tampoco dejemos fuera a quienes en la base luchan y sueñan en grande. Vaya, Emilio, continuarás batido entre las cuerdas.

Nota: Emilio Correa llegó a poseer la corona mundial de La Habana 1974, la centrocaribeña en Santo Domingo 1974, la panamericana de Cali 1971 y la olímpica de Munich 1972. Además, agregó múltiples victorias en diversos torneos nacionales e internacionales de importancia. Su hijo, del mismo nombre, fue campeón del certamen continental entre los medios en Río de Janeiro 2007 y Guadalajara 2011, y medallista de plata olímpico en Beijing 2008, donde un fallo injusto de los jueces le birló la presea de oro.

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