Mi hermano "El Negro" o "Un amor para toda la vida" (+ Video)


Por: Leonel José Pérez Peña

Paseo Rampa arriba y Rampa abajo; voy a Coppelia y emocionado contemplo el Habana Libre, el FOCSA y a ese rascacielos, que pronto será uno de los hoteles más modernos de Cuba.

Observo con avidez cada detalle de las edificaciones emblemáticas que siempre quise tener cerca de mí. Tampoco mis sentidos dejan de escudriñar a las personas que caminan raudas por la Avenida 23, como si el tiempo se les agotara.

A mis 63 años de edad he venido a vivir a la capital de todos los cubanos y ya se me hace habitual este paseo por las calles de la Real y Maravillosa Habana, sin prejuicios ni perjuicios por mi origen campesino y mis mestizajes genéticos y culturales. 

Vivo en el multirracial municipio La Lisa, donde nadie es Don de nadie, y es ahora el lugar donde me gustará cantar, junto a Nicolás Guillén, una canción de igualdad y amor, usando como estribillo sus versos: "Tráiganme todas las manos, / los negros sus negras manos/ los blancos, sus blancas manos".

Porque para mí sí está claro que el racismo corroe el alma, igual que el odio y la vanidad. Allá en la finca Limones, en la provincia de Las Tunas, donde están mis orígenes, mi familia se vio envuelta, hace unos 80 años, en una historia bastante trágica, aderezada por el racismo y el amor.

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Mis antecesores más cercanos la han transmitido a los nuevos miembros de la referida familia y por eso sé que mi hermano mayor, teniendo el mismo color en su piel, igual al de mi papá y mis hermanos, le dicen El Negro. Soy bisnieto de un hacendado de origen Andaluz y de un indio yucateco, devenido jornalero de los campos de Cuba.

Con las diferencias y prejuicios raciales, ¿cómo pudo concretarse una familia bajo ese régimen oprobioso? Resulta que mi padre Francisco Pérez Laguna vino a trabajar de jornalero a la finca rústica de Limones, de los hermanos Benigno y Miguel Peña Cruz, procedentes de la provincia autónoma del Reino de España a mediados del siglo XIX.

En esa finca vivía la hija de Juan Peña, el benjamín de Don Miguel; la más bella muchacha a cinco leguas a la redonda. Panchín, como le llamaban amigos y familiares a Francisco Pérez, también muy apuesto mozo, pronto conoce a la joven y comienza, desde la distancia, a relacionarse con Benita Odalinda Peña.

Los jóvenes burlaron los prejuicios y se expresaron simpatías, hasta que quedan profundamente enamorados.

El recio y déspota Juan Peña pronto se entera y cuando iba a tomar su justicia, Oda y Panchín, que ya se habían jurado amor para toda la vida, escapan de la zona para poder alimentar su pasión.

El ofendido forma una cuadrilla de jornaleros para darle caza a los enamorados; sus integrantes eran compañeros de labranza de Panchín y más valor tuvo la amistad que el dinero ofrecido para ponerle fin a la historia de amor. La pareja, con la complicidad de muchos, alimentaban su pasión lejos de aquel que ardía en odio y rencor; concibieron a su primer hijo, fruto de un amor sin prejuicios.

La noticia que un nieto venía en camino enfureció aún más a Juan Peña y acude de nuevo a los cuadrilleros, ahora exigiéndoles que le trajeran vivo al negrito mientras vociferaba: "tráiganmelo vivo pa’ bailármelo en la punta del machete".

Y así, con ese odio racista fue bautizado mí hermano mayor y, para los amigos y familiares, el negro es sinónimo de amor y resistencia. Logró sobrevivir aquella persecución y fue el centro de la familia.

Oda y Panchín formaron un matrimonio que, a los 67 años, solo llegó a su fin con la muerte. Ellos en su barrio, entre amigos, conocidos y familiares son un símbolo del amor. En este video puedes conocer cómo lograron defender el amor:
 
 

 

YER/LLHM 

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